Pepe Mujica: El guerrero que se ganó el derecho a descansar

El martes 13 de mayo no fue un día más en la vida de la República Oriental del Uruguay.

Pepe Mujica

El martes 13 de mayo no fue un día más en la vida de la República Oriental del Uruguay, porque una sensación de luto y tristeza invadió las calles y el ánimo de su gente. Ese día José “Pepe” Mujica, vencedor de mil batallas, perdió la guerra definitiva contra el cáncer (de esófago). Hacía unos meses que le habían diagnosticado metástasis en hígado, las secuelas del tratamiento ya le impedían alimentarse y se sentía muy débil y cansado. Fue entonces que decidió tirar la toalla: “Hasta acá llegué”, había dicho a principios de enero, y pidió que lo dejaran tranquilo, que quería atravesar la etapa final de su vida en su chacra, andando en tractor y recorriendo sus plantaciones. Y así se despidió de la vida, a los 89 años, a días de cumplir los 90.

Icono de la izquierda latinoamericana, “Pepe” Mujica fascinó al mundo por su austeridad y su honradez. Era una rara avis de la política, un verdadero revolucionario romántico: “Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido y le di un sentido a mi vida. Moriré feliz. Gasté mi existencia soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos, pero no importa, no tengo cuentas por cobrar”, confesó en octubre, muy afectado por las sesiones de radioterapia que recibía como tratamiento contra la enfermedad.

José Alberto Mujica Cordano había nacido en 1935 en el barrio Paso de la Arena, en la periferia rural de Montevideo. Su madre era horticultora y su padre murió en la pobreza en 1940, cuando “Pepe” tenía apenas cinco años. A los 14, en plena adolescencia, el joven Mujica ya reclamaba en las calles reivindicaciones salariales para los obreros de su barrio. A principios de la década de sesenta, junto a Raúl Sendic y otros militantes de izquierda, fundó el “Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros”.

Conoció la clandestinidad y la prisión. Estuvo privado de su libertad en cuatro ocasiones y participó en dos fugas, una de ellas legendaria, en septiembre de 1971, cuando 106 guerrilleros huyeron de la cárcel de Punta Carretas (Montevideo) por un largo túnel cavado durante meses. Fue recapturado (recibió seis balazos en su cuerpo), y en 1972 se convirtió en uno de los “nueve rehenes” del régimen militar: Si la organización guerrillera volvía a tomar las armas, los cabecillas tupamaros serían directamente ejecutados.

La película “La noche de 12 años” (2018), de Álvaro Brechner, reconstruye el paso de Mujica por el presidio. “Nos tocó pelear con la locura, porque más bien en ese tipo de prisión buscaron que quedáramos lelos. Y triunfamos: No quedamos lelos”, expresó el día del estreno. Para mantenerse cuerdo recurrió a los recuerdos, primero, y a los libros después, una vez que le permitieron leer. Siempre contaba que la lectura lo salvó de la locura. Sin embargo, no salió del todo ileso de aquella traumática experiencia. Más de 10 años confinado en una oscura celda de mínimas dimensiones, dejaron secuelas en su salud: Enfermó gravemente de la vejiga y llegó a perder un riñón, pero increíblemente logró sobrevivir.

Con el regreso de la Democracia recuperó su libertad gracias a un perdón general (amnistía), en el año 1985. Mujica emergió de aquel infierno más sabio, más reflexivo, sin odios ni rencores y con ánimo de reconciliación. Y apenas pudo volvió a su antigua pasión: La política. Los “tupas” dejaron las armas, aceptaron las reglas del sistema democrático y en 1989 se incorporaron al “Frente Amplio”, fundado por el general Líber Seregni. De este modo, “Pepe” pudo reconvertirse y transformarse en una de las figuras políticas más importante de Uruguay y de la región. Su carrera tuvo varios hitos de trascendencia: En 1994 fue electo diputado por Montevideo; en 1999 fue electo senador; en 2005 integró el gabinete de Tabaré Vázquez, desempeñándose como ministro de Ganadería; y cinco años después alcanzó la Presidencia de su país, triunfando en las elecciones con el 55 % de los votos.

Una anécdota refleja fielmente su estilo de vida sencillo y hasta campechano:  En su primer día como senador, llegó en moto al Senado, vestido de paisano, directamente desde su chacra en Rincón del Cerro, ubicada a media hora de la Capital. Allí vivió desde 1985 hasta su muerte, rodeado de plantas y hortalizas, cultivando flores, con su perra de tres patas Manuela y demás animales de granja. Ese fue su refugio natural, donde llevó hasta el paroxismo su militancia por la frugalidad y la humildad. Nunca se bajó de su viejo tractor ni cambió su escarabajo Volkswagen color celeste, modelo 1987, ni siquiera cuando fue Presidente.

En su primer discurso presidencial ante el Parlamento uruguayo, prometió “educación, educación y más educación”. Este fue, sin dudas, su mejor y más potente programa de gobierno. Así, durante su gestión logró jerarquizar la formación destinada al aprendizaje de oficios y se creó la Universidad Tecnológica. Además, impulsó decididamente una agenda de derechos que fue vanguardista en la región: legalizó el aborto, aceptó el matrimonio igualitario y reguló el comercio y consumo de marihuana. El mundo, de pronto, comenzó a observar y mostrar interés por Uruguay. Allí, un líder humanista y pacifista estaba llevando adelante un plan progresista, ampliando derechos, con base en la solidaridad y la justicia social. Para Mujica, siempre lo colectivo fue más importante que lo individual.

En 2015, horas después de dejar el cargo, recibió en su chacra al rey de España, Juan Carlos de Borbón. “Dicen que soy pobre. Pobres son los que precisan mucho. Yo aprendí a vivir liviano de equipaje. Tu no puedes porque tuviste la desgracia de ser rey”, le dijo entre risas, con la espontaneidad que lo caracterizaba. Habitualmente lo retrataban como el presidente más pobre del mundo, y ante eso Mujica replicaba: “Mi mundo es éste, ni mejor ni peor, diferente”. La clave está en la moral y en las convicciones, repetía. “El problema es que nos toca vivir una época consumista, donde pensamos que triunfar en la vida es comprar cosas nuevas y pagar en cuotas. Estamos construyendo sociedades autoexplotadas. Tenemos tiempo para trabajar, pero no para vivir”. Por eso siempre invitaba a los jóvenes a vivir con sobriedad, “porque cuanto más tenés, menos feliz sos”.

Su compañera de ruta fue Lucía Topolanzky. La relación sentimental nació en sus años como guerrillero, de hecho se conocieron en una operación clandestina, cuando él tenía 37 años y ella 27. Luego, se reencontraron en 1985, ya en Democracia. Topolanzky llegó al Senado en 2005 por el Frente Amplio y en 2010 tuvo el honor de colocarle la banda presidencial a su marido, por haber sido la legisladora más votada.  Años después sería la vicepresidenta de Tabaré Vázquez. “Pepe” y Lucía se mantuvieron unidos hasta el final. “El amor no tiene edades. Cuando eres joven, es una hoguera. Y cuando eres viejo, es una dulce costumbre. Si estoy vivo (aún) es porque está ella”, reconoció poco antes de morir.

Finalmente, en 2018 Mujica dejó la política activa. Renunció a su banca en el Senado (último cargo que ocupó) con una carta dirigida a la titular del Congreso, que era su propia esposa. En dicha misiva alegaba “motivos personales y cansancio (luego) de un largo viaje”. Ya había superado la barrera de los 80 años. No obstante, siguió militando en el Frente Amplio y opinando sobre la actualidad de su país, de Latinoamérica y del mundo. Se alejó de la función pública pero nunca de la militancia. Sus últimas reflexiones, de todos modos, fueron más filosóficas que políticas.

Al enterarse que padecía cáncer prometió dar batalla, aunque para entonces era evidente que no contaba con las fuerzas necesarias para enfrentar a semejante enemigo. “Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo y todo guerrero tiene derecho a su descanso”, declaró en la última entrevista concedida al semanario “Búsqueda”. En ese momento comunicó al mundo su decisión de morir en la chacra y descansar “debajo de la secuoya grande”, donde en 2018 había enterrado a su perra Manuela. Y desde el jueves pasado allí descansa, junto a su querida Manuela, en su tierra, en su amada chacra, que era su lugar en el mundo, donde el gran guerrero oriental eligió vivir y morir en paz.

 

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