Por qué festejamos

Por Eduardo Ingaramo

Por qué festejamos

Los argentinos somos de festejar mucho, es una de nuestras características particulares. En algunas comemos y bebemos, en otras viajamos, y en otras simplemente no trabajamos. Eso revela a grandes rasgos nuestros valores dominantes.

Las festividades en las que no trabajamos suelen ser civiles y patrias. Algunas de ellas se están convirtiendo en fiestas culinarias de platos tradicionales, en donde festejamos en pequeños grupos, o en grandes fiestas generosamente auspiciadas por gobiernos y algunas empresas.

Así, se reemplazaron parcialmente aquellas enormes paradas militares por leches chocolatadas, empanadas, locros, humitas o choripanes, mientras que los asados pasaron para mejores épocas… Son ejemplos el Día del Trabajador, el 25 de Mayo, el 9 de Julio, o los largos feriados de la semana que viene, en conmemoración de nuestros héroes Miguel Martín de Güemes y Manuel Belgrano.

Las disposiciones sobre feriados largos –con fines turísticos- permiten (a unos pocos) viajes cortos que completan la hotelería regional, mientras la mayoría visita parientes o amigos, o tienen que servir a los que viajan; como ocurre en Carnaval, Semana Santa y el resto de los “findes XL” o “XXL” dispuestos cada año, que incluyen los festejos civiles más nuevos, como el de la Memoria, la verdad y la justicia -24 de marzo-; del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas –2 de abril- que son trasladables. Otros, que no son trasladables, dependen del día de la semana en que se festejan, y pueden ser turísticos o no, como el del Paso a la Inmortalidad del General San Martín -17 de agosto-, el de la Soberanía -20 de noviembre-, o el de la Inmaculada Concepción de María -8 de diciembre.

Por último, en el interior se festejan localmente sus fundaciones o las de sus Santos Patronos, y en la comunidad judía se festejan sus Pascuas, el Día del Perdón y su Año Nuevo.

Pero los festejos más intensos son familiares o de amigos, que revelan en forma indubitable nuestros valores culturales afectivos.

Allí están el Día del Amigo -20 de julio- que, independientemente del día de la semana, se festeja intensamente; el Día de la Madre; la Navidad, de característica más familiar; el Año Nuevo, más de amigos; y, recientemente, el de Los Enamorados.

Así, es claro que los afectos con amigos, parejas enamoradas, las madres y la familia son sin dudas reveladores de nuestros valores culturales actuales.

No es extraño que así ocurra. Luego de las crisis sucesivas, donde se rompieron acuerdos comerciales y, especialmente, familiares, históricos, como el rol proveedor de los padres (que así solían sostener su machismo), lo que, obviamente, está en crisis ante sus dificultades, la incorporación de mujeres al mundo del trabajo rentado, y, por supuesto, su lucha por la igualdad de derechos, por su libertad para decidir tener o no hijos, y contra la violencia familiar.

Los festejos a las madres, las familias y los amigos o parejas son síntomas de nuestra valoración por esas relaciones, en la medida que se convirtieron en bases afectivas que logran contenernos más allá de las diferencias, que son frecuentes hacia dentro de las familias.

Si esta lectura de síntomas es real y generalizada, puede servir para cualquier forma de comunicación, sea publicitaria, política o social, de organizaciones de todo tipo que pretendan asociarse a esta tendencia.

De hecho, eso ya ha ocurrido en la comunicación publicitaria, que busca imponer la “obligación” de regalar, o de consumir “las bebidas del encuentro” en reuniones de amigos. También en la comunicación gubernamental, que organiza y auspicia eventos masivos especialmente orientados a jóvenes.

Allí, los festejos de los estudiantes en setiembre captan la atención de los más jóvenes con sus amigos, por lo que gobiernos, empresas y organizaciones de todo tipo organizan y auspician reuniones multitudinarias, que incluyen festivales de música que se han vuelto “tradicionales”.

Otras todavía no han adquirido la identidad suficiente como para tener un festejo y/o feriado propio. Por ejemplo, la reivindicación de la educación de todo tipo, y en especial la universitaria, que se ha revelado, en la última manifestación, como transversal a todas las clases sociales, todas las ideologías y todas las edades; por lo que, seguramente, pronto algo surgirá como un festejo, o feriado, que la ponga en la agenda anual, en un septiembre sin feriados nacionales.

Festejar es la forma más estimulante de luchar por aquello que valoramos, y nos proyecta hacia los mejores sueños que, de imponerse, nos impulsan a las utopías y nos generan esperanzas. Mientras que la tristeza, la bronca y el odio, que hoy parecen dominar nuestras emociones actuales, sólo pueden generar desazón y rupturas.

Es hora de que construyamos sobre esas coincidencias en lo que festejamos.

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