Lo visible e invisible del legado familiar

Por Jorge Vasalo

Lo visible e invisible del legado familiar

La palabra “familia” deriva del latín “famulus” que significa sirviente y esclavo, esto es, aquellos que eran propiedad de un patrón y que vivían “bajo un mismo techo”. Con el paso del tiempo, el significado se amplió a las personas libres y también a sus esposas e hijos. Después, con las alianzas y matrimonios, aparecieron los parientes y las familias nucleares y extensas, en una dinámica que se ramificó y multiplicó en una inmensa telaraña con nuevos integrantes y otros que simplemente se fueron alejando para formar nuevas relaciones. Y es justamente esta dinámica la que nos involucra en el presente, con un movimiento de filiación sanguínea y afectiva, pero también con una combinación de costumbres, creencias y nuevas conductas. Según la Psicología, cuando nacemos heredamos genéticamente cualidades físicas de nuestros progenitores y también conductas potenciales que se confirmarán, o no, según resulte el contacto con el ambiente y las vivencias particulares. Pero además heredamos “la cultura familiar”, incluso con comportamientos que se inician con imitaciones y copias, por ejemplo, a nuestros padres, y que probablemente no advertimos ni discutimos ni revisamos; simplemente hacemos y reforzamos manifestaciones y mandatos, e incluso situaciones traumáticas que influyen inconscientemente sobre nuestras vidas presentes.

Parafraseando al filósofo español José Ortega y Gasset con el “Yo soy yo y mis circunstancias”, podríamos atrevernos a decir “Yo soy yo y mi familia” y de este modo bucear nuestro camino en ese trasvasamiento generacional que nos tiene como un eslabón más de una cadena que tal vez vaya mucho más allá de nuestros tatarabuelos y que se prolonga con nuestros hijos, nietos y quienes se sigan sumando en el futuro. Vale entonces consultar al psicólogo Alejandro Reyes, quien desarrolla parte de su tarea con especial interés en “poder ver y descubrir aspectos personales heredados” y así lograr resolver y elegir responsablemente sobre ellos.

¿Es realmente así esto de nacer y criarnos en medio de un bagaje familiar inevitable y probablemente indispensable para formar nuestra identidad?

-Así es. En las familias hay dinámicas ocultas que influyen sobre nuestras vidas y que muchas veces provocan malestares, conflictos, incomodidades, desencuentros, enfermedades y a veces hasta la muerte. Son dinámicas con un trasfondo inconsciente y que determinan conductas no elegidas pero que afectan nuestras relaciones. Por ejemplo, en algunas parejas puede ocurrir que uno de los integrantes se comporte “como un niño” con demandas que producen un desequilibrio y una eventual ruptura. Ocurre que cada uno de nosotros llevamos la información de nuestro sistema familiar aunque no la conozcamos del todo; o sea, no somos libres o independientes desde el momento que somos individuos que pertenecemos a este sistema y desde allí nos relacionamos.

¿Y cómo funcionan en ese sistema que mencionás, y las expectativas que ponen sobre nosotros, según las cumplamos o no?

-Todos necesitamos apegarnos a los nuestros, no podríamos sobrevivir de otro modo. Ahora bien, el “ser queridos, aceptados, protegidos” implica que aprendamos a comportarnos según las exigencias y expectativas de nuestro entorno. Dicho de otro modo, el niño aprende muchas veces a resignar sus necesidades y potencialidades para priorizar las reglas e imposiciones. Es como que vamos dejando partes nuestras de lado.

Desde el rol de padre le pregunto: ¿cómo hacemos para no transmitir nuestras exigencias o frustraciones a los hijos?

-Considero que es imposible no pasar cualidades o modos de padres a hijos. Todos tenemos lazos de amor muy profundos con lealtades familiares invisibles pero muy fuertes. No es lo mismo ser Vasalo que Reyes, porque tenemos historias diferentes y recibimos cosas y costumbres y vivencias de nuestras generaciones anteriores y por supuesto de nuestros padres. Como hijos nacimos en familias y en lugares y culturas distintas, y somos lo que tenemos y buena parte lo hemos heredado de una forma o de otra. Hay vivencias traumáticas de cuatro o cinco generaciones atrás, por ejemplo quienes estuvieron en alguna guerra, y que a lo mejor recibimos como “sentimientos prestados”. Si logramos darnos cuenta, entonces podremos evitar que los asuman nuestros hijos y nietos.

El psicólogo Alejandro Reyes.

¿Entonces está bien que nos parezcamos a nuestros padres?

-Es que en cada uno de nosotros conviven el “apego” y la “autenticidad”. Si nos quedamos sólo con lo que heredamos entonces dejamos de ser nosotros y perdemos nuestro ser. Por eso se trata de ser “un poco infiel con nuestros padres” para poder crecer. Por ejemplo, si en una pareja ambos integrantes con culturas familiares diferentes se aferran a las ellas, entonces esa pareja no podrá funcionar por más amor que haya entre ellos; es imperioso que ambos sean un poco infieles a lo que traen para poder integrar y crecer como un grupo nuevo. Si nos quedamos en nuestro propio mundo sin abrirnos, entonces se nos hará difícil poder expandirnos. Vale la pena despojarnos de esas lealtades rígidas con figuras paternas y maternas internas que incluso traemos de nuestra niñez. Por supuesto, y en el ámbito de la psicoterapia, lo valioso es redefinir estas conductas que llevamos y que de algún modo nos atan y nos condicionan en el presente perturbando otras relaciones que nada tienen que ver con algunas de nuestras vivencias traumáticas del pasado.

¿Y qué pasa por ejemplo cuando nace un hijo que no fue deseado o esperado?

-En psicoterapia hay que ver cada caso en particular, porque muchas veces los padres pueden pasar del fastidio o enojo por un embarazo no buscado a una relación grandiosa, según se vayan dando las circunstancias, y con esos hijos que se vuelven especiales a medida que nos abrimos a ellos. Habitualmente, los padres se sobreponen y traen a la vida y aman a ese hijo que no estaba en los planes.

¿Y cuando sucede algún hecho familiar fatídico o traumático?

-Cuando hay pérdidas importantes, como si “cayera una bomba” en el medio de una casa, y el inicio del duelo es con un shock, con vivencias que van desde la negación a los intentos de salir de un “congelamiento y parálisis” que a veces perdura por mucho tiempo. Porque además, lo traumático es lo que viene después de ocurrido el infausto hecho, y muchas veces el trauma nos enferma e incluso nos impacta en el cuerpo dejando marcas, y entonces no es posible ni la reacción ni la aceptación ni la elaboración. En casi todas las familias, muchas muertes y pérdidas producen “un antes y un después”, con una carga de angustia y dolor muy grande, porque además cuesta expresarlo y dejarlo salir, no es sencillo despedir, rehacerse y seguir adelante.

¿Y cómo hacemos para no pasarles nuestros miedos a los hijos?

-Creciendo y trabajando con uno mismo. Y por supuesto, si es necesario, ayudándonos con psicoterapia. Porque además no podemos esconder nuestras inseguridades, y aunque les digamos a nuestros hijos “no tengan miedo”, nos verán teniendo miedo y eso es lo que terminarán incorporando.

Permítame decir, y aunque resulte obvio, que no nacemos de un repollo y una parte de nuestra salud mental tiene que ver con “reconocer” nuestras historias, así como les tocó a nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Y en esas historias familiares suele haber alegrías y también mochilas pesadas y ya no podemos cambiar esos eventos ni compararlos con historias ideales que jamás sucedieron y que nos impiden aceptar vivencias traumáticas que marcaron a nuestros antepasados, por ejemplo a quienes sufrieron alguna guerra u otros hechos graves. Pero la verdad es que somos lo que somos y nuestro camino fue el que fue y no siempre pudo ser como nos hubiera gustado. Justamente la neurosis surge también de nuestra resistencia a reconocer lo que nos tocó y que no pudo ser diferente. Por eso, aceptar nuestras mochilas nos sirve para poder ver con más claridad lo que queremos y podemos conservar, y también aquello que elegimos desechar. Suele ser muy saludable poder ver lo invisible para luego reconocer nuestro pasado pero, fundamentalmente, para comprometernos en construir nuestro presente y futuro.

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