San Martín y Juana Manuela Gorriti

Por Jaqueline Vasallo

San Martín y Juana Manuela Gorriti

Acabamos de vivir un nuevo 17 de agosto, en el que se conmemora el paso a la inmortalidad de José de San Martín, uno de los referentes más importantes del proceso independentista sudamericano, ya que liberó tanto a Chile como al Perú. Para nosotros, el San Martín que vivió en Perú resulta lejano y casi desconocido. Los libros de historia nos han contado que, con una flota organizada y financiada por Chile, se dirigió al centro del poder español de la región: la ciudad de Lima, donde tomó el control político, en 1821 declaró la independencia y fue designado Protector. Luego, vendría la entrevista con Bolívar en Guayaquil, y su retiro de la carrera política y militar, el regreso al Río de la Plata y su partida hacia Europa con su hijita, de donde no regresaría.

San Martín permaneció en el Perú entre el 18 de setiembre de 1820 y el 20 de setiembre de 1822 y, tras su partida, quedó en el recuerdo de los peruanos y ocupó un lugar en su panteón nacional. Por tanto, no es casual que varias décadas después se lo evocara en las “veladas literarias”, que celebraba la escritora salteña, Juana Manuela Gorriti, en su casa de Lima.

Esta increíble mujer fue la mentora de uno de los espacios culturales más importantes de la ciudad, en donde varones y mujeres de distintas procedencias geográficas se reunían a compartir ideas sobre literatura, pintura y música, desde las nueve de la noche hasta altas horas de la madrugada. Y así lo hicieron durante los años 1876 y 1877, hasta que Juana Manuela regresó a Buenos Aires.

La enorme magnitud de este “acontecimiento moderno” -como lo ha definido la investigadora argentina Graciela Batticuore- radicaba en que las veladas no sólo habilitaron una sociabilidad amena para el círculo literario que las frecuentaba, sino porque allí tuvieron un lugar central las reflexiones en torno a la conciencia americanista y el rol social de las mujeres.

Fue en la sexta velada, del 26 de agosto de 1876, cuando el poeta peruano romántico, Manuel Adolfo García, leyó el poema titulado “Glorias a San Martín”. García había comenzado su carrera literaria publicando poesía en El Comercio, uno de los periódicos que habitualmente se ocupaba de contar a sus lectores lo que sucedía en las veladas. Se cree que posiblemente ya lo había leído en la fiesta dada por los estudiantes de los colegios de San Carlos y San Fernando (y que celebraron en el marco de la Exposición Nacional de Lima), en vista a recaudar fondos para la erección de una estatua en honor del Protector, que había fallecido en Francia hacía más de 20 años.

Ahora, imaginemos por un momento que nos encontramos en el salón de Juana Manuela, degustando un ponche andino -receta de su amiga Isabel Roldán, que luego incluiría en “Cocina Ecléctica”- y escuchemos algunas estrofas del largo poema dedicado a San Martín. A disfrutar, y los análisis literarios, quedarán para otro momento:

“Intérprete del noble sentimiento
que a esta brillante juventud anima;
intérprete de su alto pensamiento,
del que, no bien, la elevación se estima
y al que un bello y suntuoso monumento
el culto pueblo deberá de Lima,
con el honor de serlo, ¡cuánto gozo!
¡Cuál inunda mi pecho el alborozo!

Al que pudo vencer a dos Españas;
al que de pie en la más alta cumbre
de los Andes, laurel de estas montañas,
coronó su soberbia muchedumbre,
y allí, después de célebres hazañas,
acabada anunció la servidumbre
en que yacía la nación chilena
y arrojó destrozada su cadena;

al héroe, cuya fama se dilata
de nación en nación, de mundo en mundo;
al que en sus aguas vio gozoso el Plata
brillar cual astro en esplendor fecundo;
al que su rayo al cielo le arrebata
para, con brazo fuerte y tremebundo,
lanzarlo, sí, del opresor hispano
contra el poder atlético y tirano;

del joven mundo al hijo generoso,
al gran patriota, al argentino bravo;
al de quien fue el brazo poderoso
amparo al infeliz, terror del pravo,
de la verdad sostén: al que bondoso,
viendo al Perú gemir, aún esclavo,
voló a darle su potente ayuda
con su alto acero, que destinos muda;

a San Martín, a quien mi patria nombra
desnuda e inclinada la cabeza;
a él de quien es sol la augusta sombra,
un alcázar, de fúlgida belleza;
a él, cuya alma, que por grande asombra,
columna fue de bronce en fortaleza,
y cuyo nombre, ganador de medro,
en monte colosal, robusto cedro.

¿Quién habrá que no aplauda tal idea?
Si un peruano su aplauso le rehúsa,
el patriotismo suyo bastardea
y con rubor la indignación el acusa,
no maldecido por nosotros sea;
no lo aniquile fulminante musa;
mas, del Perú sacado por la puerta,
que no la vuelva a ver jamás abierta…”

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