Desde la primera década del siglo XXI hasta hoy, se ha venido dando en nuestra cultura una característica que predomina, y es la inmediatez, en términos absolutos.
Este estado del discurso social (Angenot, 2010) ha evolucionado en el desarrollo de un mercado frenético, dinámico, fugaz e imparable que empaqueta” a los individuos, los cuantifica y les otorga un determinado valor. Un ejemplo de lo dicho anteriormente lo vemos en plataformas digitales, tales como Instagram, Facebook y Tinder, entre otras. Allí, el sujeto, si desea pertenecer a estas comunidades, debe crearse un perfil a los fines de publicitarse ante el resto de los usuarios que participan en la red. En dicha creación, el individuo elige” publicar aquello que le parece lo más acertado de su personalidad y función social. De esta manera, se aprecian una serie de datos que van desde su nombre, hasta las películas que le agradan, lugares que visitó, comidas favoritas, sitios donde trabajó y trabaja, formación académica, etc.
Asimismo, las fronteras entre lo público y lo privado se han tornado difusas. En la posmodernidad tenemos una compulsión a mostrar todo lo que hacemos, con el fin de ser mirados y no pasar desapercibidos ante el ojo ajeno, que todo lo ve. En el trabajo, una foto que evidencie la acción adquiere relevancia; si estás en el cine también; o, si simplemente estás intentando descansar, capturamos una imagen que certifique este hecho. Nada sucede en el plano físico si no es anteriormente vendible en una plataforma. La revelación de nuestras intimidades nos provee de aire y nos inyecta energía para seguir nuestro día. Ser mirado, en esta época, se ha tornado una necesidad esencial como puede ser dormir o comer. Al respecto, y cumpliendo con una mirada crítica de nuestro presente, Erich Fromm (1955), hacia la mitad del siglo XX, afirmaba que el funcionamiento económico del mercado descansa sobre la competencia de muchos individuos que quieren vender sus mercancías en el mercado correspondiente, así como desean vender su trabajo o sus servicios en el mercado de trabajo o de personalidades”.
Otro de los puntos clave que subyace en el discurso de la época gira en torno a ser viajero”, como si, de alguna forma, cumplir este requisito forjaría en el espíritu una marca distintiva. El viajero, desde este precepto, carga sus pertenencias y sale en rumbo a lo desconocido. Casi como un niño, su caminar viene acompañado de acontecimientos que le revelan un mundo nuevo y sin preocupaciones, porque la infancia es el periodo donde uno descubre el afuera. Como recita la poeta estadounidense, Louise Glück: miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria».
En suma, las travesías a alguna playa desértica, la realización de trabajos temporarios en espacios lejanos, mediante programas que ofrecen un sueldo y vacaciones, o agarrar una mochila y partir hacia la nada, parecen ser la atracción del momento.
Aquellos lugares, publicitados en las distintas plataformas digitales, muestran, en apariencia, un oasis al que hay que llegar. En esta era, el sujeto, desde su propio yo, intenta apropiarse de su figura y utiliza todo lo que está a disposición para encontrar el ideal que busca, aunque resulte improbable.
En un marco que dialoga con la falta de límites, el acceso a todo tipo de información y frases motivacionales, que empujan al sujeto a la autosuperación, y a moverse con el fin de ser productivo, entre otras particularidades correspondientes a estos tiempos, se potencia la necesidad de llegar”, ser alguien”, no pasar desapercibido ante la propia existencia, sobresalir como sea y donde sea, aunque esto devenga en una explotación del propio sujeto. Quizás por este motivo, el viaje no se relacione exclusivamente con conocer otros lugares y disfrutar de un tiempo de ocio, visitando otras culturas, sino que aparece como un producto de consumo en sí mismo, un síntoma del sujeto contemporáneo, que ve en el viaje una nueva forma de mostrarse en el mercado de personalidades (Fromm, 1955); de ser atractivo, prescindiendo de la tarea de asumir compromisos a largo plazo, viviendo un presente perpetuo y sin riesgos.
Con el deterioro de las instituciones tradicionales, que cumplían un rol fundamental en la formación y el anclaje de la subjetividad, en la actualidad, el sujeto tiene que encontrar el sentido a la vida naufragando en soledad. La ligazón con alguna creencia o la contención familiar siguen presentes, pero la crisis vincular y la desconexión entre los seres humanos, obliga a tejer nuevas salidas a ese derrumbamiento de lo tradicional, que Zigmunt Bauman (2017) llamó la sociedad líquida”.
Hoy estamos abiertos al mundo, pero más inseguros de quienes somos. La necesidad de trascender responde, en cierta manera, a una búsqueda de felicidad incesante en el ser humano, que se ve compelido a realizarse a sí mismo, reinventarse, encontrar su lugar en el mundo y sin amparos de ningún tipo. La creencia de que todo desafío que uno se proponga será posible siempre y cuando lo persigamos lo suficiente, se inserta en nuestro dispositivo revelando sitios luminosos, llenos de vida, donde no existe el paso del tiempo y, en los cuales, la juventud eterna se presenta como objeto preciado. En otras palabras: estos paisajes frondosos y paradisíacos revelan que allí se puede alcanzar una libertad sin igual, lejos de la tediosa cotidianeidad que, por el contrario, genera angustias y el deber de sobreponerse a acontecimientos poco fortuitos, que pueden ir desde una crisis económica hasta la pérdida de personas cercanas. Sin embargo, cuando la realidad irrumpe, limita este deseo irrefrenable que se expone en lo virtual, estableciendo límites que no eran tenidos en cuenta. Justamente aquí, el nuevo sujeto moldeado por el mercado sigue intentando lograr su cometido y, si ve que a pesar del esfuerzo no se cumple lo que esperaba, se encuentra vacío de sí mismo para afrontar esa desazón que supone la propia frustración de sus objetivos.
Ante la presentación de estas realidades, salen a la superficie interrogantes que no tienen una definición concreta sobre lo que nos espera en el futuro. La pandemia, citada infinidad de veces en diversos artículos académicos y periodísticos, ofició y produjo, más allá de las consecuencias sanitarias, psicológicas y económicas, como freno, modificando las reglas que, antes del año 2020, parecían ser las únicas posibles.
Desde esta perspectiva, el viaje como una forma de escape también resultó perjudicado, porque hace un tiempo atrás y aún sigue el riesgo, ningún lugar parece seguro para lanzarse hacia una existencia soñada sin sobresaltos.
Citado:
Angenot, M. (2010). El discurso social, Los límites de lo pensable y lo decible.
Bauman, Z. (2017) Zygmunt Bauman: lo líquido como imagen de una época.
Fromm, E. (1955). Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea.