En muchos barrios de Córdoba, la crisis económica y el aumento del costo de vida empujan a cientos de familias a buscar un refugio en los comedores y merenderos comunitarios. Lejos de ser solo un plato de comida, estos espacios se convierten en una red de contención que sostiene la esperanza en medio de la adversidad.
La situación es crítica: según referentes de organizaciones sociales, la demanda de asistencia alimentaria no para de crecer. La crisis económica hace estragos en los bolsillos de las familias y la comida comienza a escasear en aquellos sectores más vulnerables y de menores ingresos. Esto lleva a que los merenderos, sostenidos por la fuerza de voluntarios anónimos, se conviertan en la única garantía de una comida diaria para miles de niños y adultos.
Más que un plato de comida: una red de contención
La labor de estos espacios va mucho más allá de alimentar. Como explican sus coordinadores, son también lugares de apoyo escolar, talleres de oficios y espacios de escucha y contención. En un merendero de Nuestro Hogar III, por ejemplo, mientras los niños disfrutan de una merienda, voluntarios les ayudan con las tareas escolares. En otro de Villa Mafekín se reparten los días de merienda entre varias familias.
Los voluntarios, la mayoría vecinos de los mismos barrios, o de espacios políticos solidarios, son el corazón de esta red. Ponen su tiempo y su propio dinero para mantener las puertas abiertas. Sin embargo, enfrentan desafíos enormes: la falta de donaciones es el principal obstáculo, sumado a la precariedad de algunas instalaciones y el poco apoyo estatal.
A pesar de la vocación de servicio, la mayoría de los comedores y merenderos de Córdoba operan con recursos mínimos. Muchos no reciben ayuda del Estado y otros reciben, pero no lo necesario, lo que los obliga a depender de donaciones particulares y de rifas para comprar los alimentos esenciales. Esta situación los pone en un estado de vulnerabilidad constante.
“Nosotros nos arreglamos como podemos, pero la demanda es cada vez más grande. Nos gustaría tener más ayuda del Estado, pero no llega», comenta Valeria, referente de un merendero.
Historias de vida y una mirada al futuro
Detrás de cada puerta de un merendero, hay historias de vida que demuestran la urgencia de la situación. Madres que no llegan a fin de mes, adultos mayores que no pueden comprar sus alimentos y niños que encuentran en el comedor su única comida del día más o menos equilibrada.
Con la mira puesta en el futuro, los referentes de estas organizaciones se muestran preocupados. Sin una mejora en la situación económica y sin un mayor apoyo del Estado, temen que el número de personas que dependan de la solidaridad siga creciendo. «No sabemos cómo vamos a hacer para sostener esto si la crisis se profundiza», confiesa una de las cocineras.
Esta nota es un reflejo de la solidaridad que late en los barrios de Córdoba, pero también un llamado de atención sobre la situación de miles de familias que luchan día a día para no sucumbir ante la adversidad.
En primera persona
“Mi nombre es Valeria Argüello, tengo 42 años y soy de barrio Mafekin. Manejo el merendero Sonrisa. Yo empecé con mi cuñada, pero ahora estoy sola. Tengo 120 personas, mayoritariamente niños, niñas y adultos. Mamás solas también. A mi merendero viene gente de la zona, del barrio de al lado, La Toma, El Pueblito y Las Violetas”.
“Soy María, tengo 50 años. Tengo un comedor-merendero en Villa Mafekin. Se llama La Tacita Feliz y lo manejo sola. Bueno, yo empecé con mi ex nuera. Ella está en una organización y te lleva a todos lados, donde vi un montón de cosas que no veía en otro momento, porque yo donde trabajaba no veía nada de lo que empecé a ver. Ella me sugirió poner un comedor en mi zona y así comenzó a funcionar dos veces por semana”.
“Mi nombre es Carla Albornoz y tengo un merendero en Nuestro Hogar III que se llama Juntos Podemos y funciona más o menos desde hace tres años. Yo empecé porque a mi mamá siempre le sobraban cosas. Mi mamá ya tenía su comedor y empezó a decirme que me llevara una cosa, que me llevara otra, que las diera en el barrio. Después empezó a ir la gente y me pedía, me pedía hasta que mi mamá me sugirió que armara un merendero porque en mi barrio no había o no funcionaban. La verdad que es muy lindo porque uno colabora con la gente que realmente le hace falta”.
-¿Cómo se hace para mantener un comedor, un merendero? ¿De dónde vienen los aportes, las ayudas? Imagino que muchas ponen de sus bolsillos, ¿sí? Pero además de eso, de dónde viene lo otro.
Valeria: Yo tengo la tarjeta Activa, que son 200 mil pesos, cada dos meses más o menos. Saco del Banco de Alimentos, que a veces lo pago yo de mi bolsillo, y el azúcar, la yerba, el gas, lo pago también yo. No tengo más ayuda que el banco de alimentos, que lo compro, y la tarjeta activa, nada más. Eso es todo. No dona nadie acá.
María: Bueno, yo tengo la tarjeta Activa, que la uso para el Banco de Alimentos, para la compra. Quedo seca entonces. Y bueno, hasta el mes pasado tenía la mercadería de desarrollo social, que ahora no la vamos a tener más. No sabemos qué va a pasar. Supuestamente nos van a depositar más plata en la activa, pero todo es supuestamente. También me dijeron de la Municipalidad que este es el último mes que tenemos el abono para el transporte.
Carla: En nuestro caso, nos colaboramos familiarmente porque familiarmente estamos involucrados en lo mismo. Pero yo también tengo la Activa, destino directamente la Activa a la compra del Banco de Alimentos, pero obviamente no alcanza. No alcanza. Inevitablemente, bueno, en mi barrio se armó una toma de terrenos y a partir de ahí me comenzó a llegar mucha más gente, gente que realmente la está sufriendo. Gente que vive bajo un techo de nylon agarrado de dos maderas. Yo tengo 160 personas, que incluye niños, embarazadas, mamás solteras y gente adulta. No doy a hombres. Yo considero que el hombre puede salir a trabajar. La mamá con los niños, sola, no puede y la gente adulta, obviamente.
-¿Cómo trabajan con el Banco de Alimentos?
María: Ellos van largando productos a punto de vencerse, entonces podés ir a comprar los excedentes y esos excedentes a lo mejor son cajas de alfajores, o de bananas, o de mayonesas, o de aceites.
-Salvo la banana, nada saludable.
María: No, no, no. No hay un equilibrio. A veces te lo manejan ellos a su criterio. Te dan 10 kilos de lenteja, 10 kilos de garbanzo y te dicen hacé galletitas. Pero tienen el garbanzo solo.
Carla: Hay compras que son un éxito, que viene leche entera, que viene azúcar, que viene aceite, que vienen galletas. Y los chicos son felices, ¿me entendés? El poder comprar una golosina a menor costo, que por más que se tenga por vencer a tres días, cuatro días, los chicos la disfrutan.
Valeria: Sí, pero si te dan una caja de galletas, ponele una caja de Sonrisas, tenés 120 chicos y la caja de galletas trae 40. No llegamos. Y no le podés dar a todos.
María: Acá tenemos un problema:que si le das a uno, le tenés que dar a todos iguales. Si vos le diste un caramelito amarillo, tienen que ser todos amarillos. Porque vienen, ¿por qué vos le diste a él una cosa y a mí me diste otra cosa?
Carla: En mi caso, que yo estoy en otra zona, la gente me recibe lo que yo doy. Dejo armado todo en el tablón que está disponible para que lleven.
María: En diciembre me vino una compra que traía mayonesa, asado y papa del Banco de Alimentos. Hice un asado. No sabe lo que fue eso. La gente estaba asombradísima. Fue un espectáculo. Fue para fin de año. De diciembre en adelante cambió y pasamos del asado a las patitas de chancho. ¿Qué haces con patitas de chancho? Otra vez fue hígado. Bueno, en ese caso bife de hígado con cebolla y puré. Una comida rica. Y otra carne después no dieron.
Carla: Además, la gente no dona, no está donando. La gente, hablamos en particular. En mi barrio no te donan nada. Y si vas a alguna institución te dicen que ellos donan al Banco de Alimentos.
Valeria: Las panaderías cercanas tampoco. Yo fui a pedir el año pasado a una panadería que me donara facturas para la copa de leche y me dijeron que me las podían dejar más baratas, pero no donarlas.
Carla: … y es ahí donde uno mete la mano en el bolsillo.
-¿Qué les dice la gente? ¿Qué escuchan? ¿Qué palpan en las necesidades de la gente? ¿Gente sin trabajo? ¿Gente de trabajo precario?
Carla: Quejas. Todo el mundo se queja de que no hay plata. Tengo una persona que me comentaba que se quedó viuda hace menos de un mes. Se fue a anotar y yo la conozco porque es del barrio. Y le digo, sí, cómo no te voy a anotar. Tiene un hijo con discapacidad. Sos bienvenida a mi copa leche. Y si le puedo dar algo de lo mío, se lo doy. Me dice, me fui a trabajar, pero no me quieren aumentar el sueldo. Ella limpia una casa. ¿Cuánto le pagaban? Treinta mil, me dice. ¿El día, la semana?, el mes me dijo. La están explotando.
María: Estamos retrocediendo. La gente que tiene dinero se aprovecha de la gente que no tiene.
Micrófono abierto
“Si alguien nos quiere donar azúcar, hierba, harina, grasa, golosinas, bienvenido sea. Alguna panadería que se quiera hacer amiga nuestra y nos done” dice Valeria y autoriza al periodista a publicar su número de teléfono (351-2112028) y hace gestos suplicando por donaciones.
Un reflejo de la solidaridad y un llamado a la acción
Este recorrido por los merenderos y comedores de Córdoba nos deja una imagen clara y conmovedora. En un contexto de crisis económica que golpea con fuerza, estos espacios se erigen como verdaderos pilares de contención social, no solo brindando un plato de comida, sino también esperanza, apoyo y una red de cuidado que va mucho más allá.
Las voces de Valeria, María y Carla demuestran el compromiso incansable de quienes, con sus propios recursos y tiempo, mantienen viva la solidaridad en sus barrios. Sin embargo, sus testimonios también exponen una realidad precaria y un sistema de apoyo insuficiente. La falta de donaciones y un Estado que no logra cubrir la creciente demanda, los obliga a una lucha diaria para garantizar que nadie se quede sin una comida.
En este panorama, la labor de estos voluntarios es invaluable, pero la situación exige una respuesta más profunda y coordinada. Su tarea es un reflejo de la inmensa solidaridad que caracteriza a la comunidad de Córdoba, pero también es un claro llamado de atención. Las historias de las familias que dependen de estos comedores y la preocupación de sus referentes por el futuro nos invitan a reflexionar sobre la urgente necesidad de mayor apoyo institucional y de la sociedad en su conjunto para que la esperanza, que hoy se sostiene con tanto esfuerzo, no se desvanezca ante la adversidad.