Hace ya un largo tiempo que se viven momentos tan excepcionales en la política internacional que es fácil definir a esta época como la era de la excepcionalidad, a la manera que el historiador británico Eric Hobsbawm hablaba de la era del Imperio, la era de la Revolución, o la era de los extremos. 2021 comenzó con la toma del Capitolio tras las elecciones de noviembre de 2020 en los Estados Unidos, el 6 de enero pasado. Un año que comenzó de esa manera, no podía continuar de forma mucho más “normal” o sosegada, pero, al mismo tiempo, lo espectacular del hecho en términos visuales, sería muy difícil de superar en los meses siguientes. Tal es así, que aún tenemos incrustadas en la memoria las escenas de aquel día donde, para muchos, la democracia estadounidense vivió, quizás, la peor jornada de su historia reciente. A lo largo de los meses se produjeron otros acontecimientos cuyas consecuencias aún están por descubrirse. Lo cierto es que, la capacidad de asombro es cada vez más pequeña.
El asalto al Capitolio fue aplastado por la Guardia Nacional, terminó con cinco muertos, más de quince heridos, y medio centenar de detenidos. La investigación se extendió a lo largo de todo este año y continuará en 2022. Aunque, muchos analistas afirmaban en aquel momento que era el final de la figura política de Donald Trump y su movimiento, de acuerdo con prácticamente todos los sondeos actuales, el trumpismo está más vivo que nunca. El populismo de extrema derecha estadounidense, aún más radicalizado y endurecido que en 2016, se está aprovechando ávidamente de un año donde la Administración de Joe Biden no logra sobreponerse del todo a la profunda crisis, en su mayor parte, heredada del mismo Trump. El país muestra sus peores números de inflación en más de 30 años, y, salvo que ocurra un viraje de grandes proporciones, los demócratas se encaminan a perder por amplio margen las elecciones de medio término del año próximo. Aún no está claro si Trump será candidato, o si, directamente, intentará regresar en 2024.
Otro hecho que impactó a la popularidad de Biden fue la salida, caótica, desordenada y violenta, de las tropas estadounidenses de Kabul. Si bien, Trump había acordado la retirada de los oficiales apostados en Afganistán para este año, las imágenes fueron un duro golpe a la credibilidad de la actual Administración de la Casa Blanca. El presidente había afirmado que no se parecería “en nada a Vietnam”, pero lo sucedido recordó demasiado a los acontecimientos sucedidos en Saigón en 1975, tras el final de la Guerra de Vietnam. Tras veinte años de presencia de los Estados Unidos y sus aliados en Afganistán, poco y nada cambió. En agosto de este año, el Talibán avanzó sobre la capital afgana y regresó al poder en el país, reinstaurando el Emirato Islámico y su sistema jurídico. Aunque, en principio, aseguraron que volvieron “más moderados” que cuando gobernaron entre 1996 y 2001, los crecientes avances sobre las libertades de las mujeres y las niñas contradicen esta aseveración de manera contundente.
Por otro lado, no menos convulso fue el año en otras regiones del planeta como, por ejemplo, en África. Allí se produjeron distintos golpes de Estado y avances rebeldes en países como Chad -donde fue asesinado el presidente, Idriss Déby-, Guinea, Sudán, Guinea-Bissau, Mali -donde ya se había producido otro golpe en 2020- o Níger. Esto se suma a la inestabilidad de un continente ya de por si extremadamente complejo debido al empobrecimiento al que fue sometido históricamente y sus consecuencias sociales. Además, en una región como la Franja de Sahel -5.000 km que atraviesa varios países desde el Océano Atlántico, en el oeste, al Mar Rojo, en el este, y sirve de transición entre el desierto del Sáhara y la sabana africana- preocupa el avance del yihadismo y los movimientos extremistas que asolan la región con ataques de una violencia cada vez más inusitada con una frecuencia casi permanente.
En América Latina, a su vez, continúa lo que algunos autores han dado en llamar un empate hegemónico. Ni la derecha, ni la izquierda logran prevalecer claramente sobre el resto. En Perú triunfó Pedro Castillo, el izquierdista que nadie medía en las encuestas, mientras que en Honduras regresó al poder la izquierda con Xiomara Castro, y en Chile, por primera vez desde la vuelta de la democracia ganó un candidato por fuera del establishment tradicional, como Gabriel Boric. Este año también continuaron las revueltas sociales, incluso en países que hasta ahora eran ajenos al fenómeno como Cuba. El año que viene se producirán elecciones claves para el futuro de la región, primero en mayo, en Colombia, donde puede ganar la izquierda con Gustavo Petro, y luego en octubre, en Brasil, donde Lula Da Silva encabeza todas las encuestas.
A medida que nos vamos adentrando en una nueva década, los liderazgos que marcaron la primera parte del siglo XXI van dejando sus lugares en favor de una renovación necesaria. Esto se da no sólo por el lógico paso del tiempo, sino también por el desgaste que les produjo a los gobiernos del mundo la pandemia del covid-19 junto a sus consecuencias económicas y sociales, que, con sus nuevas variantes, se extendió también durante 2021.
Es el caso, por ejemplo, de Angela Merkel, que dejó de ser Canciller de Alemania tras anunciar su retiro de la política. Aunque su imagen positiva ronda el 70%, no pudo imponer al candidato de su partido, por lo que ganó Olaf Scholz, marcando la vuelta de los socialdemócratas al poder en la principal potencia de la Unión Europea. El año que viene se celebrarán comicios presidenciales en Francia, donde Emmanuel Macron enfrenta un panorama complicado frente a la ultraderecha. Es difícil prever que puede suceder el año que viene en la política global, especialmente porque vivimos en una época excepcional, donde los cisnes negros suceden de forma tan corriente, que Hobsbawm bien podría haberla denominado como la era de lo imprevisible.