Cada vez que Argentina quiere crecer, la inflación se plantea como amenaza o realidad incontrastable. Nuestro país es un muestrario de todas las causas posibles: como un síndrome con múltiples síntomas y mecanismos complejos que interactúan, la inflación exige actuar sobre esos efectos en el corto plazo, pero también sobre sus causas en el largo. Cualquier solución parcial, mágica o ideológicamente simplificada nos llevará a nuevos fracasos.
Se sabe que la inflación puede provenir de cuatro causas: 1) La disputa sectorial por el ingreso y la riqueza, 2) Aumento en espiral de costos, 3) Estructuras de mercados y 4) Emisión monetaria. Así dicho, solo lo entienden los idóneos, pero muchos permanecen ignorando de qué se trata; no es muy difícil: la disputa sectorial por el ingreso y la riqueza es evidente, en la medida que ricos y no tan ricos procuran mejorar su posición relativa. En las últimas décadas, la globalización de los mercados financieros y las restricciones culturales y legales a la movilidad de las personas ha agudizado tanto la concentración de la riqueza como de la pobreza, y mucho más en pandemia. Así, el capital (especialmente el financiero) tiene una movilidad en el espacio y en el tiempo, y puede imponer sus condiciones a los demás factores de la producción, especialmente el trabajo; entonces, cuando el capital amenaza con no invertir, echar personal o irse a otro país, la negociación en igualdad de condiciones es prácticamente imposible y siempre favorable a los más ricos. Cualquier intento de reducir su riqueza (por ejemplo, con el aporte de las grandes fortunas) o ingreso (aumento de retenciones o baja de tasas de interés) se enfrenta a esas amenazas. En pandemia, mientras que la población estaba en cuarentena el capital seguía recaudando e inclusive aumentando.
El aumento de los costos es un mecanismo que se basa en que, a falta de volúmenes, la rentabilidad se logra por aumento de los márgenes de ganancia y evasión. Así, insumos, alquileres, costo del capital, impuestos y salarios se convierten en la causa aparente de los aumentos, que en realidad está basada en la estructura concentrada y/o atomizada de los mercados. Estas estructuras de mercados juegan por igual contra la estabilidad de precios. Unos por su afán de lucro sin límites –monopolizando y cartelizándose en acuerdos de precios oligopólicos- y otros resignados a ser ineficientes por falta de volumen, con lo que establecen los precios más altos que reducirán aún más sus ventas en un círculo vicioso de inflación inacabable.
Por último, si bien la emisión monetaria sin respaldo en la circulación de bienes no siempre es un factor de inflación, es visible que sí lo es siempre si se mantiene en el tiempo, y mucho más si los mercados están concentrados y esos recursos van rápidamente hacia las empresas con gestiones basadas en la gestión financiera, que se vuelcan al dólar y los envían a otros países, sin invertir en el nuestro.
Con la pandemia estos procesos se han agudizado: la puja por la riqueza y los ingresos es aún peor, el aumento de los precios internacionales de materias primas –que nosotros comemos-, la concentración en grandes empresas exportadoras y la atomización de los pequeños comercios es aún mayor, y la emisión monetaria ha explotado en todos lados. Así, las terapias que actúan sobre los efectos (precios máximos, acuerdos de precios, restricciones a la cantidad de moneda circulante, retenciones a las exportaciones, cupos, etc.) son válidas a corto plazo, pero evidentemente son insuficientes a mediano y largo plazo, y los cambios estructurales globales requieren de acuerdos de muchos países, so pena de quedar aislados, o, peor aún, ser atacados por fondos especulativos, que se hacen con los principales activos de los países emergentes a precios viles.
La enorme emisión de los países centrales y el cierre de las renegociaciones con acreedores reducirá la carga de la deuda a mediano y largo plazo, mientras se goza de la extensión de los plazos de pago, lo que permite reducir las necesidades de ahorro en dólares del Estado para su pago.
La regulación de los mercados bajo la ley de defensa de la competencia, ley de góndolas, el régimen de servicio público de los servicios de telecomunicaciones, son interesantes y ayudarán mucho.
¿Qué herramientas les quedan al Estado y al mercado? En la puja distributiva: los acuerdos de precios, los cupos de exportación o generando fideicomisos público-privados con parte de las exportaciones con precios en aumento, aplicables en épocas de bajos precios como herramienta anticíclica, y las paritarias. En aumento de costos: la simplificación tributaria para minoristas, el financiamiento de su capital de trabajo para aumentar la oferta, la fiscalización de alquileres, centros concentradores, frigoríficos, productores de alimentos y almacenes mayoristas. En la estructura de mercados: revisar las concentraciones monopólicas o cartelizadas que fijan precios de referencia, el uso abusivo de la posición dominante, y, sobre todo, mercados de oferta pública mayorista de alimentos, harán que los precios se transparenten y se evite la especulación.
Por último, la emisión monetaria acompañando la mayor circulación de bienes y servicios, podrá no frenar la producción y el consumo para el mercado interno, pero sin superarla demasiado podrá frenar la dolarización que impide la inversión y disminuye la oferta de bienes, con la consecuente inflación.