100 años de Trilce de César Vallejo

Por Leandro Calle

100 años de Trilce de César Vallejo

En el mundo de habla inglesa, la literatura tiene dos libros de significativa importancia que surgen en 1922. Uno, “La tierra baldía” de T.S. Eliot y el otro “Ulises” de James Joyce. En el cono sur, propiamente en Perú, en un pueblito perdido cuyo nombre es Santiago de Chuco, en 1892 nacía César Vallejo. Unos años después, en la misma fecha que salía el Ulises de Joyce y La tierra baldía de Eliot, el “cholo” Vallejo publicaba “Trilce”, libro mayor de la vanguardia poética en nuestro idioma al decir de Roberto Fernández Retamar.

Nos encontramos en una época de entreguerras que marcó grandes hitos en la cultura sobre todo occidental. En Europa, surge el surrealismo de la mano de André Breton con su primer manifiesto publicado el 15 de octubre de 1924. Eran las épocas de las vanguardias. Y es justo decirlo, dos años antes del manifiesto surrealista, César Vallejo publica un libro que logra un rompimiento inédito y maravilloso del lenguaje. Tal vez, nuestro excesivo eurocentrismo, no permitió concederle un lugar mayor, tal vez, la lejanía del centro económico, cultural y político, no supo ver que en el sur del mundo, aparecía una poesía nueva, atravesada por el dolor y la novedad.

Vallejo venía de escribir “Los heraldos negros” en 1920. Un libro muy bello que sin embargo estaba emparentado al modernismo de la época que comenzaba a descascarase. Entre “Los heraldos negros” y “Trilce”, Vallejo cae injustamente preso. “Trilce” de hecho, se publica en los talleres de la cárcel. La distancia que hay entre uno y otro libro es impresionante. Median nada más que dos años y sin embargo, los dos libros –si bien con continuidades del habla vallejiana- se podría decir que pertenecen a mundos diferentes.

Vallejo después de escribir “Trilce” parte hacia Europa, y no volverá más a su tierra. Muere en París el 15 de abril de 1938.

“Trilce” es de algún modo, la palabra hecha añicos. Hay alteraciones de tiempo, de ortografía, alteración de toda preceptiva: “El traje que vestí mañana/ no lo ha lavado mi lavandera” (Poema VI). Y todo esto, sin dejar nunca de ser poesía y una poesía mayor. Más allá de la vinculación que siempre se le ha hecho con el surrealismo (desconociendo muchas de las veces que el surrealismo tiene un origen posterior) algunos críticos emparentan la obra de Vallejo con el Ultraísmo de Cansinos Assens y el culto a la metáfora que luego traerá Borges a la Argentina y también con el Creacionismo de Vicente Huidobro, particularmente con la obra “Altazor”.

Cuando leemos “Trilce” y sobre todo si hemos leído previamente “Los heraldos negros”, nos damos cuenta de la vital originalidad de Vallejo. Es una poesía auténtica. Pero, eso sí, es también una poesía que se hace escurridiza. Se retira o se escapa por los andariveles más absurdos del lenguaje: “Quién ha encendido fósforo!/ Mésome. Sonrío/ a columpio por motivo./ Sonrío aún más, si llegan todos/ a ver las guías sin color/ y a mí siempre en punto. Qué me importa” (Poema XXXIX).

En este sentido, podemos decir que nos encontramos ante una poética que requiere una participación activa del lector. Interjecciones, usos y palabras típicas del lugar, alteraciones, juegos visuales, escrituras a la inversa como el final del poema que el lector encontrará al término de este artículo, etcétera. Pero la dificultad de “Trilce”, no es a mi modo de ver, una dificultad artificial, o porque sí. Nace de una necesidad, me animaría a decir, que de un posible pedido de autenticidad ante el dolor y la injusticia. El último Vallejo, será un escritor comprometido con la causa de la Guerra Civil Española y su voz, -la de Poemas Humanos, por ejemplo- mostrará el compromiso raigal de la poesía con la historia. Entre “Los heraldos negros” y “Poemas humanos”, pareciera que “Trilce” es la bisagra, el gozne el punto de inflexión. El necesario paso de una intimidad provinciana y honda hacia una intimidad colectiva, un dolor asumido no ya desde lo personal sino como un dolor del mundo. A mi humilde entender, estos poemas de los cuales muchos nacieron en la cárcel, son el necesario rompimiento del lenguaje para nacer hacia otros horizontes. Romper el lenguaje es romper lo propio, es hacer con los escombros de la injusticia humana una nueva casa, una casa para todos. Esa suplica colectiva del poema “Masa” del último Vallejo: “Entonces, todos los hombres de la tierra/ le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporóse lentamente,/ abrazó al primer hombre, echóse a andar…”

Poema XIII

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.
Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra,

aunque la Muerte concibe y pare
de Dios mismo.

Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.

¡Odumodneurtse!

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