Mentira la verdad

Por Eduardo Ingaramo

Mentira la verdad

La verdad, para que sea tal, debe ser completa: toda la verdad y nada más que la verdad; si no es así, es una mentira. En estos días en nuestro país, pero también en el resto del mundo, la verdad es como en cualquier guerra, sea por las armas o dialéctica, es la primera víctima.

Durante el último paro dispuesto por la CGT, escuchamos a sus dirigentes gremiales argumentar sobre el plan de destrucción de los derechos de los trabajadores, sin considerar que durante años, con gobiernos de distinta orientación, nunca se preocuparon por la creciente precarización laboral –monotributistas, contratados, no registrados- o la reducción de salarios reales, mientras ignoraban los reclamos de los trabajadores de la economía popular (que todavía no acompañan). O sea, una parte de la verdad, que parecen querer remediar.

El gobierno que más ha despedido, provocado despidos en empresas privadas y reducido los salarios y jubilaciones en menos tiempo dijo entonces que no había motivos para un paro, que descontaría el día a sus trabajadores que no cuentan con transporte público para asistir, y, por supuesto, sin considerar las disposiciones del DNU y las Ley Bases, en las que no se encuentra una que beneficie a los trabajadores.

El presidente dice que “los salarios se están recuperando”, o que “la economía está dejando de caer”, basándose en datos totales del PBI (-10%) ocultando que la industria se redujo un 21%, la construcción el 42% y el comercio el 30%; o sea los sectores que generan más trabajo, compensados por el aumento de la cosecha y la extracción de petróleo, gas y minerales que son los que menos trabajo generan. O sea, mentira la verdad.

Detrás de ellos, los medios afines a unos y otros entrevistan a trabajadores que están o no de acuerdo según les convenga a su línea editorial. Unos señalan argumentos como “el segundo paro en 151 días” o “no hay paros con el peronismo en el poder” sin considerar el daño que está produciendo con las decisiones presupuestarias, tributarias, previsionales, y los proyectos de leyes que impulsa.

Los otros, argumentan con el daño que se está produciendo en el tejido social y económico, pero minimizan u ocultan el proceso de degradación producido antes, mucho antes, que nos llevó a este gobierno.

En el nivel de los trabajadores, he visto a algunos que navegan en la ambigüedad señalando que “de esto se sale trabajando”, a pesar de que a ellos les va mal, conservando una esperanza legítima, pero sin fundamentos objetivos.

También escuché a una directora de un colegio, que señalaba que los adheridos a los paros son pocos, que la mayoría de los docentes no había asistido por el paro del transporte –quizás protegiéndolos de los descuentos anunciados-, pero ocultando que, en realidad, de casi una centena de docentes asistieron dos, y ellos no dictaron clases porque no tuvieron alumnos.

Es que en las actuales circunstancias cuidar el propio trabajo y evitar la desocupación se está convirtiendo en la mayor preocupación –de empleados públicos y privados- de estos días, incluso más allá de los bajos salarios.

Sea por argumentar en su propio favor, por sostener el relato editorial o por esperanza o miedo, los dirigentes, medios y trabajadores respectivamente sólo dicen una parte de la verdad, que así se convierten en mentiras en las que sólo las últimas pueden ser piadosas.

En el ámbito internacional, ocurre algo similar: los dirigentes de todos los bandos en disputa señalan al otro como culpable de lo que sucede, sin mencionar que los conflictos pudieron evitarse y justificando así el aumento de los presupuestos militares en detrimento de los sociales u orientados al desarrollo productivo.

Mientras tanto las industrias de los complejos armamentísticos obtienen enormes ganancias y los grandes fondos de inversión o especulativos aumentan el valor de sus inversiones financieras, que controlan las más grandes empresas, casi todos los medios internacionales y muchos gobiernos.

Algunos de esos gobiernos están amenazando o prohibiendo plataformas de redes sociales (Tik Tok en EEUU, o los medios rusos en Europa), tutelando la libertad de prensa u opinión de supuestas expresiones antisemitas de universitarios estadounidenses que reclaman por los crímenes de Israel en Gaza; opiniones que contradigan el discurso oficial en Europa; los que cuestionen la guerra en Ucrania en Rusia; los que cuestionen los derechos humanos en China; o los medios que no celebran al gobierno en Argentina, a quienes amenazan con quebrarlos, mientras financiarían generosamente a periodistas y medios afines por distintas vías –como YPF o Anses-, algunas muy oscuras de fondos reservados o de empresas afines.

Si las guerras, los conflictos dialécticos de alta intensidad, la pobreza creciente en todos lados y la híper concentración de la riqueza son malos, nada es peor que la ausencia de verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, su búsqueda o su sustituto liberal-democrático que es la libertad de opinión y la diversidad en la difusión de las ideas.

¿Podremos los ciudadanos comunes reconocer las mentiras, las medias verdades o al menos acceder a opiniones diversas? No parece fácil en un mundo en donde la mentira, es la verdad, en el que las mayorías sufre el sesgo de confirmación que consiste en sólo ver aquello que coincide con la nuestra.

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