Venezuela, aislada y a la buena de Dios

Por Gonzalo Fiore

Venezuela, aislada y a la buena de Dios

El pasado 10 de enero, en medio de denuncias sobre la legitimidad de las elecciones que lo proclamaron vencedor, Nicolás Maduro asumió por tercera vez la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela. Este nuevo mandato, sin embargo, se presenta bajo circunstancias radicalmente diferentes a las de sus primeros periodos: un país desgarrado por la crisis económica, una creciente fragmentación interna en el chavismo y un aislamiento internacional cada vez más notorio.

A la toma de posesión, que estuvo marcada por una notable ausencia de líderes internacionales de peso, no acudieron mandatarios clave que en el pasado respaldaron al régimen, como el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; el de Chile, Gabriel Boric; y el de Colombia, Gustavo Petro. En su lugar, Caracas recibió únicamente a los cuestionados presidentes Daniel Ortega (Nicaragua) y Miguel Díaz-Canel (Cuba), dos de los pocos aliados que aún permanecen cerca del gobierno venezolano.

Además, el candidato opositor que se autoproclamó presidente, Edmundo González Urrutía, no pudo ingresar al país, a pesar de haber anunciado su llegada en reiteradas ocasiones, en un claro reflejo de las barreras políticas y represivas que persisten en el país.

El gobierno de Maduro, que ha logrado mantenerse en el poder gracias al control férreo de las Fuerzas Armadas y a su relación con aliados internacionales como Rusia y, de manera más tímida, China, se enfrenta ahora a una situación interna cada vez más complicada. La fragmentación del chavismo es cada vez más evidente, y la coalición que antes apoyaba al régimen se ha reducido considerablemente. Además, las crecientes tensiones sociales y económicas no hacen más que aumentar la presión sobre un gobierno cada vez más aislado.

Por otro lado, la oposición, liderada por María Corina Machado, ha logrado una cohesión inédita, fortaleciendo su narrativa de lucha por la democracia. La oposición venezolana parece haber superado los desacuerdos del pasado y se presenta ahora como una alternativa viable frente al régimen. A pesar de la represión y las dificultades, Machado ha logrado consolidarse como una líder con creciente apoyo tanto dentro como fuera del país. En este contexto, la incapacidad de Maduro para justificar su victoria en las elecciones de 2023 ante la comunidad internacional ha dejado al chavismo en una posición aún más comprometida.

Aunque Maduro ha tratado de proyectar una imagen de fuerza y continuidad, su juramentación fue un evento simbólicamente pobre, marcado por la ausencia de figuras de renombre. Este hecho refleja su creciente aislamiento, no solo dentro de América Latina, sino también en la esfera internacional. El mandatario, consciente de este aislamiento, sigue aferrándose al respaldo de sus pocos aliados internacionales, como Rusia y Cuba, pero la falta de apoyo en la región deja a su gobierno en una situación de creciente vulnerabilidad.

A pesar de estos desafíos, Maduro sigue controlando el aparato estatal y mantiene el poder gracias al apoyo de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, como señala el politólogo José Natanson, el chavismo ya no puede autodenominarse como una fuerza política mayoritaria ni democrática. Este es un cambio significativo respecto a los primeros años del régimen, cuando su liderazgo gozaba de un mayor apoyo popular y legitimidad tanto dentro como fuera del país.

El futuro de Venezuela sigue siendo incierto. El régimen de Maduro ha logrado sobrevivir a numerosas crisis, pero la presión de una oposición cada vez más fuerte, tanto en el ámbito político como internacional, podría poner en peligro su permanencia en el poder. Si bien Maduro tiene la capacidad de mantenerse en el gobierno gracias a su control sobre las fuerzas armadas y su coalición interna, la lucha por su permanencia parece más difícil que nunca.

Más allá de las tensiones políticas, la situación económica de Venezuela es la herida más profunda del país. La producción de petróleo, que ha sido históricamente la principal fuente de ingresos, sigue muy por debajo de los niveles previos a la crisis. Desde 2019, la producción cayó drásticamente de casi 3 millones de barriles diarios a menos de 300,000, y aunque ha repuntado ligeramente hasta acercarse al millón, esta cifra sigue siendo insuficiente para sostener una economía que depende en gran medida de los ingresos petroleros.

La industria local, por su parte, opera a menos del 30% de su capacidad, y miles de pequeños emprendimientos que sobrevivieron a la ola de nacionalizaciones y expropiaciones se encuentran al borde de la quiebra. La dolarización parcial de la economía, que permitió una ligera reactivación del consumo y un alivio temporal de la inflación, no ha sido suficiente para reparar los daños estructurales causados por años de políticas económicas fallidas.

La hiperinflación que azotó al país en 2019, alcanzando una tasa del 9,500%, arruinó los salarios y devastó el poder adquisitivo de millones de venezolanos. En este contexto, el éxodo de venezolanos, que supera los 7 millones según estimaciones de Naciones Unidas, se ha convertido en una de las tragedias humanitarias más grandes de América Latina. La diáspora venezolana no solo refleja el colapso económico, sino también el cercenamiento de los derechos políticos y civiles de los ciudadanos.

A pesar de la aparente estabilidad que el régimen de Maduro ha logrado mantener, el futuro de Venezuela es altamente incierto. Aunque el control de las Fuerzas Armadas le permite seguir en el poder, el aislamiento internacional y las crecientes tensiones sociales y económicas son una constante amenaza para su permanencia. La promesa de una recuperación económica sigue siendo una ilusión, pues el daño estructural sufrido por el país en los últimos años es monumental. Además, la falta de legitimidad interna y la presión de una oposición cada vez más cohesionada hacen que la situación política se torne aún más compleja.

El camino hacia una solución negociada parece ser la única salida viable, aunque el riesgo de una mayor inestabilidad política sigue latente. Maduro, a pesar de su control sobre el aparato estatal, se enfrenta a un panorama lleno de incertidumbre, marcado por el descontento popular, las tensiones internas y las presiones internacionales. En este contexto, el tercer mandato de Maduro no solo está lejos de ser un triunfo definitivo, sino que podría marcar el inicio de una etapa aún más difícil para Venezuela.

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