¿Sabemos cuáles son nuestros propósitos?

Por Eduardo Ingaramo

¿Sabemos cuáles son nuestros propósitos?

Cuando todo se mueve a nuestro alrededor nuestras referencias históricas se vuelven volubles, inestables y riesgosas. Lo que hacíamos ya no parece una buena idea y los más jóvenes, sin esas referencias históricas, cambian continuamente y son contradictorios, aunque eso no es un atributo exclusivo de ellos. Encontrar un propósito de vida sostenible en el tiempo es un anhelo de todos. ¿Cómo se puede obtener?

Todo cambia, las dudas son más que las certezas, lo que hicimos siempre puede no servir para el futuro si queremos ser felices, esa inestabilidad genera conflictos con los demás y con nosotros mismos.

Los que tenemos más años sentimos que nuestra historia y costumbres son una carga que nos cuesta cambiar, mientras que los más jóvenes, sin esa carga, son más flexibles; pero esa flexibilidad los lleva a buscar sin encontrar lo que quieren, salvo que protegidos por sus progenitores se dediquen sólo a disfrutar, lo que los llevará a no poder sostenerse por sí mismos, ser verdaderamente independientes y felices.

Muchas veces eso nos lleva a buscar fuera de nosotros a “salvadores mesiánicos” o refugiarnos en nuestras “cuevas” de familia, amigos o trabajo en donde somos reconocidos y aceptados, pero sin posibilidades de evolucionar más allá de ellas.

Sin embargo, existe una forma de encontrar ese propósito sostenible. Los requisitos de ese propósito sostenible son hacer: 1) lo que nos gusta, 2) lo que sabemos hacer, 3) lo que nos pagan, 4) lo que el mundo necesita. Así los gustos personales, lo profesional, lo económico y lo social pueden darnos una coherencia interna que nos satisfaga sin contradicciones mayores.

Cuando vemos personas satisfechas, vemos en ellas que, de alguna forma han logrado al menos en parte estos cuatro requisitos, aunque en algún momento hagan lo que no les gusta y sólo porque le pagan, lo que se observa en un sufrimiento durante la semana laboral y un disfrute los fines de semana o vacaciones.

Lo que nos gusta es viable siempre que lo sepamos hacer, y en eso pongamos la pasión necesaria para sostenerla en el tiempo con eficacia. De ese modo, esa eficacia y eficiencia en lo que sabemos hacer permitirá que nos paguen por ello, lo que se constituye en nuestra profesión.

Si esa profesión se compatibiliza con lo que el mundo necesita, o si con ella nos quedan recursos –tiempo y dinero- disponibles para hacer lo que el mundo necesita, habremos logrado una vocación. Y si lo que el mundo necesita nos gusta hacerlo tendremos una misión que podrá aportar y hacernos soñar con un mundo mejor.

Así, un poco de pasión, una profesión, una vocación y una misión compatibles entre sí pueden darnos un propósito que nos satisfaga con nosotros mismos, con nuestro trabajo y con el mundo -o, al menos, con aquella parte que nos rodea.

No obstante, como todo cambia, es posible que en esta transición cambiemos nuestros gustos, nuestras habilidades capacitándonos, nuestros oficios o profesiones por los que nos pagan, o la priorización de lo que el mundo necesita, pero siempre buscando un equilibrio entre ellos.

Tener como propósito solamente alguna de estas características –sea la pasión, la profesión, la vocación o la misión- es difícil de sostener, porque significa renunciar a las otras, lo cual puede ser heroico, intrascendente o auto centrado, pero siempre insostenible con grandes conflictos internos y con el entorno cercano o lejano.

Si eres mayor, no te quedes en tu casa, ni te refugies en tu trabajo, disfruta, comprométete con los demás voluntariamente, en especial si te sobra tiempo o dinero que nadie pondrá en tu féretro.

Si eres joven, no pierdas el tiempo yendo hacia cualquier lado sin saber a dónde llegarás o cómo será el camino que recorrerás. Ser feliz es más que gozar y disfrutar, pero lo incluye. Por lo que aprender aquello que te gusta es un buen comienzo, siempre que te paguen por ello y mejor aún si eso es algo que el mundo necesita.

Es claro que no es fácil lograrlo, mucho menos en el corto plazo, pero es evidente que, si no lo descubres y lo intentas, nunca lo harás, y como decía Eduardo Galeano «la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».

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