Diego Tatian y la tierra de los niños

Por Leandro Calle

Diego Tatian y la tierra de los niños

En 1966, Leopoldo Marechal, en Heptamerón, decía: No me dejo llevar por la inercia del agua:/ yo remonto el furor de la corriente,/ para encontrar la infancia de mi río”. Luego, va a retomar ese mismo dictum para finalizar las Claves de Adán Buenosayres”. Diego Tatian, escritor y filósofo, navega hacia el origen en La tierra de los niños”, libro publicado por la editorial Zindo & Gafuri.

A partir de una historia familiar, la historia de Krikor y Azniv, abuelos del autor, Tatian recorre contracorriente, el itinerario de su herencia armenia. Lo notable, es que, si bien la narración está impregnada de una experiencia estrictamente personal y familiar, anclada en Córdoba, al mismo tiempo posee un valor universal, otorgando al lector el placer de una lectura desapegada de la auto referencia.

Remontándose a los orígenes, el autor va hilvanando a su vez, la historia de Córdoba y particularmente la historia de los armenios en Córdoba.

El trabajo es arduo, pues si bien, existe una materia prima, consistente en un archivo familiar de fotos, cartas y objetos, la verdadera materia con la que Tatian amasa su escritura posee una doble particularidad: la memoria y el olvido.

Son a veces las pequeñas hendiduras en la historia y el tiempo, fisuras o rastros, vestigios y huellas de conversaciones de infancia, de ajados papeles con un idioma extraño o fotos en blanco y negro que retratan no solo el momento sincrónico de un hecho particular, sino también una serie de miradas profundas. Como si el verdadero obturador, no se encontrara en el lado de la máquina fotográfica, sino ahí, exactamente en el objetivo, en la mirada, en los ojos, tanto de Krikor o de Azniv o de algún desconocido. ¿Quién mira a quién, en este trabajo de la memoria?

Ana Arzoumanian, en el magnífico prólogo que brinda, dice: Entonces la memoria se transforma en resistencia, acto singular que subvierte el orden del legado: engendrar simbólicamente al ascendente”.

En este volver a las fuentes”, Diego Tatian, realiza a su vez, un trabajo de visibilización de la cultura armenia. Intuyo que, primeramente, dicho trabajo está dirigido hacia sí mismo, pero luego, edición mediante, es ofrecido también a la comunidad lectora. Ante cualquier lector más o menos avisado, el título La danza del sable”, puede acaso decirnos algo. Ahora bien, si vamos a YouTube o a cualquier medio de registro musical y escuchamos La danza del sable”, casi seguro que nos será muy familiar al oído. Sin embargo, el nombre de su autor: Aram Khachaturian, es quizás desconocido para la mayoría. En este sentido, este pequeño ejemplo, sirve para comprender mejor cómo las capas del tiempo y de la historia van construyendo una realidad que es necesario desentrañar.

Y así como aparece el nombre de Khachaturian, el autor señala otros caminos de acceso a la cultura armenia. La pintura de Martiros Sarian, o el trabajo del astrofísico Víctor Ambartsumian, por ejemplo.

Lo que recibe Tatian o mejor dicho, lo que rescata desde su escritura es una herencia: Ahora recorro parsimoniosamente los restos (cartas, anotaciones, letras, imágenes, fotografías del archivo familiar conservadas por ley del azar), y me pregunto si me reconozco en ellos. ¿Qué reconozco al mirar? Siento más desconocimiento que reconocimiento; todo me resulta a la vez entrañable y extraño, lejano, imposible”.

Toda herencia es de algún modo resto. ¿Qué hacer con ella?

No hay respuestas matemáticas, por supuesto. Elijo un acercamiento poético, de la mano del poeta armenio Hrach Tamrazyan, traducido por la poeta Ana Arzoumanian:

Hasta que de golpe despierte en vos
Esa imagen clara
La imagen de la añoranza profunda,
Esa vida que pasa por tu corazón
Tan lejos, tan cerca.
Y esa sonrisa humana
Te ilumina el alma
Y te permite mirar alrededor,
Y anudar ese profundo momento,
Vivir con nombres deslumbrantes
Y cantar a la añoranza y al dolor,
Por las sendas profundas del tiempo
Estirar el hilo de la memoria.”

Libro conmovedor e íntimo. Viaje necesario.

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