Ni un minuto perdido

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Ni un minuto perdido

Miriam Maidana asistió al taller de Herramientas Gerontológicas que El Club de la Porota junto a la Fundación Navarro Viola ofrecieron durante agosto y septiembre de este año. Ella está realizando su tesis de grado de Licenciatura en Psicología en Entre Ríos y nos comparte la historia de Armando. Este octogenario vive en Alcaraz junto a su esposa. Gracias a Miriam hoy podemos conocer su testimonio sobre cómo la pandemia le sirvió para aprender un nuevo oficio con un maestro único: su nieto.

Viví mi infancia en el campo, aprendí a realizar diferentes trabajos, mi padre fue mi gran maestro, trabajé con animales, con máquinas. Cuando formé mi familia, con mi esposa y mi hijo seguimos viviendo allí. Ahí era yo el maestro de mi hijo, teníamos animales (vacas, chanchos, ovejas, gallinas), sacábamos leche y vendíamos lo que cosechábamos a lo largo de todo el año. Un día, por problemas de salud, decidimos ir a vivir al pueblo Alcaraz (a unos kilómetros del campo). Sin embargo, hasta que llegó la pandemia iba todos los días al campo, era mi nieto quien me llevaba y me traía ya que íbamos a trabajar juntos. Ahora era maestro de mi nieto.

Con la llegada de la pandemia, ya no podía salir tanto, debía cuidarme. Tuve que ver qué hacía con todo ese tiempo que se volvía interminable. Pensaba: no puedo dejar que pasen los días sin hacer nada y aprender algo nuevo”.

Un día, sin darme cuenta que ese sería el día que esperaba, observé a mi nieto que traía al galponcito de casa, herramientas para trabajar. Él es apicultor, me acerqué y comencé a observar cómo trabajaba día tras día, hasta que mi deseo fue tan grande y le pedí que me enseñara. Aprendí a usar herramientas que no conocía; primero una, luego otra y otra, ahora mi nieto se ha convertido en mi maestro. Comencé a fabricar cajones, marcos, etc. Hoy puedo decir que ese galponcito” es mi lugarcito”, ahí es donde me volví a encontrar trabajando, compartiendo todo lo que sé y que puedo aprender de mi nieto; en fin, disfrutando de cada minuto de mi vida.

Hace unas semanas cuando hablé con mis amigos y conocidos la mayoría me dijeron: ¿Armando, trabajando con 84 años? Disfrutá mejor de la vida”, y yo me pregunto en primer lugar: qué… ¿Les sorprende que a mis 84 años pueda trabajar? Y en segundo lugar: ¿qué sería para ellos disfrutar la vida”? ¡YO LA DISFRUTO AL MÁXIMO!

Armando Regner, 84 años, Alcaraz – Entre Ríos

Reflexiones a la carta: pandemia, nueva normalidad y un alfajor de dulce de leche

¡Estamos en el mes 10 del año 2021! A medida que envejecemos la percepción del tiempo, por momentos, parece escurrirse de las manos. Sé que es así, por eso no les voy a preguntar: ¿coinciden?”.

¡Tanto preludio para dar cuenta de que el año pasó volando! Sin embargo, hay algo que deseo no dejar pasar. De a poco vamos retomando la normalidad”, esos retazos de vida pre marzo de 2020. ¿No les parece que estamos intentando forzar una falsa percepción de que aquí no ha pasado nada”? Y lo cierto es que sí pasó. Pasó una pandemia y junto con ella, infinitas formas, maneras, experiencias, vivencias. Algunas personas la perciben como un llamado de atención humanitario; otras, como una oportunidad para barajar y dar de nuevo, o como una tragedia que arrasó con el orden y la rutina, con lo esperable y previsible…

La incertidumbre logró atravesarnos. Por momentos, paralizarnos. Ya lo expresamos en columnas pasadas: la vacuna nos salva del virus mas no del miedo. Miedo a reconectar con otros/as, a salir, a reconquistar el espacio público y la rutina que ordena y garantiza ciertos límites. Hay una tristeza que nos atraviesa, que nos abruma. Hay secuelas mucho mayores: la pérdida de seres queridos, la percepción de la soledad, la interrupción de los tratamientos médicos, hasta la pausa que hemos dado en las prácticas de autocuidado que tanto nos había costado sostener; junto a otras secuelas que no tienen nombre pero que están ahí, invadiendo emociones.

Tengo en claro que la justicia no existe. Que la justicia es la palabra que, a fuerza de incomodar, nos recuerda que la vida es injusta porque está atravesada por situaciones que se presentan con el fin de mostrar el camino que a cada uno/a le toca seguir. Diría que la percepción de justicia – injusticia es una ficción. ¿O acaso hay algún tribunal a donde podamos ir para reclamar por los daños de la pandemia?, ¿acaso estamos tan ajenos, desconectados, que nos pensamos fuera del sistema que construímos?

Somos parte de un enorme engranaje. Nada nos debería resultar ajeno; menos nuestra propia salud, nuestra propia vida.

Hace poco fuí testigo de cómo una persona que trabaja en una residencia para mayores le quitaba un alfajor de dulce de leche a una mujer con diabetes. No, doña Margarita, usted es diabética, no puede comer eso”, le dijo con voz mansa.

Margarita la miró con desprecio, bajó los ojos y retomó su insípido vínculo con una acartonada y pegajosa galleta de arroz. En nombre de el cuidado” ¡he visto cometer tantas violaciones!

La analogía sirve. La pandemia es como esa cuidadora quien sin aviso nos quitó el alfajor que con tanto gusto saboreamos. ¿Acaso sólo tenemos la opción de resignarnos, de elegir la galleta de arroz? ¿un alfajor de vez en cuando, es más nocivo que la violencia ejercida por la cuidadora?, ¿acaso Margarita no sabe, no conoce, las consecuencias?, ¿acaso no es dueña y protagonista de sus actos?, ¿acaso no hay más caminos posibles?

Imaginemos un desenlace B para la historia de Margarita y la cuidadora:

– No, doña Margarita, usted es diabética, no puede comer eso”, le dijo con voz mansa.

– Margarita la miró y con el alfajor en el túnel de la boca abierta le dijo: ¿quién dijo que no puedo? Es un gusto que me doy de vez en cuando. Una fanática del dulce de leche no puede vivir con galletas de arroz”.

Por último, imaginemos un desenlace C:

-No, doña Margarita, usted es diabética, no puede comer eso….”, le dijo con voz mansa.

-Margarita no hizo nada. Se quedó callada, con un nudo en la garganta. A punto de dejar el alfajor en la mesa la cuidadora agregó: pero bueno, Margarita, un alfajor de vez en cuando no le hace mal a nadie! La vida es una sola… no soy quien para evitarte esos placeres”.

Podemos lamentarnos por lo vivido y dejar que la mirada tutelar y viejista nos pisotee, haciéndonos creer que la soledad de nuestra casa es la única forma de cuidarnos.

Podemos comernos el alfajor y comprender que no hay mejor conquista que aquellas que logramos cuando nos hacemos cargo de nuestras elecciones.

Podemos aceptar la mano amiga que nos invita a reconectar. A sabiendas de que nada volverá a ser como antes de la diabetes, ¡perdón! de la pandemia (jajaja), pero con la certeza de que con otros/as es más sencillo, amoroso, posible disfrutar de vez en cuando de un mordisco lleno de azúcar.

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