Reducirse

Por Pedro D. Allende

Reducirse

Mientras repaso obligado (no hay otra cosa que leer) la enésima réplica de una comilona de entresemana, con dirigentes importantes pero medianos, de esos que cada tanto empresarios “celestinos” suelen reunir como para mostrar una vía moderada, aunque de incierta articulación y reservado pronóstico de rendimiento electoral (reunión vinculada a un evento del grupo CNN, celebrado a horas de la cena); o compruebo que nadie tiene información sobre un rumbo probable para la decadente dupla a la que muchos millones de argentinos confiaron los destinos del país hasta 2023 (ni siquiera los entornos de ambos protagonistas pueden anticipar futuros episodios); o descubro la foto de dos ex presidentes en un lejano condominio de lujo, en el que el bridge puede haber sido parte de la conversación; o trato de entender cómo conciliarán en ese espacio la docena de hombres y mujeres que, por nivel de gobierno, amagan con disputarse la primera candidatura de cada tramo, opto por entretenerme con Netflix.

Llamó mi atención Downsizing (Paramount, 2017, titulada en español “Pequeña gran vida”, escrita y dirigida por Alexander Payne), protagonizado por Matt Damon, en el film un gris norteamericano promedio llamado Paul Safránek, nativo de Omaha (capital de la mediterránea Nebraska), terapista ocupacional asalariado en una empresa. Su rutina se reparte de manera predecible entre la asistencia a su madre y sus deberes conyugales, hasta que el conocimiento de un experimento concretado en Noruega concita su atención. En el país nórdico, una comunidad liderada por un respetado científico, retomando estudios desarrollados por un instituto que combina excelencia y altruismo (creado en el marco de la llamada responsabilidad social empresaria tras la posguerra), ha patentado un procedimiento para reducir el cuerpo humano, con carácter irreversible, pero sin perder capacidades, a unos doce centímetros. Una comunidad físicamente comprimida, multiplica los recursos naturales disponibles, en un mundo que carcome sus reservas a la velocidad de la luz.

Reconvertida esta alternativa de inspiración ambientalista a sensacional oferta de consumo en los EEUU, Paul Safránek (quizá más por influencia que por decisión propia) vislumbra una posibilidad de valorizar sus menguados activos y alcanzar la dorada jubilación a los 40, reduciéndose y empezando una nueva vida, junto a su esposa, en Leisureland (algo así como el “lugar del ocio”), un lujoso condominio en miniatura en el que un collar de diamantes cuesta ochenta y tres dólares, que equivalen a cuatro meses de compra para alimentos de una familia tipo. La reducción, rinde a valores exponenciales.

Pero las cosas no saldrán como se esperaba. Paul se sumerge en una cadena de desventuras y aventuras que transformarán su opción de vida en un devenir imposible de meter dentro de una casa de muñecas. El mundo real, donde se siguen tomando las decisiones, se erige en un escenario temible, de escala gigante, y habrá que afrontarlo.

Empequeñecer en tamaño real

Desde sus orígenes, la inflación ha sido considerada como transitoria. El pago de un impuesto gravoso por todas y todos los que interactúan en una determinada comunidad estatal. Hacer dos monedas de plata de una sola; actualmente, emitir mucho más para pagar lo mismo, o cada vez menos por la lógica erosión del billete. Aguar la sopa para que puedan servirse dos platos, donde nadie saciará su apetito o recibirá los nutrientes indispensables.

La inflación se relaciona con variables internas y externas. Entre las primeras, la capacidad real de conducción de la economía, la posibilidad de desarrollar escalas productivas suficientes, un equilibrio entre gastos e ingresos que se proyecte desde el Estado a las familias y viceversa; entre las segundas, la competitividad internacional, las posibilidades de colocación de bienes y servicios en el mercado global, la adecuada retribución de los términos de intercambio. Muchas estimaciones económicas se relacionan con los indicadores inflacionarios: el costo de la vida, el devenir de precios e ingresos, el ritmo de producción (el impulso o su freno parafraseando al historiador Real de Azúa), el poder adquisitivo real de cada persona (cuanto puede comprar con sus ingresos corrientes, sostenidos en el tiempo). Además, el valor de la moneda nacional cotejada con las extranjeras y en especial el patrón dólar, la capacidad adquisitiva de las divisas, el volumen de importaciones y exportaciones, el crecimiento de determinados rubros en ambos totales. El “riesgo país”, indicativo de la tasa adicional que debe sumarse en préstamos, a países con menos capacidad de pago, ponderando sus dificultades.

Argentina, lo sabemos, perdió terreno década tras década. Fue el país con más inflación en el siglo XX. Tomando los últimos 50 años, en la década de 1970, gobernada por Lanusse, Cámpora, Perón, Martínez de Perón y Videla (con las convulsiones propias de cada etapa), su inflación fue del 1329,2%. En los 80, con las presidencias Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín y Menem, alcanzó el dramático 5241,6% (primer pico hiperinflacionario); En los 90, con Menem y De la Rúa, fue el 2428,3% (segunda “hiper” y finalmente deflación); En los 2000, presidencias De la Rúa, Duhalde, Kirchner y Fernández de Kirchner, 95,1% (recesión, la crisis de 2001, y demás); En la década de 2010, presidencias CFK y Macri, 255,3% y el vértigo prehiperinflacionario que prefigura el bienio de la década en curso: superaremos el 110% con pronóstico muy reservado para el resto de 2022.

Independientemente del/la ejecutor/a y su contexto, se mantuvo la constante. Total de la reducción: 9460,5% ¡Casi un diez mil por ciento de inflación en 50 años!

¿Alguien podría avisarle los señores y las señoras que gastan fortunas en publicitar comilonas en San Isidro? ¿O a quienes trasiegan la distancia entre Olivos y el Congreso de la Nación llevando chismes? ¿O a los que pasan divertidas veladas en Miami? ¿O a los que sin responsabilidad parecen más preocupados por las elecciones que por gobernar?

10.000 por ciento de inflación. La reducción es insoportable y no hay tiempo para seguir tolerando a dirigentes muy cómodos en su propia “Leisureland”. El gigante mundo real sigue decidiendo por nosotros y el colapso, una vez más, se hará sentir.

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