Masculinidad vs. machismo: rompiendo los estereotipos dañinos

El concepto de masculinidad en la actualidad busca alejarse del machismo para proponer una visión más positiva, inclusiva y respetuosa, que cuestiona las normas de género tradicionales y promueve un cambio cultural necesario

Masculinidad vs. machismo: rompiendo los estereotipos dañinos

Por Gustavo Aro

 

La frase “tiempos de masculinidades y feminismos”, tan usada en los últimos años, se refiere a un momento en la que se están cuestionando y redefiniendo tanto las masculinidades como los feminismos. En este tiempo, hubo un aumento en la reflexión sobre cómo se construyen las identidades de género, y cómo tanto hombres como mujeres (y personas de cualquier género) experimentan y navegan por las expectativas sociales y culturales que les son impuestas.

Este proceso de cuestionamiento no solo abarca los roles tradicionales asociados al ser hombre o mujer, sino que también abre espacio para la visibilidad y el reconocimiento de diversas formas de identidad de género, que antes eran invisibilizadas o marginadas.

En este contexto, los feminismos tuvieron avances meteóricos en los últimos años producto de la lucha de las mujeres, la toma de conciencia y la deconstrucción de una sociedad que avanza, lenta, pero avanza. Al mismo tiempo, las masculinidades también están siendo reconfiguradas, al desafiar los estereotipos y las normas rígidas que dictan lo que se espera de un ´hombre´. Este proceso implica una reflexión profunda sobre la diversidad de experiencias masculinas, que van desde la expresión emocional y la vulnerabilidad, hasta la aceptación de roles no tradicionales en el hogar, el trabajo y la sociedad. Además, se cuestionan las estructuras de poder que históricamente fueron asociadas con la dominación, la agresividad y la competitividad, abriendo espacio para nuevas formas de relacionarse con los demás basadas en la empatía, el respeto y la colaboración. Así, se busca una masculinidad más inclusiva y menos tóxica.

Por tanto, “tiempos de masculinidades y feminismos” sugiere que estamos en una época de interacciones complejas entre las construcciones de género, donde tanto las formas de entender la masculinidad como los feminismos se están cuestionando y evolucionando.

Masculinidad y machismo

Hablando específicamente, es importante diferenciar entre masculinidad y machismo, ya que son conceptos distintos. La masculinidad, ya se dijo, se refiere a las características, roles y comportamientos asociados tradicionalmente con los hombres, mientras que el machismo se refiere a actitudes y creencias que promueven la superioridad de los hombres sobre las mujeres y la legitimación de la violencia como medio de control.

Entonces, el movimiento de la masculinidad busca alejarse del machismo proponiendo un enfoque inclusivo y respetuoso que busca derribar los estereotipos dañinos asociados con el machismo. Reemplazar el machismo por una masculinidad positiva implica cuestionar y desafiar las normas de género tradicionales.

Es fundamental, entonces, un cambio cultural para construir sociedades más justas, equitativas y libres de violencia de género.

“Qué aspectos de lo que culturalmente asumimos como propio de lo masculino eran de alguna manera variables que incidían a veces de manera determinante en la génesis de la violencia de género”, dice Marcos Ordoñez, especialista en Medicina General y Familiar y magíster en Salud Sexual.

La palabra de un especialista

Ordoñez, que viene trabajando en las nuevas masculinidades desde hace algunos años, habló con HDC y mostró todas las aristas que tiene el tema.

-¿Qué es la masculinidad?

-No te voy a dar una definición precisa y exacta en relación a la masculinidad porque de hecho no la hay. Hay aproximaciones teóricas que han hecho algunos autores para tratar de explicar y entender estas características de lo que llamamos masculino. Durante mucho tiempo quienes trataban de explicar estas características diferenciales de los varones con respecto a las mujeres en el terreno de lo conductual siempre esgrimieron argumentos de tipo biológico. Este argumento, con el paso del tiempo, fue perdiendo fuerza. Desde otros lugares se dice que la masculinidad es un ordenamiento sociocultural que lo que hace es que aquellas personas que nacen con una genitalidad determinada sean socializadas para pensarse en un lugar de superioridad. Otros dicen que tiene que ver con una categoría relacional, que lo masculino se construye en primer lugar en relación a lo femenino, en oposición, y que esta diferenciación de alguna manera va a estar presente en todo nuestro recorrido de construcción identitaria de la masculinidad. Es precisamente ese distanciamiento de lo femenino lo que va a permitir que esta identidad se consolide y sea aceptada socialmente como tal. Y por último hay algunos autores, como Luciano Fabbri, un politólogo rosarino que dirige el Instituto de Masculinidades, que habla de la masculinidad como un dispositivo de poder, por el cual los varones tenemos la convicción de que los tiempos, los cuerpos, las energías y las capacidades de las mujeres están a nuestra disposición.

-¿Cuándo nace el concepto?

-La temática de las masculinidades se pone sobre la mesa, acá en la Argentina, a partir de 2015, cuando empiezan las marchas de Ni una Menos, que es justamente ahí donde el movimiento de mujeres empieza a reclamar que los varones nos involucremos en este intento de erradicar la violencia de género y poder incidir de manera preventiva. Hasta entonces se venía trabajando correctamente con respecto a las mujeres, es decir que se venía trabajando para concientizar y reconocer los distintos tipos de violencias. Entonces empiezan a plantear la cuestión del compromiso de los varones con respecto a esta intención de transformación y de cambio, y ponen justamente la masculinidad en el terreno del debate. Pero los estudios, particularmente de la masculinidad, no eran nuevos. Los primeros trabajos a nivel académico aparecen en universidades de Estados Unidos, Canadá y Australia, en el mundo anglosajón y en el espacio universitario, es decir, un sector clase media progresista que empezaba a cuestionar aquellos aspectos que tenían que ver más con lo doméstico.

-¿Y por acá?

-En Argentina, la cuestión fue un poco más a fondo porque no se quedó en la cuestión doméstica y la distribución laboral en ese entorno, sino que apuntaba fundamentalmente a aquellos aspectos característicos propios de la masculinidad en un sentido cultural que de alguna manera generaban una base, un sustrato sobre el cual era más fácil que los varones estén cerca del ejercicio de violencia.

-¿Cómo se construye?

-La masculinidad aparece casi desde el momento en que sabemos el sexo de ese niño en gestación, es decir, cuando en la ecografía se ve una estructura parecida a pene y testículos y se le comunica a la familia que va a ser un varón. Desde ese mismo momento se empieza a proyectar cómo va a ser ese niño en el futuro. Y ese niño, esa construcción, esa manera de pensar cómo va a ser ese niño en su niñez y en su adultez, no es una construcción libre porque va a estar atada a ciertos estereotipos sociales que existen con respecto a la masculinidad. El estereotipo predominante de la masculinidad es aquel que dice que los varones tenemos que ser fuertes, que tenemos habilitado el uso de la violencia, de la agresividad, que tenemos que ser ganadores, valientes, proveedores y sexualmente activos.

-Los famosos mandatos de la sociedad.

-Son estereotipos que luego se transforman en mandatos obligatorios, es decir, hay que constituirse en línea con este estereotipo. No alinearse significa de alguna manera traicionar estos mandatos de masculinidad. Por eso decimos que la masculinidad lo que hace es crear jerarquía, porque precisamente serán aquellos varones que más coinciden con este estereotipo los que van a estar más arriba en la escala de jerarquías y privilegios. Y los que no van completando los casilleros irán quedando en escalones inferiores. Es decir, este modelo de masculinidad genera jerarquías, diferencias y desigualdades, no solamente con las mujeres y con la diversidad particularmente, sino también intragénero.

-¿Cómo influye la socialización?

-La construcción de esta masculinidad comienza en el proceso de incorporación de este niño a la cultura. Ahí es donde aparece un conjunto de señales sumamente claras de por dónde tiene que ir esta construcción, es decir, lo que ese niño va a poder hacer, pero fundamentalmente lo que no debe hacer. Ahí es donde entramos a la categoría del género. Esta categoría de la perspectiva de género es la que nos permite comprender la manera diferencial en que los varones son socializados con respecto a las mujeres y que esta manera diferencial de ser socializados luego se traduce particularmente en la adolescencia, pero más aún en la vida adulta, en un conjunto de desigualdades y de desencuentros que muchas veces se traducen en violencias. Cuando un niño se incorpora a la cultura, a partir de su nacimiento, las primeras señales son obviamente las lúdicas, el tipo de acceso a los diferentes juegos que va a tener. En ese universo de lo masculino, que lo podemos identificar como el universo celeste, en una lógica binaria de lo masculino y lo femenino dividido por colores. En ese universo celeste entran ciertas posibilidades lúdicas que son centrales en la construcción de hábitos masculinos que van a estallar particularmente en la adultez. A este niño, que vamos a rodear de autos, pelotas, camiones, herramientas, soldados y aviones, no le entra nada de lo que tiene que ver con el afecto, con el cuidado y lo doméstico. Aspectos que son, por otra parte, atribuidos al universo rosado, como propios del universo de las chicas, de lo femenino.

-Es decir, de niño recibimos un mensaje heteronormado.

-Este niño, desde que tiene uso de razón va a estar recibiendo un mensaje social y cultural que le dice que nada de lo que tenga que ver con este universo del cuidado, el afecto y lo doméstico le corresponde. ¿Por qué a los varones les cuesta tanto involucrarse con aquellos aspectos que tienen que ver con lo doméstico, con el cuidado de los hijos, con lo afectivo, con el cuidado de enfermos? Porque desde que han tenido uso de razón han recibido claras señales de que eso no le corresponde. Como contraparte, la misma cultura atribuye todo eso como propio, como supuestamente natural del universo de lo femenino. Esto se traduce en la vida adulta en esto que llamamos la división sexual del trabajo, esto de pensar que hay determinados trabajos o tareas que corresponden por una supuesta naturaleza a las mujeres y que hay otros trabajos y actividades que corresponden a los varones. Obviamente los tiempos han cambiado abruptamente y aquel viejo modelo del hombre proveedor y la mujer encargada de lo doméstico es un modelo que ha quedado más como una postal del recuerdo más que una realidad. Hace varias décadas ya que la mujer se incorporó al mundo y empezó a proyectarse tanto en lo laboral como en el estudio, en una carrera, en otros espacios que obviamente excedían lo doméstico. Pero la desigualdad sigue.

-¿Por qué?

-Porque en un hogar, como sucede hoy en día, donde ambos trabajan por igual, generalmente a la hora de llegar a la casa quien se sigue haciendo cargo de estos aspectos de lo doméstico, el cuidado y lo efectivo, sigue siendo la mujer. Y si bien es cierto que los tiempos han cambiado y los varones se involucran bastante más que en otros tiempos, falta mucho terreno por recorrer. Muchas personas podrán decir que no es su caso. Hay excepciones obviamente. Aquella mujer que tiene que hacerse cargo al regreso al hogar de todas estas cosas va a tener más cansancio, más obligaciones, va a descansar menos y va a tener menos posibilidades para dedicar su energía a otros aspectos que tengan que ver con su desarrollo y esto va a terminar incidiendo sobre su salud física y mental.

En conclusión, los “tiempos de masculinidades y feminismos” representan un momento crucial en el que las identidades de género, tanto masculinas como femeninas, se encuentran en plena transformación. La reflexión profunda y el cuestionamiento de los roles de género permiten que la sociedad comience a replantear no solo las expectativas sociales impuestas a hombres y mujeres, sino también las estructuras de poder que las sostienen.

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