Si hay un teólogo y un papa que a lo largo de su vida reflexionó y enseñó sobre la razonabilidad de la fe, éste fue Joseph Ratzinger. No es casualidad que también hablara de ello en las últimas líneas de su testamento espiritual, hecho público el día de su muerte: «He visto y veo cómo de la maraña de suposiciones ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todos sus defectos, es verdaderamente su cuerpo». Sin embargo, este énfasis nunca ha significado, para él, reducir la fe a un «sistema» filosófico, a una arquitectura de ideas, a una lista de normas morales, acabando por olvidar que la fe cristiana es el encuentro con una Persona, como se lee en el prólogo de la encíclica “Deus caritas est”. En una entrevista concedida al mensual alemán Herder Korrespondenz, publicada en julio de 2021, el papa emérito observaba: «El creyente es una persona que se interroga. En este sentido, el pensamiento de una ‘fuga hacia la doctrina pura’ me parece absolutamente irreal. Una doctrina que sólo existiera como una especie de reserva natural, separada del mundo cotidiano de la fe y sus exigencias, representaría en cierto modo la renuncia a la fe misma”.
Ya como cardenal, en 2001, Ratzinger había pronunciado palabras muy claras sobre no caer en este reduccionismo: «La naturaleza de la fe no es tal por la cual a partir de un determinado momento se pueda decir: yo la poseo, otros no. La fe sigue siendo un viaje. A lo largo de nuestra vida sigue siendo un camino y, por tanto, la fe está siempre amenazada y en peligro. Y también es saludable que se escape así al riesgo de transformarse en una ideología manipulable. A riesgo de endurecernos y hacernos incapaces de compartir la reflexión y el sufrimiento con el hermano que duda y se interroga. La fe sólo puede madurar en la medida en que soporte y se haga cargo, en cada etapa de la existencia, de la angustia y de la fuerza de la incredulidad y finalmente la atraviese hasta el punto de volver a ser viable en una nueva época».
La fe, como recordaba el mismo Benedicto XVI y como le gusta repetir al papa Bergoglio, sólo se transmite por atracción y no por proselitismo o por imposición. El creyente no es el que «posee» algo que puede «administrar». El cristiano no dispensa respuestas preconfeccionadas para explicarlo todo a todos. El cristiano sólo puede hacer reverberar alguna chispa del don que ha recibido, y cuando esto ocurre es por pura gracia. Por esta razón, está llamado a buscar a Dios dialogando con todos, haciéndose cargo de las dudas y de las heridas existenciales de los que no creen, acompañando a todos, sin considerarse jamás como que ha «llegado». Joseph Ratzinger, también en esto, ha sido un testigo y un maestro.