Leandro Ceballos Ajá utiliza sus vestidos como un refugio. Cuando está triste adorna su cuerpo largo con uno de ellos. Sobre sus pies, también largos, calza unos tacos. Es en el encuentro de las telas con su piel en donde más libre se siente. Tal vez, porque es en la libertad en donde todo tiene permiso a ser, incluso la tristeza.
Ceballos confiesa estar nervioso. El restaurante de La Fonda de Cruz Chica, lugar donde trabaja como encargado, se encuentra repleto de comensales, que hacen crujir sus alimentos como cruje la leña del hogar en una de las esquinas de la habitación. Son las tres de la tarde de un sábado de mayo, y a medida que pasan los minutos la gente empieza a abandonar el espacio, con ella desaparece el ruido y lentamente el silencio tan característico de La Cumbre, adquiere protagonismo. En ese momento, el diseñador de indumentaria, que actualmente habita en Villa Giardino, se sienta frente a mí y, simbólicamente, se quita de encima el día agitado que aún no terminó: desabrocha el collar plateado que rodea su cuello y reluce elegantemente sobre su camisa celeste pastel, que se encuentra en composé con su pantalón beige “que, si te fijás bien, es ‘de mujer’”, señalará más entrada la entrevista.
Ostentosos, vaporosos y coloridos. Esos son los adjetivos favoritos de Ceballos cuando de vestidos se trata, su prenda preferida a la hora de confeccionar. “Me encanta hacer vestidos, pero no esos encorsetados estilo princesa, sino esos que tienen como una vuelta de rosca”, confiesa y sus manos dibujan en el aire vestidos voluptuosos como nubes.
Ceballos tiene la pasión por la moda sublimada en la piel desde pequeño. Tres capítulos ilustran su infancia: un Leandro alucinado con las revistas de moda; un Leandro abducido por la pantalla encendida en los desfiles de Roberto Piazza que se transmitían por Telefe; un Leandro anonadado por las creaciones de Roberto Giordano.
Su familia también aportó: la coquetería de su abuela, caracterizada por el rubor y el labial rojo siempre a mano. La locura de su hermana por la ropa y el pedido de asesoría de imagen al pequeño Leandro. Y la libertad -otra vez la libertad- que sus padres depositaron sobre él al permitirle elegir qué ropa vestir, aún siendo menor de edad.
Hoy, su principal inspiración está canalizada en las telas. Entramados de hilos que Ceballos Ajá acaricia y automáticamente se abre un portal en donde vislumbra una prenda de vestir. “Yo toco la tela y es un viaje, veo algo, la misma tela me lo dice”, confiesa. Ese acto psicomágico luego es trasladado al plano tangible a perseverancia de lápiz y creatividad. Los vestidos, antes de ser vestidos, son papel. Nacen sobre la mesa redonda e inmensa que Leandro tiene en su living, ahí dibuja, diseña, anota, escribe.
El séptimo arte también lo inspira, allí recolecta ideas: mangas, cuellos, polleras. “Y así voy armando un vestido, lo traslado a un boceto y luego lo materializo. Pero lo primero siempre es con la tela, la tela me genera algo en la piel”, admite.
El adicto confeso a las telas compra su material de trabajo en una local de La Falda, donde cuenta que logró muy buena química con sus dueños: “Me dan vía libre, hay mucha confianza y saben cómo trabajo”. También, adquiere material en la ciudad Córdoba. Muy pocas veces compra en internet, ya que la necesidad del contacto de la tela con su piel, en ese tipo de comercio no se encuentra satisfecha.
Girar, modelar, hacer piruetas: hubo un tiempo en que ponerse un vestido para Leandro era como jugar. Siempre en la privacidad de su casa o entre personas de confianza. Hasta que el juego dejó de ser juego, la edad comenzó a devorarse lo lúdico y mutó lentamente en preguntas intermitentes: “¿Qué más tengo que esperar? ¿Por qué esperar más tiempo si lo disfruto ahora?”. No lo pausó más. En su cumpleaños número 34 se regaló una sesión de fotos. Los vestidos lo lucieron a él. Él lució sus propios vestidos.
Ceballos descubrió en su propia aceptación la manera de romper con los binarismos en la moda. En su universo no existe la ropa para mujer o para hombre. Aquello que empezó siendo un juego privado, ahora es una fiesta pública y con muchas repercusiones positivas.
“El vestido me fascina, honestamente me lo veo a mí también puesto”, precisa y la primera foto de su Instagram que va en armonía con esa declaración data del 3 de febrero del corriente año, donde se lo encuentra con un vestido gasa satén a seis colores. “Cada vez que me pongo un vestido mío, renazco, me da felicidad”, expresa y sus ojos florecen.
Leandro doma naturalmente el taco aguja. Convierte en aviones planeadores a las faldas. Convence a los lunares a enamorarse de las rayas. Su Instagram, con más de 2.000 seguidores es un reflejo cronológico de su propia historia, en donde se amalgama la moda, la introspección y las anécdotas. “Fueron mis compañeras de trabajo las que también me dieron el empujón, un día les mostré mis vestidos y me dijeron ‘esto lo tenes que hacer vos, vos le das la vida que el vestido necesita’”, cuenta.
Aquellos vestidos que Ceballos utilizaba como refugio y bajo los cuales se escondía para sentir un poco menos la hostilidad del mundo, hoy se volvieron reversibles. Esas telas ya no son para encubrirse, ahora son canal para descubrirse. En cada producción de fotos, el disfrute. En cada vestido sobre su cuerpo, la posibilidad de ser. Y en cada una de esas acciones, la libertad genuina.
Al recordar el pasado Leandro se pregunta por qué se ocultó por tanto tiempo.
“Quiero que la persona que se ponga el vestido sienta lo mismo que yo, que renazca, que las telas le acaricien la piel y diga ‘wow, lo que estoy sintiendo’”, desea el diseñador en voz alta.
“Me gusta que lo que yo hago se vea en dos cuerpos diferentes. Tanto en las modelos con las cuales trabajo y tienen toda su estética femenina y también en mi cuerpo, con mi barba y mi pecho con pelos. Quiero que todo eso se vea”, dice Ceballos, quien asegura que ponerse vestidos le permitió mostrar su parte femenina, que según su perspectiva todos tenemos. «Yo quiero que la mía viva a la par de la masculina», confiesa.
Sus prendas son únicas y exclusivas, intenta no replicarlas y si lo hace, nunca es con la misma tela, modifica el color o el estampado. El rango de precios de sus piezas va desde los 32.000 pesos hasta los 66.000 pesos.
En cuanto a su proyecto, el diseñador lo define como “pequeño”. Está conformado por varias modelos quiénes a veces lucen los vestidos como lo hicieron en su primer desfile de manera independiente en La Fonda de Cruz Chica el pasado 15 de mayo, y su mano derecha, Mabel, una señora de 60 años que vino de Buenos Aires, abrió una mercería en Cosquín y fue quien lo ayudó en sus comienzos como diseñador. Ceballos dice que con Mabel hubo química, tienen una relación de madre e hijo y lo que a ambos les sucedió apenas se conocieron podría ser definido como amor a primera vista. «Ella es mi equipo de trabajo, sin ella no podría hacer todo lo que hago», dice y cuenta que el trato, aunque esté inundado de confianza, sigue siendo de usted. Él encontró en ella alguien con quien compartir su camino artístico. Ella, en el camino de él, disfrute y diversión.
Cuando piensa en el futuro, Leandro visualiza lo siguiente: sus vestidos, personas trans y la lucha contra el VIH. «Me gustaría con mi trabajo poder acompañar esas movidas y esas luchas, siempre de manera respetuosa. Me gustaría que la indumentaria les brinde posibilidades a otras personas y, a la vez, les abra la cabeza a muchas personas que aún les falta hacerlo», sostiene con plena convicción.
Como el aleteo de la mariposa que luego se convierte en un tsunami, la entrega de Ceballos Ajá a su propia pasión generó una ola expansiva en su mundo cercano. Así es como Virginia y Martín, dueños del restaurante y hospedaje en donde trabaja el diseñador, le ofrecieron abrir una tienda boutique en su espacio. “La Fonda me permite llegar a mucho público. Si bien los cordobeses me admiran y valoran el trabajo, no es algo que se animen a comprar. La mayoría de mis ventas siempre han sido para personas de Buenos Aires o de Rosario”, cuenta Ceballos. En un futuro cercano, la boutique podrá recibir a personas que quieran realizarse un vestido, concretar citas y exponer las producciones textiles. “Cada vestido tiene una historia detrás. Si bien las redes nos acercan, para mí no es lo mismo, quizás sea algo muy antiguo, pero yo necesito decirle a la persona qué se está llevando, pero no sólo para vendérselo, sino para que entienda que hay un valor, una historia, un cuento detrás de cada creación. No es simplemente que lo dibujé, vi la tela y lo compré, sino que le pongo mucho amor, pasión a esto. Y los vestidos reflejan eso”, expresa.
Leandro Ceballos Ajá decidió tirar del hilo que lo moviliza. Con rabia, tiró. Con amor, tiró. Con profesionalismo, tiró. Lo que encontró fue una aguja. ¿Acaso la aguja no tiene la capacidad de pinchar y hacer sangrar? Claro que sí. ¿Acaso el hilo no puede cortarse? También. Sin embargo, hizo lo que más ama hacer, zurcir. Respetó la elongación de sus miedos. Sintió el coqueteo de su coraje. Y diseñó así, puntada a puntada su propia libertad.
Los vestidos actualmente pueden adquirirse por el Instagram @leandro.ceballos.aja o se los puede ir a ver en el salón de La Fonda de Cruz Chica (Av. Bartolomé Jaime 805, La Cumbre).