Visiones liberales de la libertad

Por Eduardo Ingaramo

Visiones liberales de la libertad

En estos días la palabra “libertad” tiene tantos significados como intérpretes. Su polisemia confunde y permite una interpretación libre, tan libre como antojadiza. La primera que surgió es la libertad de mercado o economía clásica, que desde la Economía Política propuso Adam Smith en su libro “La riqueza de las Naciones” (1776), en donde cuestionaba el mercantilismo imperante, que no consideraba la revolución industrial que se estaba produciendo por esos tiempos, entendiendo que la producción y distribución encontraban por sí mismas un equilibrio general virtuoso de la oferta y la demanda.

Su evolución neoclásica (1870-1920) hizo hincapié en los aspectos individuales de empresas y consumidores, que se supone actúan racionalmente, maximizando la utilidad marginal –o sea el beneficio personal percibido por cada peso adicional invertido-; aunque analizaron situaciones de monopolio u oligopolio, por lo que allí surgieron las leyes de defensa de la competencia.

Por último, en la concepción económica, la teoría neoliberal de los años 70 del siglo XX se centró en la maximización financiera de los beneficios de las empresas: según ella, maximizaría el resultado global obtenido, sin considerar la distribución social de ese resultado y separándose de la producción y el consumo.

En 1789, en la Revolución francesa surgió el liberalismo político, que tomó las banderas de la libertad, igualdad y fraternidad, oponiéndose a la monarquía y el feudalismo vigente por esos días. En lo político, entonces, la libertad individual evolucionó desde el ejercicio de los derechos enunciativos, civiles o de primera generación –tránsito, opinión, religiosa, reunión, comercio-; pasando por los derechos económicos y sociales de segunda generación –trabajo, vivienda, educación, salud, seguridad social y desempleo-; hasta llegar a los derechos culturales de tercera generación de sectores individuales –género, diversidad cultural, minorías, inmigrantes-; de cuarta generación -ambientales-; y de quinta generación, que se refieren al acceso a las tecnologías de información.

Desde los derechos económicos y sociales, la intervención del Estado divorcia las teorías liberales que confían en “la mano invisible del mercado”, que garantizaría un equilibrio a largo plazo, de las que requieren intervención estatal que controle las “fallas de mercado”, sus excesos, y promueva el acceso universal a los derechos de las siguientes generaciones.

El anarcocapitalismo recoge la concepción económica –clásica, neoclásica y neoliberal- y sólo los derechos civiles de primera generación, descartando todo aquello que requiera intervención del Estado.

Por ello, las visiones liberales de la libertad difieren en su concepción según incluyan o no alguna parte del liberalismo político –con mayor participación del Estado- y fundamentalmente en la práctica de gobierno.

Es que en la práctica, el gobierno nacional de los hermanos Milei contradice los postulados económicos clásicos –no intervención en la producción y distribución-, por la regulación de mercados que favorecen a grandes inversores en detrimento de los pequeños o medianos productores. También se contradice con los neoclásicos, por rechazar las fallas de mercado de los monopolios y por su tratamiento a emprendedores y los consumidores, a los que confiere la “libertad” de morirse de hambre, entre otras excentricidades teóricas. Los neoliberales lo contradicen por su manejo de las finanzas públicas, que ha aumentado la deuda del Estado y la emisión monetaria por los intereses que paga por ella, aunque lo niega y los descalifica a sus críticos neoliberales –Rodríguez, Lacunza, Melconian, Broda, etc.- que fueron sus impulsores.

En lo político, contradice los derechos de primera generación (aunque dice sostenerlos) a partir de la descalificación de periodistas, medios y la persecución de manifestaciones populares. Por supuesto que, en lo político, también rechaza los derechos de segunda generación (económicos y sociales); de tercera generación (culturales) y los ambientales, en los que coincide con otros partidos de derecha, salvo por su tendencia globalista, contraria a la nacionalista que sostienen quienes lo festejan en el mundo, que así podrán acceder a los recursos naturales argentinos que ellos carecen.

Mientras tanto, los gobiernos globalistas –progresistas, de centro-izquierda de países dominantes- que dicen sostener algunos derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, lo miran con recelo, pero también con interés en los mismos recursos naturales, por lo que no todos lo rechazan abiertamente, aunque dudan de la “sostenibilidad social y macroeconómica” de su plan, y sufren sus frecuentes descalificaciones.

Las tres variantes económicas liberales –clásica, neoclásica y neoliberal- tienen en Milei un motivo de curiosidad y duda sobre las consecuencias para su visión, en la medida que su fracaso puede desacreditarlas, mientras que las derechas políticas aprovechan su atractivo en redes, aunque incomode sus visiones nacionalistas, por lo que optan por ignorar su visión globalista mientras aprovechan sus beneficios para sus países centrales.

Es que es muy difícil sostener “la libertad del zorro en el gallinero” en lo económico, y “la libertad sin igualdad ni fraternidad” en lo político. Mucho más desde una visión anarcocapitalista, que implica la destrucción del Estado que unos y otros necesitan para sostener sus opiniones.

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