Cómo pensar las subjetividades en la persecución

Cómo pensar las subjetividades en la persecución

El estreno de la película El Guasón” despertó curiosidades, comentarios, artículos, trabajos de investigación, reflexiones y hasta memes”. Un sinfín de interrogantes caló hondo en un estado de sociedad caracterizado precisamente por la desidia, la desesperanza y las violencias. ¿A priori no resulta ambivalente que una película invite a pensar y refleje precisamente estas mismas prácticas que reproduce lo social en la actualidad?

En tal caso, no vale responder precisamente aquí sobre esta inquietud, sino más bien cabe preguntarnos acerca de la posibilidad de reencontrar, a partir de este film, un signo de optimismo y tejer un nuevo futuro.

En principio, El jocker” reproduce una crudeza sin igual y profunda que apela a la desolación del espectador. Arthur Fleck, su protagonista, convive con una enfermedad mental que la sociedad no ve por temor o conformidad. -«La peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieras»-. La frase la escribe él mismo en su diario de terapia. Aquí, el sujeto a pesar de verse inmerso en sus propios avatares tiene un momento de tremenda lucidez y parece comprender, como bien sostiene Marc Augé, su no-lugar en el mundo. Naufraga sólo por las calles en busca de algún sentido, no es reconocido en su trabajo como payaso, llegando por momentos a ser golpeado por transeúntes que lo ridiculizan a diario. Al mismo tiempo cuida a una madre desvalida, caída y sin miramientos de futuro. Todo este panorama lo atraviesa y el Estado está ausente.

En la primer parte de la película, Fleck está con asesoramiento psiquiátrico que sostiene Servicios Sociales”. Sin embargo, al cabo de algunas sesiones, la terapeuta le comunica que han recortado presupuesto y no puede seguir atendiéndolo. Él primero la increpa; le reprocha que ni siquiera lo escucha y que es exactamente lo mismo continuar o no el proceso terapeútico. Pero luego, al cabo de unos minutos cae en la cuenta del desamparo absoluto que le espera:
-¿Y ahora cómo voy a hacer con mis medicamentos?”, sostiene Fleck incrédulo y desconcertado. Una pregunta que duele y mucho; genera rabia e impotencia, porque el espectador comienza a vivir el deterioro de Arthur, acompañando su decaimiento desde la butaca. Cada acción descarta una oportunidad de anudamiento de ese sujeto. Aquí comienza una transformación del personaje, subsumido en la exclusión y la falta.

Otro detalle significativo que va marcando un camino de obstaculización en el personaje es la patología que esconde su risa desproporcionada. En una de las escenas, Fleck viaja en colectivo y en el asiento de adelante un niño lo observa detenidamente. Él se percata de la situación y comienza a jugar con el pequeño; se entretienen. En ese instante, los gestos del protagonista reflejan un acto de creación, sentido y trascendencia: siente que si puede hacer sonrojar a un niño, entonces su sueño de ser comediante no está tan alejado de materializarse. Sin embargo, al cabo de algunos minutos, la madre del niño maltrata a Fleck y le exige casi con ´asco´ que no moleste más a su hijo. Arthur se siente avergonzado y comienza a reír sin parar como una forma de descarga ante la humillación.

Hasta ese momento la vida de Fleck se le presenta como una tragedia. Invisibilizado y denostado, intenta sobrellevar su vida lo mejor que puede; su enfermedad lo tortura y lo limita; lo persigue y lo excluye de cualquier círculo de creación.

En este sentido, los seres humanos transitamos nuestra existencia persiguiendo sueños realizables y otros no tanto; pero siempre en el fondo intentamos ganarle al tiempo finito que nos acecha. Arthur, aún con su trastorno esquizoide, busca las maneras de trascender, pero no puede. No es mirado ni respetado como sujeto. No puede apropiarse de sí mismo y enfrentar al mundo desde la creatividad.

El quiebre en su personaje se da por la noche mientras viaja en subte. Fleck observa cómo tres jóvenes con nivel socioeconómico alto acosan a una mujer. A raíz de esta acción, comienza a reír incesantemente y los jóvenes le cuestionan su accionar. Él intenta explicarles a través de una tarjeta que padece una enfermedad y la risa que ésta le provoca como síntoma es inintencionada. Sin embargo no le dan tiempo y le propician una feroz golpiza. Arthur saca su arma y les dispara: mata a dos en el acto y al tercero lo remata en las escaleras dentro de la estación.

A partir de esta escena ya nada será igual para Arthur Fleck. Huele el revuelo de estos asesinatos: noticias, entrevistas al alcalde, entre otras cosas; todo hace que se sienta parte de algo, aunque sea él mismo el homicida.

Luego de cometer los crímenes, Fleck trasciende a su propio ser. Se siente respetado, mirado y reconocido. Todo lo que no pudo lograr siendo una persona que cumplía las normas sociales, lo hizo a través de la trasgresión de las leyes. En vez de crear vida mediante el amor, y así lograr sentirse parte y contribuir desde el bien común, quita y decide sobre la vida de otras personas. Con esta acción comienza a respetarse, adquiere mayor confianza y seguridad apropiándose de él mismo.
¿Cuán importante hubiese sido en la vida del protagonista y para el resto de los ciudadanos, teniendo en cuenta su patología, haber sido mirado, observado y atendido por el Estado?
El Estado debe intervenir. La salud mental es un derecho y si no existen políticas públicas que protejan y no estigmaticen a las personas con diferentes patologías, estaremos ante una de las cuestiones más graves de afrontar en nuestra sociedad actual.

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