De todas las novedades que presentó la política vernácula en 2021, sin dudas la irrupción de Javier Milei liderando la trouppe libertaria fue una de las más resonantes. La pandemia del Covid-19 y las distintas restricciones que el Gobierno impuso en el marco de la cuarentena fueron creando las condiciones ideales para repensar el Estado. Y Milei fue uno de los que mejor aprovechó estas circunstancias, encontrando el tono dramático para criticar y acusar a la “casta política” de todos nuestros pesares (pasados, presentes y futuros).
Es evidente que Javier Milei prefiere gritar antes que dialogar. Él no vino a dialogar, sino a romper con la política tradicional. Sus gritos desencajados son parte ya de su marca personal, al igual que su cabellera prolijamente batida “lingera style”. Sabe que grita, pero lo hace adrede, porque espera que sus gritos sean percibidos por la sociedad como los exabruptos de un apasionado que es víctima del sistema. Sus excesos de furia y su despliegue neurótico serían el reflejo de lo que les pasa hoy a muchos argentinos, que no son escuchados y por eso necesitan gritar.
Su retórica categórica y explosiva fluctúa entre los extremos, pasando de ser víctima a ser victimario del mismo sistema que critica. Su aire nervioso y sus ojos llamativamente irritados se presentan como el caparazón traumado de un espíritu justiciero. Por ello Milei pretende ser agresivo y entrañable al mismo tiempo, una suerte de rockstar desmesurado, con un lado recio y otro tierno. Y eso cae bien a mucha gente, en especial a los jóvenes desencantados con la política. Se percibe a sí mismo como el síntoma que viene a desnudar la enfermedad que afecta a la sociedad argentina, que es una enfermedad moral.
Por eso su show es irresistible, y mucho más si es televisivo, porque tiene un brillo patológico genuino: es el chico bulleado que hace bullyng, el maltratado que se convierte en maltratador para repetir su propia historia familiar. Durante la última campaña electoral, Milei contó en una entrevista que su padre empleaba la fuerza física contra él, que le pegaba, y que su madre era cómplice, porque observaba las escenas de violencia y no hacía nada, no lo defendía. Y en términos similares describe su relación con el Estado: es la voz del abusado por la autoridad (que lo obliga, por ejemplo, a vacunarse), y esto hace que su performance sea hipnótica. Milei vive tan intensamente su relación de abuso, y es tan cándido en su dramatismo, que todas sus peleas supuestamente ideológicas derivan en psicodramas. Tal vez por eso el fenómeno Milei no pueda ser comprendido en toda su complejidad sino a través de la perspectiva psicológica.
En su rol de maltratador su blanco predilecto suelen ser las mujeres, y más aún si éstas no son expertas en economía, una disciplina que Milei se jacta de manejar a la perfección. Hace unos meses, a una periodista tucumana le enrostró que era una “burra” y una “estúpida” ante un auditorio en pleno, sin mostrar ningún signo de empatía ni comprensión. Lamentablemente, sus seguidores lo imitan en este aspecto. Los graves insultos que recibió la joven diputada porteña Ofelia Fernández por parte de un legislador libertario en la Legislatura de la CABA, que la descalificó por su aspecto físico y su condición de mujer, son un triste ejemplo.
Su verborragia parece no tener límites. Unas semanas antes de las elecciones, Milei se despachó contra un Larreta ausente en los peores términos, diciéndole: “Te voy a aplastar, zurdo de mierda, sorete”. En rigor de verdad, resulta imposible ganar cualquier batalla cultural recurriendo a semejante lenguaje, sobrecargado de violencia y resentimiento. Extrañamente, ese léxico fecal convive con una jerga plagada de tecnicismos que el economista dispara orondo como si se trataran de misiles de alta precisión.
Los actos políticos de Milei tienen el formato de clases, dictadas en tono de bronca por un profesor con aura de loco que explica a los gritos nociones básicas de economía ante un auditorio conformado mayoritariamente por jóvenes que aparentan (sólo aparentan) entender la lección que se les está impartiendo. Allí exhibe con asombrosa simplicidad su visión de la historia argentina con un nivel propio de la escuela secundaria, para reivindicar a políticos y juristas liberales del siglo XIX, como Roca y Alberdi, sin reparar que este último era un férreo defensor de la libertad de pensamiento y de expresión, libertades que Milei y su trouppe no respetan en modo alguno. También repite sin inmutarse que, hacia fines del siglo XIX, Argentina había llegado a ser la primera potencia mundial, lo cual es falso, ya que nuestro país jamás ocupó ese lugar.
Es que las dotes de Milei como “influencer” tienen límites: lo suyo decididamente son las redes sociales y el monotema económico. Cuando se aparta de ese libreto, el ahora diputado nacional puede llegar a sostener que el cambio climático es “un invento de la izquierda”, es decir, del comunismo y del socialismo, corrientes ideológicas que Milei no deja de denostar, con obstinada e inagotable crueldad. Hasta ahora, el líder de “La Libertad Avanza” no ha debutado en la ironía y la diplomacia. Tampoco en el arte de dialogar y buscar consensos, algo que resulta esencial en política. Por el contrario, Milei ha dado rienda suelta a su lengua recia y machista, recargada de intolerancia y prejuicios. Su espacio político está poblado por fans del bitcoin, y afines a Trump y Bolsonaro. Sus popes combinan las ostentación con tips sobre cómo enjabonarse correctamente y otras trivialidades. Su zona de confort ya no es la de ser exitosos emprendedores que gozan de sus ganancias, sino la de apostar a la timba de las criptomonedas, convertidas hoy en la nueva panacea del mercado financiero mundial.
En su particular concepción, Milei arbitrariamente incluye en lo que denomina como “casta política” a todos aquellos dirigentes que no coinciden con su ideología liberal. Hasta Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal serían referentes de aquella casta, que engloba al Peronismo y al Radicalismo en su conjunto, responsables del atraso y la decadencia que padece nuestro país.
La excepción la marcan algunos “halcones” del PRO, como Patricia Bullrich y Mauricio Macri, a quien se ha acercado. Primero había criticado duramente al gobierno de Cambiemos y luego, sin más, declaró que Macri no era parte de la “casta política”. La explicación es simple: Milei está tan desesperado por agradar, tan cautivo de su propio psicodrama, que no puede resistir un halago, máxime si éste proviene de una figura paterna. Y como el ex Presidente advirtió esa deficiencia, le bastó un elogio para tenerlo de su lado y así ser excluido de la terrible casta. En suma, las razones de este acercamiento son más psicológicas que políticas y desudan la extrema debilidad emocional del líder liberal.
Por cierto, el latiguillo de la “casta política” no es para nada original, por cuanto ya fue utilizado por Vox, en España, en 2014. Pablo Stefanoni, autor del libro “¿La rebeldía se volvió de derecha?”, explica en detalle cómo el marketing y las técnicas de comunicación que utiliza Milei replican las ya probadas con éxito por Vox, por Trump y por Bolsonaro.
Aunque resulte difícil de comprender, el estilo bizarro de Milei cuajó rápidamente en la escena política argentina. En las Paso obtuvo un prometedor 14% de votos en CABA y en las legislativas mejoró su performance con un fulgurante 17%, que lo consolidó como la tercer fuerza política de aquel distrito y le dio a su sector representación parlamentaria en el Congreso de la Nación. De todos modos, al economista que se define como anarcocapitalista no le interesa su trabajo parlamentario (de hecho, faltó a la primera reunión de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, alegando que esa reunión constituía “una farsa”), porque ya comenzó a abrazar su proyecto presidencial. Definitivamente, Milei sueña con ser el líder de un movimiento libertario que sea capaz de articular un abanico de utopías audaces (entre ellas, eliminar al Banco Central) con las cuales detonar el status quo de la política local.
Los próximos capítulos acerca de este fenómeno (novedoso, más no original) deben aún escribirse, pero su contenido depende menos de Milei y su grupo de libertarios que del resto de la dirigencia política nacional. La lapicera está de este lado del escritorio. No quedan dudas al respecto. Sólo resta que ello sea advertido a tiempo.