Cubrir casos de abusos sexuales o femicidios es, para muchos periodistas, uno de los desafíos más complejos del oficio. No solo por la crudeza de los hechos, sino por el peso emocional que conllevan y por la tensión constante entre la objetividad informativa y la inevitable carga subjetiva que despiertan. Frente a crímenes que conmueven y repelen, la distancia profesional suele volverse una meta difícil de alcanzar.
El ejercicio periodístico demanda rigor, precisión y sobriedad en el tratamiento de este tipo de noticias. Sin embargo, detrás de cada redacción hay una persona que lee expedientes, escucha testimonios y reconstruye escenas atravesadas por la violencia. Es en ese punto donde el límite entre la razón y la empatía se vuelve difuso. Mantener la claridad sin caer en el morbo, informar sin revictimizar y narrar sin anestesiar la sensibilidad son desafíos permanentes.
En las redacciones, las estrategias para sobrellevarlo varían. Algunos periodistas eligen aferrarse al dato, como una forma de resguardo emocional. Otros buscan el contexto, las cifras o las políticas públicas que permitan trascender el hecho y ofrecer una lectura más amplia. También hay quienes admiten que, por más oficio o experiencia, ciertas historias dejan marcas. No se trata de falta de objetividad, sino de humanidad.
El tratamiento responsable de los femicidios y de la violencia de género exige un equilibrio delicado: respetar el dolor ajeno sin convertirlo en espectáculo. En ese sentido, los medios enfrentan una doble tarea: informar con rigor y hacerlo con perspectiva. La sensibilidad no debe ser enemiga del periodismo, sino su aliada.
En un tiempo donde la inmediatez suele imponerse sobre la reflexión, detenerse a pensar cómo se cuentan estas historias también es una forma de compromiso. Porque detrás de cada nota hay una víctima, una familia, un entorno que sufre, y un periodista que, aun intentando mantener la distancia, no deja de ser parte de una sociedad que necesita comprender —y transformar— lo que narra.
Preguntarse antes de escribir
La periodista de La Voz del Interior, Virginia Digón (@virginia.digon), especializada en género, diversidad y niñez, explica que informar sobre femicidios, abusos sexuales y otras formas de violencia implica un desafío emocional y profesional distinto al de cualquier otra cobertura. “En estos temas lo emocional te pega. No es como cerrar la puerta y listo. Hay mucha responsabilidad detrás de cada caso”, señala.
Digón reconoce que el impacto emocional existe y que, en sus inicios, incluso la desbordaba. “Muchas veces llegué llorando a casa. Al principio no podía cubrir abusos sexuales infantiles, me hacía muy mal. Con el tiempo fui adquiriendo herramientas, pero nunca deja de ser duro. A veces lloré leyendo fallos. Pero visibilizar es importante porque puede prevenir”, agrega.
Cree que cada nota debe partir de una pregunta central. “¿Para qué estoy escribiendo esto? No contamos detalles morbosos. No es un hecho policial más. Es un problema estructural y el objetivo es aportar a la prevención”, dice.
Para Digón, el equilibrio es posible con entrenamiento, multiplicidad de fuentes y una perspectiva de derechos humanos: Primero somos periodistas, no estamos para jugar a favor o en contra de nadie. Pero tampoco vamos a permitir que una fuente niegue la identidad de género de una persona, por ejemplo. La empatía es imprescindible, si no, contaríamos mecánicamente cosas horribles. Pero hay que evitar la revictimización o el morbo. Es una línea fina.
Además, señala la importancia de guías y recomendaciones como las de la Defensoría del Pueblo, ADEPA (Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas) o FOPEA (Foro de Periodismo Argentino), que ayudan a orientar el tratamiento respetuoso de los casos. También la especialización, la charlas, los debates, los congresos o seminarios que surgen tanto del ámbito privado como del estatal o de organizaciones.
¿El periodismo tiene límites para narrar el horror? Digón sostiene que sí, y que esos límites se construyen caso por caso. Recuerda un ejemplo concreto: Una mujer que denunció violencia en redes sociales con su rostro y nombre. Desde el diario debatieron si reproducir o no ese contenido. Tras consultar a especialistas, concluyeron que no debían exponerla. Ella puede mostrarse en sus redes, pero nosotros tenemos que protegerla. Si el agresor ve su cara en un diario, podemos ponerla en riesgo.
Ese tipo de decisiones, afirma, marcan el límite. “No debemos convertirnos en un factor que aumente la violencia. Contar es necesario, pero siempre cuidando a la víctima”, concluye Digón.
Ni buenos ni malos, son delitos
El periodista de Cadena 3, Juan Federico, especializado en periodismo policial y judicial, ofrece una reflexión profunda y necesaria sobre los dilemas éticos y emocionales de cubrir los casos de violencia más sensibles. Su enfoque se centra en la responsabilidad de interpelar a los sistemas y trascender el morbo, buscando siempre la interpretación que impulse un cambio social.
“Que se entienda: no hay delitos ´buenos´ y delitos ´malos´, aunque es cierto que quienes todos los días tenemos que asomarnos a lo peor del ser humano no reaccionamos de igual manera caso tras caso. Y no lo hacemos por cuestiones materiales, de tiempo y recursos, que a veces nos impiden dedicar la misma energía a cada uno de los casos; y, al mismo tiempo, por el costo emocional. Cuando se hace con dedicación, nadie sale ileso de estas coberturas. No planteo una objetividad fría, pero también descreo de una toma de posición que a veces asoma como una sobreactuación.
HDC: ¿Qué preguntas deben guiar la cobertura?
Juan Federico: Hace ya un tiempo largo que siempre que me topo con un caso así me hago las preguntas que deben guiar mi cobertura. No me interesa el qué puro, que muchas veces lleva a una descripción que se da la mano con el amarrillismo. Busco más bien responder al cómo y, sobre todo, al por qué. Hoy, en esta época de intoxicación informativa, donde los hechos ya no son primicia, el verdadero rol del periodismo tiene que apuntar a la interpretación. Y, en estos casos, estoy convencido que debemos interpelar siempre. No para buscar culpables singulares, sino para poner en crisis a los sistemas. Crisis, en el sentido de analizar sus posibles fallas, sus puntos insensibles, por dónde son permeables. Con la idea de ayudar a mejorarlos. ¿Por qué voy a profundizar en un caso de este tipo? Para que aprendamos qué no se vio a tiempo, qué alerta no se escuchó o por qué no se pudo activar. La idea es huir del morbo, de la sensibilidad fácil para analizar, a partir de un drama concreto, qué se puede mejorar. El ideal a veces es utópico: que no vuelva a suceder. Si los periodistas sólo nos convertimos en meros acumuladores de casos, de contar uno tras otro en el que sólo nos detenemos en la mecánica criminal, corremos el riesgo de ser reproductores de violencia, sin más objetivo que ese. Prefiero siempre correrme de ahí. No me interesa describir cada una de las puñaladas, contar con detalles los orificios de bala o hacer una crónica de los vejámenes. El periodismo policial, cuando se hace bien, a conciencia, es el periodismo que primero descubre las carencias sociales, es el termómetro social que se activa antes, es el pulso que deja al descubierto cuando las palabras de la política terminan por ser sólo eso, cartón pintado.”
Mirada con perspectiva de género
“Las periodistas que cubrimos casos de femicidio desde hace años en Córdoba lo hacemos con perspectiva de género y esto implica que no nos limitamos a abordar un caso cuando el crimen ya fue cometido. Nos involucramos mucho antes: le damos seguimiento a las búsquedas de mujeres, niñas y disidencias cuando desaparecen, establecemos vínculo con familiares y amigos de la víctima, nos contactamos con fuentes judiciales para abordar el caso con información chequeada de manera cuidadosa y responsable; y también lo hacemos después, siguiendo todo el proceso judicial: desde la investigación en la etapa de instrucción, hasta la cobertura del juicio oral”, le explica a Hoy Día Córdoba Soledad Soler (@soysoledadsoler), periodista especializada en temas de género y colaboradora en distintos medios periodísticos locales y nacionales.
“Cubrimos femicidios poniendo el cuerpo, porque nos involucramos, nos dejamos atravesar, conectamos con esa víctima que podría ser una amiga, una hermana, una compañera de trabajo. Creo que en eso existe una distancia enorme con el tipo de cobertura que puede realizar un periodista varón que cubre policiales. La perspectiva, el compromiso personal y profesional es totalmente distinto. A las periodistas feministas los femicidios nos duelen en el cuerpo y narrarlos es una tarea que elegimos llevar adelante a pesar del costo que tiene para nosotras. En 2014, con el femicidio de Paola Acosta y el intento de femicidio de su hija M., empezamos a construir redes de periodistas en Córdoba que fueron la semilla de aquel primer #NiUnaMenos en 2015. En ese momento comprendimos la potencia de construir una agenda común, independientemente de los medios en los que trabajábamos, y de salir a las calles detrás de una barredora, cuerpo a cuerpo con familiares y víctimas de violencia de género y de femicidios, que es la máxima y la más cruel expresión de estas violencias. Hacer periodismo, contar femicidios, implica desde entonces salir de la redacción, para abrazarnos en un grito común: Ni Una Menos, vivas y libres nos queremos”, agrega Soledad con un alto nivel de compromiso por una lucha que nos atraviesa e interpela constantemente.
“En nuestro país el avance de leyes fundamentales como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la de Protección Integral de la Violencia contra las Mujeres, sumado a la incorporación del agravante para los homicidos cometidos contra las mujeres por ‘mediar violencia de género’ en el artículo 80 de nuestro Código Penal en 2012, nos dio herramientas para dejar de hablar de crímenes pasionales y nombrar estos hechos como femicidios. De este modo, empezamos a recorrer un camino para desandar la reproducción de las violencias de género en los medios de comunicación. Evitar la revictimización de las mujeres, evitar el morbo y comunicar las consecuencias penales para los femicidas, son cuestiones fundamentales que siempre tenemos en cuenta a la hora de abordar un caso así. Lo hacemos así porque se lo debemos a las audiencias y también a las víctimas, porque cuando contamos un femicidio, ya llegamos tarde. En esta tarea todavía estamos y estaremos mientras las violencias continúen: actualmente, en Argentina tenemos que lamentar un femicidio cada 35 horas. Y ese número tiene nombre y apellido, es una amiga, una madre, una hija. Duele, duele un montón”, confiesa Soledad.
El cierre
La lección principal que emerge de la experiencia de estos profesionales es clara: en la cobertura de femicidios y abusos, el límite se construye en el cruce entre el dato riguroso y una ética innegociable. El periodismo tiene límites, y estos no están dados por la autocensura, sino por la responsabilidad de no revictimizar, no caer en el morbo y, fundamentalmente, de no aumentar el riesgo o la violencia para las víctimas. El equilibrio es una línea fina que exige formación y, sobre todo, una pregunta central antes de escribir: ¿Para qué estoy contando esto? La respuesta debe ser siempre la misma, para visibilizar un problema estructural, proteger a quienes sufren y aportar a la comprensión social que permita, en última instancia, la transformación.
