Cada etapa de la vida tiene sus dificultades, nadie puede escapar a ellas. Pero si hay dos que son las más importantes a la hora de formar seres lo suficientemente seguros y sanos, son la niñez y la adolescencia. Cómo identificar los puntos de conflicto y cómo contribuir en sus procesos de desarrollo.
Contrario a lo que algunas veces puede creerse, la niñez es una de las etapas de la vida en que más vulnerabilidad existe hacia el factor estrés. Cuando el contexto es la agresión física, mental y verbal hacia el niño o niña, el impacto es muy grande, debido a que su proceso de crecimiento y formación cerebral, emocional y personal está todavía en desarrollo. Por lo tanto, el nivel de cortisol, la hormona que se produce ante situaciones de peligro, riesgo o angustia, aumenta y cambia en su frecuencia, generando un desarreglo en el control de sus hormonas de estrés.
En este sentido, al sentirse amenazados, podría aparecer apatía, tristeza o inseguridad. En consecuencia, sus ideas, emociones y percepciones del mundo se verían alteradas y quedar inhibido en el desarrollo de su capacidad para sobreponerse ante la adversidad.
La ansiedad, la pérdida de confianza en ellos mismos, los trastornos del aprendizaje y las dificultades en la concentración serán prevalentes. Más aún, su sistema inmune puede quedar fragilizado y también ser más propensos al dolor de cabeza y de vientre. Además, podrían volverse más agresivos, irritables y presentar patologías, como la hipertensión, problemas en la voz, en la vista o en el sueño.
Hans Selye, médico investigador austrohúngaro, famoso por su obra «El estrés», publicada en 1950, da cuenta de los síntomas y las conductas que lo producen y describe cómo una persona envejece luego de estar expuesta a situaciones de estrés. Por lo tanto, los niños y las niñas «envejecen» al desarrollar respuestas más críticas y agresivas con sus pares, producto del estrés.
Por otra parte, es importante reconocer las situaciones que afectan a los padres de los niños y niñas y que pueden derramar sobre ellos el estrés parental. De modo que cuidar las situaciones que aquejan a los progenitores es también una medida de prevención del estrés en los niños y niñas.
En la adolescencia, la etapa de la búsqueda interna y en la que sí es importante, y de gran manera, la aceptación del otro; es otra de las etapas en que, si no se actúa a tiempo, puede desencadenarse un estrés crónico con patologías físicas y mentales.
La adolescencia es un momento clave en el desarrollo del ser humano. El cerebro se remodela, las neuronas se modifican y la plasticidad cerebral aumenta. Sumado a esto, las hormonas sexuales aparecen e irrumpen fuertemente en todo el organismo, pero, sobre todo, en el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA), que regula la producción de cortisol. Es por ello que, sumado al escaso desarrollo de recursos y estrategias de afrontamiento propias de la edad, la adolescencia es otra de las etapas en que los adultos deben reconocer las conductas y comportamientos típicos de un adolescente que transcurre una situación estresante.
En la adolescencia, el factor de estrés se desplaza del círculo íntimo familiar a su ámbito social. Será determinante, entonces, la comparación que se tenga con sus pares. Sonia Lupien, neurocientífica canadiense fundadora del Centro para la investigación sobre el estrés humano, de Montreal, realizó un programa dirigido a niños que finalizan la escuela primaria e ingresan al colegio secundario. En base a ese estudio determinó que es precisamente en ese momento en el que los chicos se enfrentan a cuatro situaciones que desencadenan la secreción de hormonas de estrés, y se conoce como C.I.N.E: la pérdida de control, imprevisibilidad, novedad y afectación del ego. Es muy importante tener en cuenta estos cuatro vectores para poder identificarlos debido a que los adolescentes se encuentran en pleno proceso de identificación y desarrollo.
El estrés es, por tanto, un punto a identificar por parte de las instituciones educativas y sociales, en niños, niñas y adolescentes. Trabajar en conjunto con sus familias, permitirá no sólo actuar sobre los riesgos visualizados en el corto plazo, sino también para lo que se desencadenará en el futuro. Tanto para ellos como para las generaciones posteriores.
Endocrinóloga, integrante de la Sociedad Argentina de Endocrinología, autora de «Alicia en el país del estrés»