La triste paradoja de Mubi y QubitTV

La triste paradoja de Mubi y QubitTV

El ‘on demand’ (a demanda) es un cine doméstico y domesticable. La primera cualidad es literal: un desplazamiento del espacio del visionado: la propia casa, el ámbito privado, en contraposición al espacio público de una sala. La segunda cualidad, el aspecto domesticable, concierne al esfuerzo del espectador para que el cine se ajuste a las reglas de su hogar. Una película se acoplará a los hábitos de una casa, deberá respetar tiempos, diseños arquitectónicos, cuestiones obvias como la ubicación de la pantalla, el ingreso de la luz externa, la acústica, e inclusive preverá movimientos de personas ajenas a la experiencia del visionado. El espectador incorpora el on demand al ritmo de su cotidianeidad.

Existe un tipo de cine que por su blandura se adaptaría mejor a esta domesticación: el ‘mainstream’. No reclama demasiada hermenéutica y se concibe de buena fe como entretenimiento puro. Propone una intensificación de la experiencia que soporta distracciones; es el triunfo de la unidireccionalidad.

Existe otro tipo de cine que suele denominarse independiente y supone un público especializado: el itinerante de festivales, el crítico, el programador, el realizador que milita poéticas indies. Un público que busca dialogar con una película que se sabe beneficiada por una atención más potente. Estas obras buscan matices, se toman su tiempo, sofistican el diseño sonoro, afinan actuaciones, anhelan el sentido figurativo. El on demand aquí se torna defectuoso porque debe violentar al máximo la disciplina hogareña para que el pacto se concrete con éxito.

También existe un cine liminal o fronterizo representado por directores de convocatoria masiva que sostienen su impronta artística, como Tarantino, Almodóvar o Cuarón. Complacen tanto al espectador formado como no formado y resulta llamativo que sus estrenos no tengan espacio en plataformas como MUBI o QubitTV, que buscan contrarrestar el imperio de Netflix. Estratégicamente, la incorporación de tales cineastas sería crucial para reclutar usuarios que balanceen el monopolio. Pero los costos para hacerse con los derechos no encajan en los libros contables. Las películas que aúnan dos públicos van hacia Netflix, monstruo que aspirando megaproducciones de Michael Bay suma alguna que otra obra de culto para redimir un catálogo paupérrimo.

¿En dónde intentan MUBI y QubitTV marcar la diferencia? Sólo en el área de archivología, en la compra de un material encajonado que invitará a un revisionismo histórico. Lamentablemente esto va a contracorriente del on demand y de la industria cultural en general, que reivindica lo desconocido nuevo ante lo desconocido viejo.

¿Acaso la curaduría museística es trasladable al on demand? ¿Puede el on demand imponer algún terror ritual que posicione al espectador como intérprete? Lejos de una concepción romántica que nos haga creer que todo tiempo pasado fue mejor, lejos del quejido nostálgico, debemos asumir que el aterrizaje del on demand reconfiguró al espectador sin darle tiempo a la industria para reconfigurarse también.

Las salas de cine imponen una tiranía positiva: decidir ir a ver una película a un espacio público genera mayor distancia entre la interrupción del visionado y la obligación de establecer una posición crítica con lo que se está viendo. El índice de personas que se levanten de la butaca en la oscuridad será infinitamente menor al índice de personas que pausen una película en sus hogares y la olviden. El on demand ofrece la impunidad del desagrado, le da al espectador el don de la impaciencia, lo aísla en su berrinche, lo excluye de un acontecimiento social en donde su gusto fricciona con el gusto de los otros.

Es entendible que el lazo entre oferta y demanda se descomponga cuando no se aprecia qué producto está a la venta. El on demand ofrece un infinito, es decir nada en concreto. Al no saber el espectador cuál es su propósito, se inventa algo llamado algoritmo, el GPS del deseo. Pero el algoritmo no frena la inestabilidad del control remoto, más bien la potencia al dar por sentado que esa recomendación aleatoria nos complacerá. El compromiso con la obra será cada vez menor y más irritable.

El dilema al que se enfrenta MUBI y QubitTV no concierne al contenido, sino a la obsesión del on demand para que el espectador autogestione su ocio. La tiranía del control remoto resulta antinómica a la tiranía de una sala de cine, porque ahora estamos obligados a no seguir viendo. El espectador siquiera alcanza a pensar en la naturaleza de su deseo: rechaza de cuajo lo desconocido.

Los nuevos paradigmas no son malvados, son algo mucho peor: inevitables. Así como la imprenta degradó la capacidad de escucha y el audiovisual alteró el proceso de lectura, el on demand deberá adulterar algo para abrir otro espectro sensitivo. Todo indica que se reformulará el espacio de ocio y su consecuente consumo artístico. Una simple y temible pregunta deberán hacerse los CEOs de MUBI y QubitTV: ¿cómo lograr que el arte habite lo doméstico sin por ello hacerse domesticable? ¿Cómo ejercer autoridad cuando el on demand propone un espectador ridículamente omnipotente?

Mientras estos interrogantes no se aclaren, será inútil un on demand alternativo. Porque toda tecnología antecede a su contenido, elegir hoy entre MUBI o Netflix es exactamente lo mismo.

Salir de la versión móvil