Entre el Yo y el Ustedes, puede haber un Nosotros

“Nuestras vidas se constituyen y entretejen permanentemente en el encuentro con los otros”, advierte el psicólogo Gustavo Muiño en una entrevista con HOY DÍA CÓRDOBA

Entre el Yo y el Ustedes, puede haber un Nosotros

Por Jorge Vasalo (Especial para HDC)

El entrañable poeta uruguayo Mario Benedetti es el autor del poema Te Quiero, del que nos permitimos compartir el siguiente párrafo:

Si te quiero es porque sos
Mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
Somos mucho más que dos.

Somos seres sociales que nacemos y morimos recibidos y despedidos por gente querida que nos espera en la llegada, y que nos acompaña en la partida. Claro que, a lo largo de la vida, sobre todo en la infancia y adolescencia, forjamos nuestra identidad con una personalidad que se estructura y que determina nuestro “mundo interno”, pero también nuestras elecciones y relaciones con el entorno y con los demás.

Por supuesto, también somos seres culturales y entonces somos más o menos permeables a las costumbres, tradiciones, mandatos sociales, manipulaciones mediáticas y tantos estímulos externos que, sin dudas, influyen en nuestras conductas, por ejemplo, a la hora de elegir ser más “individualistas” o más “sociales y colectivos”. Ahora bien, ¿cómo funcionamos en la relación con nosotros mismos, ya sea haciéndonos responsables de nuestras acciones o cultivando valores como el egoísmo, la mezquindad, la solidaridad, entre otros? En lo cotidiano, estas cuestiones también se verifican en nuestros modos de “dar y recibir”, que además se reflejan en manifestaciones populares de toda clase: Nadie se salva solo; Mejor solo que mal acompañado; Dime con quién andas y te diré quién eres; o Se acabaron los higos se acabaron los amigos”, entre tantas.

Para intentar comprender mejor “lo individual y lo colectivo”, consultamos al psicólogo Gustavo Muiño, de extensa trayectoria en la clínica y en la atención hospitalaria, con trabajos en Psicología Comunitaria y además integrante de los equipos que pudieron formarse en el inicio mismo de la pandemia del Covid-19, cuando el pánico y la incertidumbre nos atemorizaban y aislaban a la gran mayoría.

¿Qué es mentalmente lo más sano, ser más individualista o más colectivo?

-Creo que es mucho pretender decir de modo terminante qué es lo mejor o lo peor. De lo que no tengo dudas, y como si fuera un contrasentido del individualismo, es que nuestras vidas se constituyen y entretejen permanentemente en el encuentro con los otros; es más, el sentido de nuestras vidas emerge de este entramado.

También es verdad que vivimos en una sociedad capitalista que habitualmente excluye la participación y el compromiso con causas comunes, y entonces existe una clara tendencia a replegarnos sobre nuestros intereses particulares, en desmedro de lo público y del interés general.

¿Cuándo está bueno ser más egoísta o individualista, y cuándo más sociable?

-Depende de la personalidad de cada uno, y de las diferentes situaciones. Hay quienes se sienten más cómodos siendo introvertidos la mayor parte del tiempo, y quienes en cambio se relacionan con más facilidad y placer.

De todos modos, creo conveniente advertir sobre los “falsos valores” que nos pueden llevar a un individualismo negativo, enredado en un narcicismo excesivo y con una imagen demasiado gloriosa de sí mismo, que nos impedirán lograr vínculos parejos y gratificantes. De hecho, el individualismo “de moda” por estos tiempos, y que muchas veces aparenta ser romántico, en realidad sufre la presión de sobresalir como sea y rendir culto a la excentricidad. Claramente, lo podemos ver en quienes ansiosamente viven pendientes del reconocimiento de los demás. Pero, además, creo que nuestra cultura occidental suele posicionarnos frente al mundo desde una bipolaridad cuando en realidad poder “estar con nosotros mismos” y poder “estar con los otros”, son parte de un mismo proceso sin ser opuestos y, por el contrario, complementarios. De hecho, cuando nos pasamos bastante tiempo con cuestiones sociales necesitamos un repliegue para descansar y reorganizarnos de cara a futuros encuentros.

En estos tiempos modernos y revueltos, ¿qué papel ocupa la confianza a la hora de relacionarnos con los demás?

-La confianza se gana, no se decreta, y en lo cotidiano habitualmente nos encontramos con otras personas que también tienen inquietudes o problemas similares a los nuestros. Recuerdo a un colega mexicano que lo decía de este modo: “Nos asociamos, lo resolvemos y después seguimos tan amigos como hasta entonces”. Por supuesto que en esta instancia es importante que el intercambio sea satisfactorio para todos los participantes, y priorizando la empatía por sobre eventuales fricciones o ventajismos que impidan una buena relación.

¿Y qué pasa con las personas muy competitivas, esas que quieren ganar siempre?

-Es importante que, para relacionarnos, primero hagamos posible esa chance. Muchas veces, hay ganadores y perdedores y con actitudes diferentes. Una cosa es, por ejemplo, una cargada pícara de un hincha de Belgrano a uno de Talleres, o viceversa, como si fuera un “ritual hermoso” que lleva implícito un respeto y una alternancia en lo jocoso con la posibilidad que el otro nos responda. En cambio, cuando ese límite se supera y lo que prevalece es la competencia descarnada, repleta de narcicismo y sin lugar para los demás, entonces lo que importa es desvalorizar y sentirnos importantes siendo crueles con los otros, e incluso riéndonos de alguna desgracia ajena.

Por estos tiempos tiene buena prensa la meritocracia, ¿qué opinión le merece?

-Creo que más allá del esfuerzo propio, sin un contexto favorable sería muy difícil obtener ciertos logros. Por eso, decir “a esto lo tengo porque me rompí el lomo yo y sólo yo”, es excluir personas y factores que a lo mejor no vemos o no consideramos, pero que fueron muy importantes para que podamos alcanzar lo que queríamos. No aparecemos de la nada ni tenemos un nivel de individuación tan extremo como para ser los únicos artífices de nuestros progresos.

A nivel provincia o país… ¿cómo cree que impacta una sociedad más o menos individualista?

-No creo que sea saludable enarbolar los trapos del individualismo y postular la desconfianza y la indiferencia como valores. Tampoco creo que sea bueno fomentar un Yo exacerbado que pretenda ganar como sea y burlándose de los perdedores. Las consecuencias de cocinar este caldo de valores negativos nos pueden dejar con demasiados vínculos rotos y muy difíciles de ser reconstruidos.

Usted trabajó bastante tiempo en Psicología Comunitaria, ¿cómo funcionan los vínculos sociales en las diferentes clases socio-económicas?

-Según mi experiencia, la expansión de vínculos sociales muchas veces se sostiene en intereses comunes, que incluyen una reciprocidad pragmática y orientada a los resultados. Es decir, las nuevas formas solidarias incluyen anhelos y aspiraciones personales que son aceptadas por la comunidad, que generan agrado y que son rendidoras para un aprendizaje social, ya sea para ingresar al mundo laboral o para un mayor sentido de pertenencia e integración con los demás vecinos. En estos vínculos podemos ver la importancia de sentirse parte para cumplir objetivos y la motivación de seguir haciéndolo. La satisfacción de poder ayudar y recrear lazos amistosos que nos estimulan en el esfuerzo común. Por eso, creo importante destacar el concepto de “colaboración”, y más en estos tiempos en los que se diferencia totalmente de aquellas construcciones clasistas, religiosas y de estructuras verticalistas. La colaboración no admite otro camino que no sea el beneficio mutuo, circunstanciales, transitorios e integrados al cumplimiento de metas personales.

Respecto a la fragilidad o fortaleza de los lazos sociales o el encierro individual, ¿qué nos pasó durante la Pandemia y cuáles fueron las consecuencias?

-Lo que yo puedo rescatar de la pandemia se remite a estos movimientos colaborativos que superaron ampliamente los mandatos de la evitación y la obligatoriedad de la distancia como “el método” de salvación personal. Capaz haya pocos imperativos más nocivos que éstos últimos en términos relacionales.

En aquella oportunidad y en algunas poblaciones nos ayudó un concepto del psicólogo comunitario Sebastián Bertucelli respecto a la “cercanía saludable”. Así pudimos participar de experiencias colaborativas maravillosas. Sin embargo, el tsunami de miedos invadió con extraordinaria efectividad lo cotidiano, dejando muchas secuelas… como toda tempestad.

Hay personas que vieron ese confinamiento como una pausa necesaria en su rutina diaria, y otras que aún les cuesta volver a confiar. Lo que sí noto que ha quedado muy afianzado es cierto confinamiento digital, instaurado como herramienta ineludible que nos acompañó y acompaña. La consecuencia más inmediata es el acceso a verdades ajenas, momentáneas, intermitentes y fugaces. Esta práctica afianza el consumo indiscriminado (propio de cualquier adicción que se precie) perpetuando aquella reclusión digital que vivenciamos durante la pandemia. Entonces está en cada uno de nosotros disponerse a la nostalgia del encuentro con otros buscando habilidades, inquietudes y destrezas más duraderas, menos perennes que las de tiktok.

Por último… ¿qué nos puede decir sobre la soledad?

-Pienso que últimamente la soledad tiene demasiado buena prensa. No creo que esté bueno que una persona permanezca en ella sin realmente elegirla. Sí considero que la alternancia es la clave; para mí la soledad es precisa y necesaria por momentos, pero no puede ser un estado. No me imagino comer un asado o jugar al truco o brindar en Nochebuena solo. Entre el Yo y el Ustedes, puede haber un Nosotros.

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