En las midterm elections (elecciones de medio término) de Estados Unidos celebradas el pasado martes se votaron: 36 gobernadores estatales y 3 gobernadores correspondientes a territorios estadounidenses; la totalidad de los 435 escaños de la Cámara de Representantes; 35 del total de los 100 escaños del Senado; cientos de alcaldías, concejalas, fiscalías y demás cargos locales; además de que fueron realizados 129 referéndum en 36 Estados. Estos comicios se hicieron con el objetivo de decidir sobre leyes referidas a diversas cuestiones, entre ellas, a uno de los asuntos más calientes en la discusión política y legal estadounidense actual, el aborto, más precisamente en los Estados de California, Kentucky, Michigan, Montana y Vermont. Desde los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial que los oficialismos pierden en Estados Unidos escaños en ambas Cámaras en las elecciones de medio término. La única excepción a esta regla fueron los comicios inmediatamente posteriores al 11 de septiembre de 2001, cuando, en 2002, el Partido Republicano comandado por el entonces presidente George W. Bush arrasó, obteniendo, incluso, 8 escaños más de los que ya tenía. Estas elecciones, por cuestiones absolutamente diferentes, fueron casi igual de atípicas que aquellas. Tanto los demócratas como los republicanos las tomaron como las más importantes en décadas. La sombra de Donald Trump y sus candidatos extremos en el Grand Old Party (GOP), la polarización que atraviesa la sociedad estadounidense desde, por lo menos, 2015, y la reciente anulación del derecho al aborto por parte del Tribunal Supremo, fueron los ejes claves de la elección que hicieron que los demócratas acudan a votar a sus candidatos en masa. Finalmente, los resultados fueron favorables para el GOP, pero a duras penas, en lo que es, hasta el momento, donde aún quedan Estados por contar, un empate técnico.
Era la elección donde supuestamente iban a arrasar figuras “nuevas” para la política estadounidense, especialmente en el espectro de la extrema derecha ligada al trumpismo. Es el caso de Kari Lake, quien, al momento de escribir estas líneas, iba perdiendo la gobernación del Estado de Arizona. Lake es una ex presentadora de televisión, identificada con los sectores más recalcitrantes y conservadores del país. Los demócratas la llaman la “Trump con tacos” en referencia a sus posturas radicalizadas y por ser dueña de un estilo poco “políticamente correcto” a la hora de comunicar del que hace gala de manera permanente. Lake suena como integrante de la fórmula presidencial de Donald Trump en caso de presentarse a las elecciones de 2024, o, incluso, como candidata a presidenta ella misma por el GOP. La evolución política de Lake es, cuanto menos, curiosa. Originalmente registrada como republicana, en 2006 se anotó como demócrata, por su oposición a las guerras de Afganistán e Irak. En 2016, propuso una amnistía para todos los indocumentados residentes en Estados Unidos, donó dinero para las campañas tanto de John Kerry como de Barack Obama. Poco después se convirtió en una negacionista de la pandemia del Covid-19, encabezó campañas contra el uso de mascarillas y restricciones, acusando a Biden y los demócratas de llevar adelante una “agenda demoníaca”. Lake justificó su cambio de partido retomando los ejemplos de Donald Trump y Ronald Reagan, a quien ve como referentes. El mismo Trump apoyó su candidatura a gobernadora frente al establishment republicano.
Lake apoyó los reclamos infundados del ex presidente respecto del supuesto fraude que denunció tras las elecciones de 2020. De la misma manera que se pronunció a favor del fallo de la Corte Suprema de revertir Roe vs Wade y volver a penalizar el aborto en los Estados Unidos. Incluso fue un paso más allá y durante la campaña aseguró que prohibiría todo tipo de procedimiento médico que vaya en ese sentido. También se opone a todo tipo de medidas anti discriminatorias contra la comunidad LGBTIQ+, y que deportaría a todos los inmigrantes ilegales de Arizona, contradiciendo sus posturas anteriores. También es una firme defensora de la libre tenencia y portación de armas, prometiendo que desconocería las leyes federales respecto de esta cuestión. Durante su campaña, Lake se manejó con el manual de Trump al pie de la letra, utilizando todo tipo de ‘fake news’, declaraciones altisonantes e incluso llamando a “encarcelar” periodistas que considera “dañinos” para los “valores estadounidenses”, en línea con dichos y posturas de su jefe político. La victoria de Lake la posiciona como una figura fuerte de cara a los próximos años que, sin dudas, serán aún más convulsionados que los que pasaron hasta ahora. Su impronta, además, parece ir en línea con una creciente “feminización” de la extrema derecha a nivel global, encarnada en líderes como Giorgia Meloni en Italia o Marine Le Pen en Francia.
A pesar de lo que se esperaba, en un escenario con un presidente sumamente impopular, con la peor crisis económica en décadas y los Estados Unidos involucrado indirectamente en una guerra que la mayoría de sus ciudadanos ven con completa ajenidad, el GOP no arrasó como cabría esperarse. Quizás, se basó demasiado en la agenda “identitaria” que tanto les critican a los progresistas. Candidatos extremistas como Lake o los apoyados por Trump, independientemente que terminen ganando sus Estados por un margen mínimo o no, demostraron no ser los adecuados. En vez de centrarse en la cuestión económica, o de retomar una agenda más similar a la del clásico Partido Republicano, prefirieron sostener posiciones extremistas que no dieron resultados. Lo cierto es que los republicanos deberán tomar nota de cara al 2024. Si bien, la situación social puede continuar deteriorándose, dando lugar a que discursos como el de Trump o Lake tengan mayor recepción, hoy por hoy, dada la situación como está, el GOP deberá pensar en retomar una senda más centrista, abandonando las posturas más extremas, si es que quiere volver a ser una opción de poder seria en unos Estados Unidos cada día más disgregados y complejos.