La pandemia ha transformado la vida en común. Todas las actividades que implican reuniones o actividades grupales se han visto trastocadas. La práctica religiosa no ha sido una excepción.
Para conocer como la pandemia afectó lo religioso, entre los meses de mayo y agosto de 2020, equipos de investigación de México, Uruguay y Argentina (en este caso dirigido por el Dr. Hugo Rabbia, IIPsi/UNC-CONICET) realizaron un estudio académico basado en una encuesta on line a 952 personas, que voluntariamente contestaron un cuestionario que circuló por distintas redes sociales.
El estudio es no probabilístico”, esto quiere decir que no representa a la totalidad de la población argentina. Este trabajo debe entenderse más bien como una foto” tomada en un momento determinado, desde un ángulo específico y con participantes que aceptaron ser fotografiados”.
Entonces, ¿qué se ve en esa foto?
Los resultados muestran que la pandemia provocó, en la población investigada, sentimientos fundamentalmente negativos: incertidumbre (60%), preocupación (51%), e impotencia (29%). Y muestran que el confinamiento no parece haber influido mucho en términos de prácticas religiosas: la mayoría de las personas siguió practicando con el mismo ritmo que lo hacia antes. Los que hacían algo lo siguieron haciendo, los que no hacían nada, no empezaron. Sí hubo prácticas que crecieron: meditación, ejercicios de respiración, y yoga (6% cada una), seguidas por leer y compartir noticias sobre ciencia (4%).
Lo que sí ha cambiado, siguiendo las restricciones impuestas por el confinamiento social, es el desplazamiento de las prácticas religiosas al ámbito virtual. La plataforma más referida fue WhatsApp (25%), luego Zoom (18%), y en menor medida otras aplicaciones de video-llamadas. Un 13% de las prácticas se realizaron a través de Facebook, mientras que el 10% de las personas entrevistadas utilizó la televisión. De forma emergente, un 5% mencionó aplicaciones de su teléfono celular, e-mails, páginas webs de su iglesia, Spotify, e-books, etc.
Otro cambio importante fue la intensificación, tanto de prácticas confesionales” como de momentos de reflexión. Un grupo de personas indican que profundizaron su experiencia (comprender que Dios nos ama”), o intensificaron prácticas religiosas (más tiempo para dialogar con mis shakubukus”, más tiempo y energía a prácticas de yoga”). Otro grupo menciona que el aislamiento fue un momento de reflexión sobre su vida (me ayudó a centrarme, a poner en perspectiva el verdadero valor de la vida”, más conectada con la naturaleza”). Otras mencionaron experiencias espirituales negativas (experimentar la fragilidad”, sentí el vacío existencial”), o increencia (me hace repensar la existencia de dios como entidad divina y si realmente quiere el bien para los seres humanos”).
Un grupo de respuestas indicaron experiencias extraordinarias; acontecimientos puntuales, positivos y negativos. La mayoría de los relatos tienen que ver con sueños (soñé con mi madre fallecida que me decía que todo iba a ir bien”), vinculaciones con ancestros (la mayor parte del tiempo soy atea. Pero una noche sentí profundas ganas de conectarme con mi abuela que falleció. Le hablé como si estuviera rezando”) y premoniciones (limpieza energética de la casa de casualidad antes del inicio del aislamiento”).
Entre las personas que realizaron prácticas espirituales, religiosas o de bienestar, la mayoría indicó que dicha practica les brindó paz interior” (55%), una mejor conexión con lo sagrado” (45%), ayudándolas a contrarrestar los sentimientos negativos provocados por el aislamiento y la pandemia.
Un dato particular, digamos que se coló en la foto, fue la polarización social argentina. Este estudio, dirigido por un investigador de Conicet, con la colaboración de otro profesional residente en Estados Unidos, fue percibido por algunos participantes como una operación de la CIA”, elaborada por pastores pentecostales” brasileños, o propaganda política kirchnerista. Una desconfianza que no se encontró ni en México ni en Uruguay.