La naturalidad de lo extraño

Un acercamiento a “La mutiladora”, de Leandro Calle

La naturalidad de lo extraño

Mutilar. Cortar o cercenar una parte del cuerpo, y más particularmente del cuerpo viviente. Cortar o quitar una parte o porción de algo que de suyo debiera tenerlo.

“La mutiladora” (Babel Editorial, 2023) es el segundo libro de narrativa de Leandro Calle y cuenta una historia fantástica a partir de las implicancias de este verbo tan perturbador y abyecto. La opción por el género fantástico que toma el autor anuncia una peculiar forma de asumir esta acción y el mundo que se crea a partir de ella. Elvio Gandolfo, en el prólogo de “El libro los géneros”, plantea que los llamados géneros “menores” (ciencia ficción, policial, fantástico, terror) funcionan como revitalización y refuerzo de lo que se denomina literatura “mayor” que siempre parecen estar abrumada por la psicología, la descripción o la sociología. “La mutiladora”, sin duda, abreva en todos estos géneros (menores o mayores, qué más dan los rótulos a esta altura) para concebir un relato original que transita un camino signado por la extrañeza.

En la última novela de Calle un nuevo mundo, con sus propias normalidades y anomalías, se irá instaurando a lo largo de 75 páginas y 19 capítulos. El universo creado en estas páginas se insertará en la cartografía de una ciudad inventada. Dice el primer párrafo del libro “Son raras las tierras de Santa Urbina. Allí los muertos crecen y crecen bien (…) Los habitantes de Santa Urbina, suelen regar estos incipientes brotes y surge el árbol del muerto que, en general, no sirve para nada. Bueno, si sirve para algo, sirve para recordar el pasado”. El argumento principal se encarga de rastrear en diversos escenarios de esa ciudad a un extraño y esquivo personaje, la mutiladora, quién llegó a esas tierras y comenzó a arrancar los ojos de los árboles de muerto, causando una total consternación de todos los ciudadanos. El narrador será una especie de guía involuntario y aséptico por esa geografía que se irá develando mientras se siguen los pasos de la misteriosa mujer.

El libro propicia el ingreso a un mundo totalmente nuevo y extraño en donde las cosas (extrañas o no) se empeñan en ocurrir más allá de lo que piensen o sientan los personajes y lectores. Se ingresa, en fin, a una atmósfera que podría vincularse con algunos textos de Kafka. O de Mario Levrero, para usar referencias de estos lares. Incluso de David Lynch. Pero rápidamente se evidencia que este acto reflejo de buscar referencias y comparaciones tienen por finalidad conseguir algún tipo de sosiego, lograr que ese mundo que comienza a tejerse en “La mutiladora” no sea tan intranquilizador para quien lee.

Las cosas suceden y se presentan sin que el personaje que narra, un ciudadano más de Santa Urbina, cargue de interpretación o moralidad los acontecimientos. Parece que todo queda en manos de los lectores. Entonces, ¿cómo asimilar las apariciones y desapariciones de la mutiladora? ¿cómo interpretar la existencia de un grupo de cazadores cuyas presas son piedras que tiemblan? ¿Qué se debe pensar de mangas de langostas que devoran o propician libros? ¿Qué función cumple una flor misteriosa? ¿Es posible cuestionar la existencia de un dios antiguo que devora cuerpos? ¿Sueño o vigilia?

¿Alcanzan todas estas preguntas para desentrañar lo que ocurre?

La naturalidad de lo extraño, con este oxímoron podría denominarse el método del narrador para contar lo que ocurre en Santa Urbina. No hay asombro ni cuestionamiento por las cosas que suceden. Es la curiosidad del personaje que narra lo que guía al relato.

La novela está construida por numerosas digresiones, pequeñas escenas marginales de la historia principal que cobran gran intensidad para después diluirse. Estos sucintos cuadros apuntalan al libro, filtran detalles, completan algunos huecos, echan luz donde parece primar las tinieblas. Son esas notas marginales, precisamente, las que incorporan algunas coordenadas para familiarizarnos con esa extraña ciudad y sus habitantes. A partir de ellos se puede entender quiénes son los cazadores, conocer algunas costumbre y usos (como los trabajos en la fábrica para todos los ciudadanos). Se descubre, también, la existencia de una fetidez mortal, entre muchos otros ejemplos.

“La mutiladora” inicia con una prosa contenida y precisa que se irá desbordando con el devenir de la historia. Cerca del final los acontecimientos fantásticos lo cubren todo, y las fronteras de cualquier tipo se vuelven tan difusas como amenazadoras. La distinción entre sueño y vigilia será el ejemplo más evidente de la labilidad de las fronteras. Como sea, la escritura expresa esa desmesura.

“La mutiladora” es un libro por momentos cruel, poético, tierno y hermético. Es un relato que no se construye para explicar nada, parece que la posibilidad misma de su existencia, de su escritura, es principio y fin de la historia. La historia de la mutilación y lo mutilado. Como dice Raúl Vidal en la contratapa, “esta es la novela de la falta”, es la falta lo que moviliza la narración. Se intenta contar lo que no está, lo que no se sabe o entiende. Contar lo extraño como si no lo fuera.

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