La bandera invisible del reciclado colectivo

Por Roy Rodríguez

La bandera invisible del reciclado colectivo

Al llegar a la esquina de Haedo y Aizpeitía, una montaña de botellas de plástico enjauladas llama la atención. La puerta comunica al patio de lo que fue la Escuela Enrique Mosconi. Ahí funciona el Centro Vecinal de Barrio Obrero. Cada sábado los vecinos se juntan a clasificar plásticos, vidrios, cartones y papeles. Juntan entre 1.000 y 2.000 kilos por mes de materiales recuperables. Con el dinero que recaudan financian actividades vecinales y, además, crearon un banco de alimentos con el que ayudan a 12 escuelas de la zona.

“Cuando empezamos en 2019 el jaulón se llenaba en tres o cuatro semanas. Hoy tenemos que vaciarlo cada 48 horas”, cuenta Daniel Gloria Venturi, ingeniero, jubilado. Adentro, se escucha un sonido incesante. Son pies aplastando botellas y seleccionándolas. Ahí van Hernán y Noha, dos hermanitos de no más de 10 años, pisando botellas. A la sombra, con barbijo y emponchada, doña Doly separa papel blanco. El ruido es incesante. Botellas aplastadas. Preparadas para convertirse en insumo de empresas que lo reelaboran. Son tres las que llegan a comprarles a los vecinos.

Gloria Venturi formó durante años un grupo llamado Energía Siglo XXI. Daban charlas en las escuelas sobre los primeros palotes del reciclado. Quedaba una especie de aro de básquet, donde los niños embocaban las botellas, que luego pasaban a retirar.

En 2019, con la ayuda de la Fundación CEIPOST, los vecinos comenzaron con charlas en la plaza. Enseñar a reciclar era la consigna. En la primavera de 2021, con lo recaudado por el reciclaje, más un subsidio de la Dirección de Centros Vecinales, esa plaza se transformó con juegos nuevos para los niños.

En el patio de baldosas rojas y amarillas que alguna vez albergó el bullicio de guardapolvos blancos hoy se amontonan bolsones gigantes. Blancos. Cada material va por separado. Gloria Venturi da vuelta una botella y me muestra el signo de reciclado y el número que lleva dentro. Eso define el tipo de plástico, su destino y precio. “Hay 15 tipos de plásticos diferentes”, me explica. Hernán y Noha siguen aplastando botellas. Juegan. Un viejo mástil reposa, sin bandera.

“Cuando nosotros llegamos las paredes del lugar estaban tan agrietadas que uno podía meter la mano”, dice Gloria Venturi. Con las primeras recaudaciones repararon paredes e incluso antiguas cocinas e implementos del comedor donde funcionó el PAICor. Entre los recovecos se esconde un Hogar de Día. El edificio pertenece a la provincia. Aún esperan por reparaciones algunos baños.

En la cocina llama la atención un pizarrón. Escrito con fibrón negro, hay un desglose de materiales y precios de setiembre del año pasado. La minuciosidad es impecable: 20 kilos de telgopor, 212 kilos de cartón, 37 kilos de nylon, 62 kilos de chapa, 536 de vidrio, 46 kilos de tomateras, 760 kilos de bidones, 100 de papel blanco, 320 de cartón, 420 de PET, 100 de papel mixto. En total de 2.625 kilos de material reciclable. Recaudan entre 30.000 y 40.000 pesos todos los meses.

Llegan más personas. Algunos simplemente a traer plásticos o vidrios. Otros a separar y compactar. Ahí están Julio, Roberto, Leticia, Pilar, Humberto, Analía, Alicia, Tely, Piero. “Nos hace falta una compactadora”, me cuenta Daniel. Eso facilitaría el trabajo. Cuestan más de 500.000 pesos. Y, cada vez que algún político se acerca para decir que se maravilla con el trabajo, promete una.

Las anotaciones del pizarrón siguen. Según los vecinos, una persona por día produce en Córdoba 1,5 kilos de basura. Una familia tipo, 6. El 20% es material reciclable. Es decir, 1,2 kilos por familia, que a valor del mercado se traducen en unos 18 pesos diarios. 100 familias producen entonces 1.800 pesos diarios de material reciclable, unos 54.000 pesos por mes. Con ese dinero, calculan los vecinos, podría alimentarse una familia más.

Cada tanto alguien baja de un auto y tira botellas vacías en el jaulón de la calle. La mayoría PET, tal como se le llama al tereftalato de polietileno. Una máquina las crea en menos de un segundo, acaso estén dos días en una heladera. Y mil años tardarían en reciclarse si no fuera por los vecinos. La responsabilidad ambiental de las empresas que las producen aún está ausente.

Presente dicen los vecinos. El ruido a botellas aplastadas continúa. Desde el banco de alimentos que crearon con la venta del material reciclado ayudan a 12 comedores comunitarios que reciben escasa o nula ayuda estatal. Si alguien quisiera explicar el concepto de economía circular, podría usarlos de ejemplo. Los residuos se convierten en alimentos dentro de un proceso donde nada parece perderse.

Cada tanto reciben un llamado. Y allá parten con los alimentos y se meten por angostas calles de tierra y pasillos. Para que la familia 101 tenga un plato en su mesa.

El sol de otoño sube. Ruido de botellas. Separan el plástico transparente, que vale el doble que el de color. Lo transparente tiene valor. El mástil se mueve apenas. Ondea una bandera. Invisible. La de los que trabajan en silencio. Por todos. Por la naturaleza.

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