Mientras el país entero sufre ramalazos de las horribles internas que asedian a las grandes coaliciones, y los principales medios periodísticos promocionan el canto de cisne de aquéllas, en paralelo esos mismos medios propalan el avance empecinado de los referentes libertarios y pregonan contra un “Estado elefantiásico” que debe reducirse a la mínima expresión. Mientras tanto, digo, la vida política de las provincias sigue su curso, afectada por aquellas irreductibles tiranteces: entre oficialismo y oposición, entre fracciones de cada coalición, entre factores de poder frente a la clase política, y dentro de los más relevantes grupos de lobby, se trate de industria, campo, finanzas o servicios.
Así, entre tanta necedad, se explica la repercusión de propuestas de una simpleza elemental, como la intención de un candidato a intendente tucumano (Enrique Lazarte, en Tafí Viejo), de instalar 1.000 inodoros para que todos puedan cumplir con un elementalísimo derecho humano: satisfacer sus necesidades fisiológicas contando con “sanitarios” (por algo se los denota de ese modo). Ello supone conexiones de infraestructura pública básica que son en estos tiempos y aún en ciudades de escala importante, un sueño incumplido.
No debemos tomar en sorna dicha proposición. Estamos frente a temas que realmente importan a las mayorías, inmersas en un aciago proceso electoral como el que nos toca vivir. Lo azaroso -e infausto- de esta hora no radica en ejercer el derecho a elegir (y los que recordamos cuán duro fue no tenerlo, debemos reivindicar por siempre el haberlo recuperado). Lo lamentable es tener que honrar el deber de votar por representantes cada vez menos sintonizados con la realidad.
En todas las provincias y municipios tendrán que imaginarse métodos renovados y concretos para que no falte la energía eléctrica, se extiendan las redes sanitarias o el colectivo pase algunas veces al día. Para que no nos asalten todo el tiempo. Para que abran (y atiendan) los centros de salud o las escuelas. Para que millones de personas tengan sus cuatro comidas diarias. Para no morirnos afectados por pestes de siglos pasados.
Decían algunos que el anuncio de una inflación mensual (cercana al 8%) había sido celebrado por opositores diversos, y dentro del Frente de Todos, por el camporismo. ¿Es posible tanta estupidez? Nadie le puede negar a Sergio Massa la seria disponibilidad que está poniendo, aunque por ahora no alcance. Es urgente e indispensable un esfuerzo serio de la toda la dirigencia por encauzar la economía, pero el debate de “la política” sigue discurriendo en peleas por fútiles candidaturas.
“Isola allagata”
La superficialidad también complica a nuestra esmerada ínsula. Hacemos por Córdoba ha establecido como único hecho cierto que el 25 de junio serán las elecciones provinciales. Una buena cantidad de municipios se ha plegado. Pero el gobierno, como el partido, están estancados. Las dificultades arrecian. Que el llaryorismo haya utilizado a sus periodistas-voceros para informar que el intendente de Córdoba está mediando en el conflicto docente, amén de desnudar el desgaste de la gestión Schiaretti, ¿servirá para resolver los problemas?
Las disputas detrás de las fórmulas en provincia y capital, donde nadie termina de anunciar nada, exhibe el límite para consensuar los tándems. Algunos dicen que no es sólo desacuerdo.
No aparecen, hasta ahora, figuras complementarias con capacidad de traccionar y con electorado propio (lo cual es vital frente a una eventual fórmula Juez-De Loredo, apta para encauzar colectoras diversas de votos). ¿Habrá que buscar afuera?
Hubo una gran reunión en un hotel camino al aeropuerto la semana pasada, para funcionarios y candidatos peronistas, que -además de no moverle un pelo a nadie- sirvió para que muchos intercambien con sigilo la sensación de temor. Los graves problemas que no se resuelven en Salud (y no me refiero sólo al frente judicial-penal, sino a los laborales y también a los epidémiológicos, con dos muertes por dengue en pocos días y tremendos coletazos por las enfermedades respiratorias estacionales); la profunda crisis que sigue sin conjurarse en la Policía; más los reclamos salariales de los maestros; a los que se sumarán los empleados públicos, son algunos de los muy comprometidos temas de gestión que acechan hasta la elección.
En tanto, en la ciudad de Córdoba sigue sin fijarse la fecha de los comicios, y sus principales funcionarios, enfocados en redondear una gestión exitosa, están muy preocupados por el mero transcurso de los días. “En esta ciudad te puede explotar una bomba en cualquier momento y en cualquier parte, habría que votar cuanto antes”, murmuran.
La versión cordobesa de Juntos por el Cambio trabaja confiada: “la gente nos dice que ha terminado un ciclo”, se repite por doquier. Creen que el 56% que Schiaretti alcanzó en 2019 es ficticio. “La buena relación con Macri infló ese porcentaje”, señalan. Consideran que el “factor Mauricio” beneficiará esta vez, pese a los rumores de transfuguismo de los candidatos cambiemistas, especialmente de los de De Loredo.
Además de la debacle kirchnerista, el gran desgaste sufrido por el peronismo cordobés en la gestión, y el menor nivel de predicamento que presenta Llaryora respecto a su predecesor ponen al oficialismo a tiro de ser vencido: hoy le asignan un 45% real de intención de voto.
No la tienen fácil, empero, los amarillos: pesa la interna en CABA y, en el fondo, todos saben que habrá que entenderse con quien financie la campaña (muchos dicen que la vía a tal efecto sería el larretismo, corriente que consecuentemente tenderá a imponer, según se avizora, sus criterios).
Mientras tanto, Córdoba también necesita propuestas sensatas. A la ciudadanía de a pie, cuyas penurias se multiplican por minuto, los cabildeos le resultan cada vez más irritantes. Cuidado con confundir operativos: estamos más cerca del pavor, que del clamor.