“Actividades prácticas” de Graciela Di Bussolo

Por Leandro Calle

“Actividades prácticas” de Graciela Di Bussolo

Graciela Di Bussolo llegó de Buenos Aires, la gran urbe, la metrópoli, la jungla de cemento para algunos. Vivió en nuestra ciudad de Córdoba en uno de sus típicos barrios, pero hace ya mucho tiempo reside en las sierras. Este último paisaje, tiene que ver con este libro, en donde podemos encontrar un desplazamiento de su escritura -digamos, urbana- a una escritura ahora impregnada por el paisaje serrano, su música, sus pájaros, sus colores, sus silencios.

Este paisaje externo se amalgama con un paisaje interior y se convierte en poesía. La elegía, ese tono firme de la pérdida, lo hallamos en el comienzo, en la dedicatoria del libro y crece, a lo largo del poemario, como un río subterráneo que va ganando su lugar.

El tono elegíaco, se entrelaza a su vez con el ciclo de la vida que marca la naturaleza circundante. No hablamos de un tono melodramático, sino de un tono atravesado por el dolor de la pérdida, que se resuelve en aceptación poética o, mejor dicho, donde la poesía es el corolario, la expresión estética y real del ciclo de la vida de cualquier ser humano.  “He sembrado semillas de algarrobo. // Sueño con un árbol/ que regale sombra cuando me haya ido. // Alguien mirará su copa/ aliviará el verano bajo sus ramas/ mirará el cielo recortado entre las hojas. // Y no sabrá que un día/ abrigué ese árbol en mi mano.” (Algarrobo).

A través de las cinco partes que componen el libro hay cuatro palabras que se repiten, explícita o implícitamente, y que considero son ejes sustanciales para una aproximación hermenéutica. Esas palabras son: sueño, casa, árbol y oscuridad.

“El vivir sólo es soñar…/ ¡que hay quien intente reinar/ viendo que ha de despertar/ en el sueño de la muerte!” dirá Calderón, a través de Segismundo, en su conocido monólogo de “La vida es sueño”. El sueño, que aparece de diversas maneras tiene que ver con la última palabra del libro, que es la palabra “farsa”. La vida como teatro del mundo, escena, dramatización, espuma leve que se deshace entre las manos.

Al mismo tiempo, los sueños/la farsa, son reales, tienen espesor, condicionan, configuran, pero, finalmente desembocan en su despertar hacia la muerte. En este sentido, la palabra oscuridad, los tiempos de la oscuridad, aparecen de manera indicial en la sección del “Tarot”: la adivinación busca respuestas en ese otro lado, en el reverso de la vida y ese reverso a veces deja ver, no sólo el amor y sus designios, sino también el brillo misterioso de la oscuridad. La carta de “Los enamorados” suscita este poema: “Una sombra acecha desde lejos/ y marca/ otra vez/ el tiempo de la oscuridad”.

Casa y árbol son palabras que aquí van juntas, caras de una misma moneda. Porque la casa no es algo físicamente estático, la casa es una casa que comienza por ser un sueño y luego se construye con las manos, las manos de los amantes. Y esa casa es habitada por los pájaros, por la lluvia, por los sueños, por el amor, y también por las sombras. Como una sentencia, brilla el final del poema “Higos”: “Y la casa era un árbol”.

La casa nace del paraje neblinoso de los sueños y se encarna en el paisaje, echa raíces, se yergue, se levanta, es nido de los pájaros, abrigo del amor. Un árbol crece, florece, da frutos y también se acaba o trasciende perpetuo en sus semillas. “Los cimientos/ crecen/ como un extraño árbol/ con raíces de cemento. / Son fuertes/ como el hierro que les ha dado forma./ Son los pies de la casa./ Sobre ellos camina nuestro sueño.” (Los cimientos).

Con la lluvia y la muerte viene la soledad, y el paisaje se tiñe de silencio. Caen los telones de la farsa, pero se abre el de la poesía.

Hay en la poesía de Graciela Di Bussolo una precisión, un manejo certero de las palabras y en esa construcción del poema pareciera que se instala una manera de quedarse, un permanecer. Ansias de infinito en un mundo finito.

“Quedaron en la casa

muchas cosas

hechas con el misterio de sus manos

que convertían en arte todo lo que tocaban.

Y me dejó este frío

que no tiene un abrazo que lo abrigue”.

El amante, todo lo que toca lo convierte en arte. Es un rey Midas de la belleza. Cuando aparece la intemperie, habla la poesía. Para escuchar su voz, callamos. Su voz, que en la voz de Graciela, revela y anuncia ese ciclo vital e infinito:

“Ha florecido el limonero.

El aire es otro, hoy.

La casa es otra.

Hay una promesa de frutos

de ácido dulzor

de aromas.

Hay una promesa de milagro

aquí

en nuestro patio.”

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