Hay un torrente armamenticio hacia el conflicto en el Donbass. Para no reparar, siquiera, en la insolente y torva conducta de Washington en el mar de China, a casi 13.000 kilómetros de sus costas. Por el contrario, la deficitaria primera ministra británica Mary Elizabeth Truss se pliega entusiasmada a las provocaciones estadounidenses y luego de admitir que podría apretar el botón nuclear, afirma que Londres está listo para trabajar con los aliados, para que “Taiwán pueda defenderse”. Truss anuncia su disposición a interactuar en primer lugar con los EE.UU., Japón y Canadá para “disminuir la dependencia estratégica” de China por parte de Taiwán y “asegurar una respuesta colectiva a la amenaza de agresión militar por parte de Pekín”. Quizá nadie le ha dicho a Liz que existe consenso mundial en torno a la tesis de “una sola China” que proclama Beijing (inclusive del propio Washington) y que, efectivamente, los asuntos de China con su isla son eso, precisamente, asuntos internos en los que Londres no tiene que meter las narices.
Tampoco hay comentarios sobre los desgarradores videos que documentan los salvajes bombardeos ucranianos, con armamento de la OTAN, sobre las ciudades del Donbass o las regiones de Jersón y Zaporozhie. Tampoco ninguna condena por parte de la propia Liz o del anciano ocupante de la Casa Blanca. En cambio, son constantes los belicosos llamados que estos dos habitantes temporales de la jefatura de Gran Bretaña y los EE.UU. hacen para continuar la guerra “hasta el último ucraniano”.
La verdad es un hecho objetivo que no se presta a interpretación. Puede ser deformada. Puede ser falseada o puede ser temporalmente ignorada. Pero la verdad es una sola y a la larga o a la corta termina imponiéndose. En los últimos tiempos ella dio los primeros inicios de su presencia, trasluciéndose en breves comentarios, estados de ánimo o arrebatos desesperados.
¿Cómo interpretar, si no, el abrupto viaje del presidente francés Emmanuel Macrón a Washington, para interceder ante Biden? Son muchos miles de millones de euros que está devorando en Francia la crisis provocada por esa línea belicosa. Al mismo tiempo, The Wall Street Journal advierte que comienza a demostrar signos de destrucción el amplio respaldo en el Congreso norteamericano al suministro de ayuda a Ucrania, que se pierde en el agujero negro de la malversación y corrupción que caracteriza al régimen de Kíev. Muchos parlamentarios cuestionan si no sería mejor gastar estos dineros en la resolución de los agudos problemas socioeconómicos que enfrentan los EE.UU., con una inflación que está llegando a los dos dígitos y un enconado enfrentamiento entre facciones políticas que relativamente obedecen a demócratas y republicanos pero que en la práctica ponen al país al borde de una nueva guerra civil.
En el seno del propio régimen de Kíev, ya inmerso en sordas luchas internas, comienza a ganar terreno la percepción de la derrota tanto en el campo militar como en el político, en el marco de una descomunal deuda externa agravada por los grandes créditos tomados en Washington por la compra, en régimen de land lease, de armamentos y equipos bélicos.
Es notoria la falta de un pleno respaldo occidental, como lo evidencia la negativa de los EE.UU., a entregar misiles de largo alcance o el rechazo europeo al envío de tanques de última generación. Lo que ofrece Washington, para furor del comediante, es seguir pasándole a Kíev obsoleto armamento soviético de hace casi cuatro décadas, en poder de los países de Europa Oriental.
Las dos repúblicas del Donbass, al igual que las regiones de Jersón y Zaporozhie, culminarán pronto sus plebiscitos. Hasta ahora ya se ha registrado en todas ellas más del 50% de los votos y faltan todavía dos días de comicios. En condiciones horribles, soportando bombardeo constante de las fuerzas armadas ucranianas y actos terroristas en ciudades de esa región. Si, como todo lo indica, el resultado arroja la aplastante preferencia de la población por unirse a Rusia, esto podría estar resuelto en los primeros días de octubre, cuando el parlamento ruso acepte la solicitud de las dos repúblicas y las dos regiones y las reincorpore al mapa nacional.
La reciente movilización parcial ordenada por el Kremlin, que implica el 1% de sus reservas y excluye a estudiantes, científicos, especialistas en tecnologías de punta y programadores, tiene como objetivo, precisamente, consolidar esa nueva pertenencia nacional en los territorios reincorporados a Rusia. Una vez en su nuevo status, todo ese territorio será Rusia y cualquier ataque contra él será considerado como una agresión. Ucrania no es miembro de la OTAN ni ingresó a la Unión Europea y todavía ni siquiera se ha discutido su propuesta de tratado de seguridad que Kiev presentó hace unos días ante sus patrocinantes occidentales. Por lo tanto, la OTAN no se siente obligada a participar en el conflicto bélico.
Es posible prever, en cuanto se consolide la nueva realidad geopolítica, un decidido avance ruso hacia el sur, en paralelo con la costa del Mar Negro ya que el Mar de Azov se convierte en un mar cerrado ruso. Recientes ataques en Odessa y en Nikoláiev contra estados mayores ucranianos, centros de concentración de mercenarios, arsenales y plantas de reparación de equipamiento bélico así lo anticipan.
Pese a las formales promesas de ayuda y respaldo, pese a la renovada cadena de sanciones a Rusia, Kíev comprende que ninguno de sus mandantes meterá las manos en el fuego en una aventura atómica con Moscú. Las “advertencias” que le formula la administración norteamericana al Kremlin, ante una eventual utilización del arma atómica por Rusia sirven, antes que nada, para salvar la cara.
Ni Macron, ni Scholtz ni nadie en Europa está en condiciones de acompañar semejante bravuconada. Por el contrario, el flamante resultado de las elecciones italianas no hace más que confirmar que Europa atraviesa el auge de un nacionalismo de derecha, claramente encaminado a preservar lo poco que le queda de independencia al Viejo Continente. En condición de aguda crisis alimentaria y energética, con un invierno que se cierne cada vez más amenazador y con crecientes manifestaciones de descontento, y pese a la absurda posición de la burocracia de Bruselas, lo que los líderes de las principales naciones buscan es desescalar el conflicto y volver a normalizar la situación.
Todavía no es el momento, pero la tendencia en este sentido se acentuará contrariando las sanciones y presiones sobre Hungría y Serbia, que comprenden claramente la tormenta que se les viene y tratan de mantener buenas relaciones con Moscú. Zelenskiy se queja amargamente del abandono e incluso arremete contra Israel y contra Alemania por no suministrarle más armamentos y no concederle nuevos créditos; afirma que no negociará con Rusia.
Aunque los medios hegemónicos sigan tronando con el eterno castigo a Vladímir Putin y respaldando las falsedades informativas suministradas por el régimen de Kiev, la realidad objetiva marca el ocaso del régimen de Kíev y, como en 2008 en Georgia o este año en Kazajstán, el fracaso de las tentativas del neoglobalismo anglosajón por aislar la alianza ruso-china y desmembrar a Rusia.