La ciudad de Córdoba ha sido sede del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española. El CILE fue una oportunidad muy bien aprovechada. Con motivo del Congreso, se implementaron muchas y variadas actividades artísticas y culturales, de gran importancia para la provincia. Tan o más importantes que el Congreso mismo.
El trabajo del gobierno provincial, en cooperación con el nacional y el municipal, ha sido un ejemplo de planificación y eficacia. Desde la restauración del Teatro del Libertador San Martín hasta el Festival de la Palabra, todas las actividades contribuyeron para que Córdoba brillase como pocas veces antes.
En ese marco, el Rey de España vino a Córdoba. Su visita fue ampliamente cubierta por los medios de comunicación, tanto escritos como audiovisuales. Un llamativo ‘cholulismo’ periodístico hacia la monarquía pudo más que el análisis sobre la intrascendencia de su presencia y de sus dichos en el Congreso de referencia.
La verdad sea dicha, Felipe VI es un actor político insignificante en el mundo, en Europa y en su propio país. Ya se sabe que “el rey reina pero no gobierna”. Pues bien, su reinado es, hoy por hoy, un montón de protocolos desusados y obsoletos, divorciados de la vida común y silvestre de la inmensa mayoría de las personas.
La monarquía española, al igual que el resto de las monarquías europeas, es una institución retrógrada, completamente ajena al mundo actual. Los roles de “su majestad” son anticuados y arcaicos. Su paso por la capital cordobesa ha dejado poco y nada, más allá de los banales comentarios de algunos periodistas.
Ya se sabe el rey Felipe es el heredero de quienes conquistaron estas tierras, a sangre y fuego, cinco siglos atrás, cuando tenían poder. A la monarquía española le debemos la aniquilación casi total de nuestros pueblos originarios y de sus lenguas vernáculas. No se trata de reprochar el pasado, pero tampoco de olvidarlo.
Los discursos del monarca español y del presidente de la República Argentina, Mauricio Macri, fueron fútiles. Al inaugurar un Congreso como este, pudieron y debieron aportar algo. Sin embargo, apenas demostraron la ignorancia sobre la imponente heterogeneidad de América latina y la rutilante riqueza de su cultura multiétnica.
Nosotros no hablamos “español”. Ni siquiera en España se habla “español”. Los latinoamericanos hablamos nuestros idiomas, construidos y reconstruidos a partir de nuestros pensamientos y sentimientos. Las lenguas que usamos no son una herencia que debamos agradecer a los conquistadores. Son nuestra conquista.
Aguantar es la consigna
Mucho se ha dicho sobre el uso de la lengua y de la palabra, durante estos días del CILE. No son lo mismo. Como claramente demostraron el monarca español y el presidente argentino en sus respectivos discursos inaugurales, la lengua puede hablar sin que la palabra sepa decir.
En política, muchas veces, la lengua sirve para prometer y para pronosticar. La “lengua larga” de muchos candidatos y gobernantes hace que incumplan lo que prometen y erren lo que pronostican. Cuando la lengua miente, la palabra muere. Las promesas incumplidas y los pronósticos errados son sus criminales.
Esa es la esencia del fracaso político y económico del gobierno de Cambiemos. Con una lengua entrenada por el marketing, se prometió y se pronosticó una “revolución de la alegría”. Pero se faltó a la palabra dada. Por eso el presidente habla pero la gente no cree o, por lo menos, duda de su palabra. Cualquier encuesta lo demuestra.
Pocas horas después de su discurso en el CILE, todavía en la capital cordobesa, Mauricio Macri dio una entrevista exclusiva a Mario Pereyra, el exitoso conductor del principal programa de la emisora de radio Cadena 3 Argentina. Inmediatamente, sus dichos tuvieron una amplísima repercusión nacional.
El conductor del programa Juntos es, sin dudas, un influyente formador de opinión que, con destacable honestidad intelectual, no ha ocultado su preferencia política por el actual jefe de Estado. Pues bien, como sucede muchas veces, supo sintetizar lo que la inmensa mayoría de los argentinos siente y se lo dijo a su entrevistado.
“La gente no aguanta más, Mauricio”, le expresó el conocido conductor radial al primer mandatario argentino, sin pelos en la lengua. Así es. En una palabra, la situación económica y social es “inaguantable”. Frente a esa insuperable síntesis de la realidad cotidiana, Macri dio una respuesta cargada de perplejidad.
“La gente tiene que aguantar, tenemos que tirar todos juntos de este carro, no hay soluciones mágicas, yo estoy convencido de esto, estoy dejando la vida en esto». Aguantar, esa fue la consigna presidencial. Frente a las promesas incumplidas y a los pronósticos errados, hay que aguantar.
Demasiado poco para el hombre que preside los destinos de un país que atraviesa una tremenda crisis económica y social. Casi nada para el líder de un cambio que terminaría con 70 años de decadencia. Seguir prometiendo y pronosticando es subirse al carro y pedir que los otros tiren. Hace falta menos lengua y más palabra.