Tres vacunas

Cartas de lectores

Tres vacunas

Sr. Director

En los primeros días de agosto finalizó la Semana Mundial para la Promoción de la Lactancia Materna. Motivo para ratificar, como cada año, a este modo de alimentación natural como instrumento de colosal impacto en la salud integral de niñas y niños, con beneficios incluso cuando estos pequeños ciudadanos se convierten en adultos. A partir de sus indiscutidos beneficios, esta fuente nutricional de probada calidad generada por madres de cualquier condición social, económica, cultural o educativa, es considerada como una auténtica vacuna por su importante función en la prevención de enfermedades.

Un segundo tipo de vacunas lo constituyen aquellas que evitan patologías infecciosas específicas (tos convulsa, sarampión, poliomielitis, neumonías, y muchas otras como la más reciente utilizada en la pandemia por Covid-19), desarrolladas en centros de investigación generalmente universitarios, y comercializadas por laboratorios.

Además de las mencionadas, y a partir de sensatos razonamientos y muy claras evidencias, disponemos de un tercer tipo de herramientas de prevención basadas en las condiciones del ambiente, que los expertos llaman “Determinantes Sociales de la Salud” (DSS): algunos de ellos son nutrición y agua apropiados y suficientes, abrigo, vivienda digna sin contaminación acústica, aérea o química, eliminación correcta de excretas, acceso irrestricto y de calidad a la educación, a la salud y a la justicia, trabajo seguro y dignamente remunerado de las familias, no violencia ni abandono y también, considerando que somos seres complejos con capacidad cognitiva, sensibilidad y emociones, se agregan a esta lista actividades académicas, artísticas, físicas, culturales, de esparcimiento, condiciones todas que se superponen con los derechos humanos básicos. Cuando estos DSS son favorables, evitan o disminuyen enfermedades o trastornos diversos. Cuando, por el contrario, estos marcos ambientales son adversos, insuficientes o inexistentes, pueden generar cambios químicos que operan incrementando la frecuencia de enfermedades o la gravedad de las preexistentes, con tanto mayor impacto en la salud física y mental, cuanto más joven es el individuo afectado: recientemente la OMS expresó que la infancia es “exquisitamente vulnerable” a deficientes condiciones de vida cotidiana, pero los artistas, con su fina sensibilidad suelen adelantarse a los saberes, como lo hizo la poetisa chilena Gabriela Mistral que ya había expresado: “Estamos enfermos de muchos errores y de otras tantas culpas, pero nuestro peor delito se llama abandono de la infancia. Muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar; el niño no. Él está haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos. A él no se puede responder: mañana… él se llama ahora…”

Como bien se sabe, los humanos somos el resultado de la interacción entre herencia genética y factores circundantes, y éstos incluso, son más importantes, validando de este modo el lúcido enunciado que afirma: “Los genes son el teclado, el ambiente es el pianista…”; en efecto, cuando se atienden apropiadamente las desigualdades (que no son naturales, sino injustas…), es posible abordar exitosamente uno de estos dos términos que marcan la diferencia entre salud y enfermedad. Por lo tanto, los DSS son consumados protectores y pueden ser considerados como la tercera vacuna, que, igual a las mencionadas en párrafos anteriores, se constituyen en formidables estrategias de mantenimiento y prevención de la salud.

A menudo se arguye que para alcanzar esos objetivos se precisan muchos recursos, pero se olvida considerar el precio a pagar por la enfermedad, no sólo en asistencia especializada, hospitalizaciones y medicamentos, sino además en sufrimiento, dolor, escasa o nula capacidad de trabajo y producción, situaciones perturbadoras para la comunidad, que realimentan un círculo vicioso permanente de inacabables trastornos. No se trata sólo de solidaridad (que debería ser razón suficiente para su implementación…) si no, además, de disponer de inversiones con estupenda relación costo-beneficio (como lo advierten economistas inteligentes) que redundan en significativas ganancias para la comunidad y el Estado. Naturalmente el manejo de los recursos necesarios surgirá a partir de la utilización juiciosa y prudente de los dineros públicos y, también, incrementando gravámenes a sectores de probada solvencia como modo ético para contribuir al bienestar comunitario: no sería demasiado utópico imaginar que sociedades más equitativas, podrían entonces crear más teatros, más escuelas y bibliotecas, gimnasios, universidades y centros de investigación. Y, así, instalar un virtuoso y esperanzador devenir capaz de aliviar los hospitales y hasta despoblar las cárceles.

Por Jorge Pronsato, médico pediatra; magister en Salud Materno Infantil.

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