El Presidente de la Nación, Mauricio Macri, reunió a su “gabinete ampliado” en el Centro Cultural Kirchner (CCK). Claramente, ese fue el escenario y el auditorio elegidos para ensayar la nueva versión de la imagen presidencial. La pose de un gobernante enérgico y vigoroso, decidido a “hacer lo que hay que hacer”.
El Jefe de Gabinete, Marcos Peña, está cargo de la campaña electoral para la reelección del Presidente Macri. Él y su pequeño equipo de asesores, han decidido esta estratagema de cara a las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) del 11 de agosto y a los comicios generales del 27 de octubre.
Siguiendo el manual de Durán Barba, el gurú del oficialismo, el macrismo cree que, de esta manera, podrá recuperar la alicaída imagen de su líder. Evidentemente, la crisis económica y social no da para los bailes y cantos del 2015 o del 2017. Los globos amarillos se pincharon y no hay como volver inflarlos.
Aquella “revolución de la alegría” prometida durante la campaña electoral que puso en la Casa Rosada al Presidente Macri, es hoy una broma de mal gusto. En la Argentina, reina la frustración, la bronca o la resignación. Estamos lejos, muy lejos, de aquel país feliz que, supuestamente, Cambiemos traía bajo el brazo.
El ranking de los países más felices del mundo, que el 20 de marzo de cada año publica la ONU, demuestra que los argentinos somos más infelices que antes. Entre los 156 países que son medidos, el nuestro ocupa el lugar número 47. El año pasado, la Argentina ocupó el 29º lugar. Estamos más cerca de Venezuela que de Finlandia.
Todos los indicadores económicos y sociales muestran el deterioro de la calidad de vida de los argentinos y, particularmente, de las personas y familias con menos recursos. El aumento de la pobreza, el desempleo y la desigualdad en la distribución de los ingresos son el correlato de la caída en la producción y el consumo.
Frente a esa realidad, mostrarse alegre y feliz sería contraproducente para la campaña reeleccionista. Entonces, Marcos Peña y Durán Barba han optado por la imagen opuesta: el enojo. Como no puede estar alegre ni feliz, entonces, el Presidente Macri está enojado, muy enojado, y trata de mostrarlo.
“Estoy caliente”, les dijo a los funcionarios que integran su gabinete ampliado (el remanente del mejor equipo de los últimos 50 años). Siguiendo al pie de la letra el nuevo guión, Mauricio Macri trató de arengar a sus dependientes pero, sobre todo, trató de enviar un mensaje a sus votantes, casi una prueba de vida.
Quiere pero no sabe
Por lo que él mismo dijo, al primer mandatario lo enojan los mentirosos. Según su singularísima interpretación de la realidad nacional, los mentirosos que tanto lo fastidian y a los no aguanta más, son los opositores que prometen “soluciones mágicas” y “atajos maravillosos”.
De acuerdo con la perspectiva presidencial, el crecimiento de la economía sería una solución mágica y un atajo maravilloso que proponen los opositores. Una mentira en contra del ajuste que, siguiendo las recetas del FMI, su gobierno ha puesto en marcha para superar la decadencia de los últimos 70 años.
¡¿Quién no quiere crecer?! Eso se preguntó a los gritos Mauricio Macri. Así, trató de justificar que, antes de crecer, hay que ajustar o, según su metáfora, “subir la montaña”. Tal vez, una nueva versión del tango Naranjo en Flor que el Polaco Goyeneche interpretaba sublimemente: “Primero hay que saber sufrir”.
En definitiva, más allá del estilo enérgico y vigoroso que busca el nuevo discurso del primer mandatario, sus dichos pusieron blanco sobre negro. Él también cree que el crecimiento es el modo de salir de la crisis. Macri quiere que la economía crezca. El problema es que ni él ni su equipo económico saben cómo hacerlo.
Es raro que el líder de Cambiemos se enoje con la mentira y los mentirosos, cuando su gobierno ha incumplido todas y cada una de sus promesas en la campaña y sus pronósticos en la gestión. Ese es la principal característica de su mandato: prometer y no cumplir, pronosticar y no acertar. Tan lamentable como real.
Es raro que se enoje con las “soluciones mágicas” cuando él propuso “pobreza cero”, derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos. Ese fue el tridente de la felicidad que prometió y pronosticó, antes y después de ser elegido Presidente de la Nación. La mayoría de los argentinos le creyó y lo votó. De ahí la frustración.
Es raro que se enoje con los “atajos maravillosos” cuando él y su equipo económico predijeron que la inflación no sería un problema y que, gracias a la confianza de los mercados en ellos, las inversiones extranjeras generarían más producción y trabajo. Obviamente, sin ajustes ni devaluaciones.
El Presidente Macri no debe calentarse con los otros. Todo lo contrario, debe calentarse con los suyos. Porque son sus funcionarios y aliados los que no resolvieron los problemas heredados y, para colmo, crearon otros. Ellos son los que, en lugar de gobernar, lo couchean a riesgo de convertirlo en un estandapero.