Milei y el General Invierno

Por Pedro D. Allende

Milei y el General Invierno

Las últimas estadísticas oficiales disponibles (2021) registran, dentro del sistema universitario argentino, a 2.4 millones de alumnos/as. El 80% cursa en universidades públicas: 61 son nacionales, 6 provinciales. El 20% restante estudia en 65 universidades privadas.

Si se sostienen las tasas de ingreso y egreso de inicio de esta década (lo que es razonable), hoy habría unos 4 millones de estudiantes; al menos 3.2 millones, dentro del sistema público.

Tenemos Universidades públicas o de “gestión estatal” en todas las provincias argentinas, formando auténticas comunidades de estudiantes, profesores, no docentes, investigadores, directivos. Las privadas, están concentradas en CABA (32), Buenos Aires (18), Santa Fe (9), Córdoba y Mendoza (7 en cada caso); 6 provincias no poseen ninguna (en algunas existen “nodos” de “casas matrices” instaladas en otra jurisdicción).

El 25% del estudiantado egresa, en el sistema argentino, en “tiempo teórico” (el establecido por los planes de estudio) ¿por qué? Podríamos preguntarle al vocero presidencial Manuel Adorni, frustrado estudiante de economía de la prestigiosa Universidad Nacional de la Plata quien finalmente logró un grado -como contador- en una casa de estudios privada (recientemente incluyó sus antecedentes correctos en Linked-In).

A 2021, en la Argentina se dictaban 11.298 carreras (20% pregrado, 45% grado y 35% posgrado. En este último segmento, 15% son doctorados, 35% maestrías y 50% especialidades. El 72% de los alumnos de posgrado estudia en universidades públicas; buena parte de ellos, miembros de la comunidad universitaria, en perfeccionamiento. El sistema público se compone de 212.724 trabajadores, de los cuales 72% son docentes, 2% autoridades y 26% no docentes (personal de bedelía, administrativo, contable, jurídico, informático, servicios generales, asistencial en carreras de salud, etc.)

En cuanto a los alumnos extranjeros, en 2021 sumaban un 4,4% del total (4,2 en públicas y 4,8 en privadas -en este caso con mayor incidencia en el posgrado-). El 95% procede de países americanos (predominan Perú, Brasil, Paraguay, Bolivia y Venezuela). No parecieran ser un problema insoluble para el sistema. Una curiosidad: hay más alumnos norteamericanos -raro que Milei no tenga el dato- que chilenos o uruguayos.

No la vieron

¿Cómo se gestiona semejante sistema? Las universidades públicas y privadas, poseen capacidad para desenvolverse con autonomía académica, con personería jurídica (las estatales son entes autárquicos).

Las instituciones privadas se financian con patrocinios y aranceles. Las públicas, con aportes del tesoro nacional (conforme ley de presupuesto), que arrancó 2024 con las mismas partidas que el año anterior (1,4 billones de pesos) cifra que para ser equivalente al actual ejercicio debía triplicarse. Pueden generar recursos propios: posgrado y servicios de transferencia a terceros.

Las universidades privadas responden a matrices marcadas por sus patrocinadores (confesionales, empresariales, emprendeduristas). Las estatales, a objetivos de política pública que rara vez se emparentan con líneas “partidistas” nacionales o locales.

De hecho, el sistema público argentino es una evolución de capas geológicas: hubo universidad antes que Estado, porque en la experiencia colonial los jesuitas supieron incluir en su red, desde 1613, la formación superior. Tras su expulsión (1767) hubo inmediata continuidad confesional -posteriormente secularización-. En el siglo 19, arrancando la década del 20, Bustos en Córdoba, Rivadavia en Buenos Aires) absorbieron las universidades existentes, en plena disputa por la conformación del estado nación. Constitucionalizada la República (1853), se federalizaron y tras la organización nacional se ampliaron, naciendo otras. La ley Sáenz Peña terminó con el orden conservador y en tiempos de Irigoyen llegó la Reforma Universitaria, con el cogobierno. Perón trajo la gratuidad y más diversidad (con la Universidad Obrera, hoy Tecnológica Nacional). Frondizi e Illia terminaron de incorporar la clase media a la universidad y garantizaron su florecimiento. Desde 1983 se extendió a todos los rincones del país. Las dictaduras le insuflaron anticuerpos para auto-resguardarse.

Es necesario caracterizar a los gestores público-universitarios. Para conducir, han sorteado exigencias. Muchos (particularmente en la actual etapa histórica) hicieron experiencia en centros de estudiantes, sus federaciones, consejos directivos o superiores; luego fueron docentes o investigadores por concurso (requisito legal) administrando áreas relevantes antes de ser elegidos democráticamente (existen diversos sistemas, directos o indirectos). Poseen experiencia política no necesariamente partidaria; acostumbrados al esfuerzo intelectual, con grados y posgrados en su carrera académica, acumulando cuantiosas relaciones institucionales o personales, dada la vocación de las universidades públicas de trabajar en convenio con diversas organizaciones (gubernamentales o no).

Ese conjunto de comunidades donde confluyen miles de personas, ha sido hasta ahora coordinado nacionalmente por una Secretaría de Estado (Carlos Menem -atentos sus herederos ¡por favor!- inauguró esa tradición cuando impulsó la Ley de Educación Superior, aún vigente). El perfil de la posición se reservó a figuras del esquema, con “espalda” frente a cuadros curtidos, como los rectores universitarios de cualquier sistema.

Milei, instruido en entidades privadas; su hermana Karina, sin experiencia universitaria conocida; Santiago Caputo, de graduación incierta y Sandra Pettovello, egresada de Austral y Belgrano, por formación (o falta de ella), no pudieron percibir esta realidad. No han sido de ayuda ni el secretario de Educación, Carlos Torrendell (viene del sector privado) ni el subsecretario del ramo, Alejandro Alvarez (sin nivel para el puesto). Ningún libertario advirtió que, con facilidad, el sistema estatal puede poner espontáneamente más de un millón de personas en la calle sólo para proteger valores tan arraigados en el país como envidiados en el mundo.

Lo explicaba una señora, compartiendo la histórica marcha: “no soy alumna ni egresada, pero mis dos hijas pudieron recibirse y realizarse estudiando en la Universidad Pública ¡Cómo no voy a venir a defenderla!”

La soñada recorrida triunfal del presidente, desde la cadena nacional del 22 hasta la cena-show en la Fundación Libertad (el 24), se topó simbólicamente el martes 23 con aquel “general invierno” que frenó ambiciones imperiales. La estigmatización libertaria se extravió en un territorio inabarcable, donde las distancias demoraron los tiempos y la nieve congeló las armas. Voluntarismo sin precisión, como Napoleón o Hitler intentando la caída de Moscú ¿Tomará nota el gobierno nacional?

Otrosí digo: ¿Y Llaryora o Passerini? La vieron (es un decir) por la tele.

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