Suena el celular.
-Profe, disculpe que le escriba por el Instagram pero cada vez que termino una actividad se me cae el usuario del aula virtual. Le mando el texto por acá.
-Hola… (Escribiendo…)
-Ahí fue, muchas gracias.
-(Escribiendo…)
-Y ya le dije a los chicos del curso que usted responde por acá y tiene Twitter.
– (Escribiendo…)
-Le vamos a mandar todo por ahí. Chau.
No conozco al chico que me escribe y, cuando por fin termino de redactar la respuesta, ya se desconectó. Voy a buscarlo entre las planillas de estudiantes que recibí por mail, pero entonces vuelve a sonar el celular y, ahora, quienes se ponen en contacto ni siquiera se toman el trabajo de iniciar la conversación: solo adjuntan un trabajo práctico.
Un trabajo práctico… ¿En qué momento pedí un trabajo práctico? ¿Y a quiénes?
Trabajo en cuatro colegios, tengo abiertas tres plataformas digitales, seis cursos y casi doscientos alumnos con situaciones de vida y trayectorias educativas muy diferentes. Como si fuera poco, el único colegio que por el momento no habilitó el aula virtual, está en un contexto vulnerable y los chicos no tienen acceso a internet ni cuentan con una computadora que soporte los programas necesarios para un aprendizaje significativo. Sin embargo, ahí también hay que mandar actividades y propuestas que las vicedirectoras descargan en el correo, imprimen (si es que queda tinta en la impresora porque los fondos del gobierno para fotocopias no alcanzan) y les entregan a las familias de los estudiantes en el horario de entrega de las cajas de Paicor.
Gran parte de los docentes, en especial los que trabajamos en la escuela secundaria, compartimos esta realidad. Muchos cursos, contenidos diversos, estrategias diferentes. Si ya cuesta organizarse en condiciones normales, la cuarentena obligatoria nos enfrenta a problemáticas inéditas.
En primer lugar está nuestra mínima alfabetización tecnológica, ya que no manejamos muy bien las redes sociales, y menos aún las herramientas creadas con fines pedagógicos. Aprendemos sobre la marcha. ¿Los chicos tienen mail? ¿Armamos un grupo de WhatsApp? ¿Alguien sabe editar el Aula virtual de Moodle? ¿Y el Google classroom? ¿Cómo se crea un foro de consulta?
Por otra parte, encarar un proceso de enseñanza virtual nos obliga a replantearnos la forma en que nos vinculamos con nuestras materias. Porque siempre estuvimos en el aula, tanto como estudiantes como en todos nuestros años de docencia. Quizás hayamos hecho algún curso virtual, tal vez hasta hayamos sido profesores en alguna plataforma, pero lo cierto es que no es nuestra práctica cotidiana ni la de los alumnos. Entonces, ¿cómo enseñamos? ¿Mandamos apuntes y guías? ¿A eso se reduce la enseñanza en la virtualidad? ¿Opodemos hacer algo más?
Que se hayan suspendido las clases (en la escuela) genera tensiones al interior de los docentes y las familias. Como catarsis, pululan memes en los que los padres enloquecen mientras los profesores ríen, otros en los que aparece un grupo de dinosaurios en una sala de computación (y lleva por título Los maestros en el aula virtual), y todos recibimos audios con planteos ridículos en los que la gente se queja o se niega a aceptar la nueva (e inédita) forma de educación. Y como el humor esconde una verdad, seguramente seguirán apareciendo comentarios ingeniosos al respecto.
Es curioso que en casi ninguno de los chistes aparezcan los niños ni los adolescentes como protagonista. Como si la situación solo afectara a los adultos.
Sin embargo, los propios estudiantes nos proponen distintas formas de encuentro. Si se trata de la plataforma que dispone tal o cual colegio, incluso alguna del Ministerio, fenómeno. Si es otro canal, al menos por ahora, ¿sirve?
En el cuento Cuánto se divertían”, escrito por Isaac Asimov en 1951, se presenta un futuro distópico en el que todos estudian en su propia casa, con un robot personalizado. Ahí, dos niños encuentran un libro, un libro de verdad, con hojas de papel y no esas letras impresas en las telepantallas futuristas. Entones descubren que, en otra época, las personas asistían a un edificio llamado escuela donde tenían clases y unas personas, llamadas maestros, que se encargaban de la educación. A los chicos les llama la atención que un ser humano pudiera enseñar y que todos fueran juntos. Con nostalgia, piensan que debió hacer sido una época mejor, donde aprender también era algo divertido.
El relato de Asimov muestra que, en esencia, la escuela es estar y aprender con otros. Ese encuentro hoy es virtual ¿podemos hacerlo real?, es lo que necesitamos que ocurra.
Suena el celular.
-Hola profe ahora que estamos sin hacer nada leí 1984. Está bueno me dejó pensando.
-¡Hola Gero!
-Cuando se termine la cuarentena nos juntemos a charlar sobre el libro y lo que está pasando
-¡Ese libro lo tenías que leer el año pasado!
-Ya sé profe.
– (Escribiendo…)
-Tarda mucho en responder. No use los dos signos de exclamación en el chat. ni los de pregunta. Entiende?