La pandemia ha reducido la grieta a su mínima expresión, porque la mayoría es consciente del peligro que corre y solo unos pocos lo minimizan, más allá que muchos, por necesidad, deban salir a ganarse el pan. Ante esa evidencia los opositores partidarios y mediáticos hablan y repiten a coro que hay un griterío”, que estimulan con los más diversos argumentos.
El comportamiento humano explica mucho de ese cambio. El miedo, ese atributo humano en búsqueda de la supervivencia, si es agudizado genera ansiedad, angustia, fobias y paranoia. Estas dos últimas pueden generar bronca y violencia, especialmente si se encuentra un culpable”.
De allí que las invocaciones a la falta de vacunas prometidas” por el presidente Alberto Fernández, que ahora llaman señor” Fernández, minimizándolo, sin considerar la escasez estructural del fármaco en casi todo el mundo; el acaparamiento (o retención) en países productores, excepto Rusia y China; y el aprovechamiento monopólico de algún productor, como la norteamericana Pfizer, que apuesta toda su influencia diplomática (el fondo buitre BlackRock es uno de sus accionistas) y mediática para desacreditar a sus competidoras, especialmente a las más baratas.
También las invocaciones a privilegios” en la aplicación de las vacunas (aunque se trate de trabajadores de merenderos y comedores comunitarios en las zonas con mayores contagios). Incitando a otros grupos a reclamar su vacunación generan un griterío que alguno ha mencionado como un ámbito poco propicio para la democracia”.
Por supuesto que también reafirman los valores de la libertad –la propia, porque la de los demás no les sería importante- y la solución individual o sectorial del problema, agudizando aquellas frases que nos caracterizaron por décadas: yo, argentino”, en los 60; algo habrá hecho”, en los 70; a mí no me va a pasar”, en los 80; ese no es mi problema”, en los 90; este es mi derecho”, en los 2000; y la culpa la tiene el otro”, en la segunda década del siglo.
Quien sabe cuál será la frase de esta década. De nosotros depende que sea todos contra todos”, o una que incluya a los demás.
Esta tendencia no es ajena a lo que ocurre en otros países, como España, Francia o Alemania –con procesos electorales en marcha- y gran parte de América Latina, donde coinciden intereses geopolíticos, comerciales, militares y gobiernos que pretenden cierta independencia y no ser un sello de goma”, tal como lo afirmó Edward Prado, Embajador de Estados Unidos en Argentina.
Es claro que el interés de la Embajada, periodistas, medios y empresas afines por la vacuna Pfizer, es solo económico, comercial, pero también es claro que es imposible de ser separado del interés geopolítico por recuperar el protagonismo perdido en la región en los gobiernos de Obama y Trump, que fue aprovechado por China y, en parte, por Rusia para establecer relaciones permanentes, aún con países que no podrían encasillarse como anti norteamericanos o pro rusos o pro chinos, como Chile, Perú o Colombia.
Allí está en juego la obtención de vacunas (las de AstraZeneca están acaparadas y sin uso en EEUU); el acuerdo con el FMI; la presencia militar en el Cono Sur –no es casual la visita al país del Jefe del Comando Sur y del responsable de la Defensa en el subcontinente-; y los proyectos de infraestructura (hidrovía y sus puertos, la tecnología 5G, el ferrocarril, Vaca Muerta, centrales nucleares, el litio) en los que especialmente los chinos ofrecen participar, financiar, hacer o desarrollar.
No es que Argentina sea un perro que quiere cambiar de collar, sino que pretende no tener collar. Una tarea que no será fácil habida su debilidad intrínseca, agudizada por la pandemia.
En este contexto, el griterío la debilita aún más, y oculta los verdaderos problemas a que nos enfrentamos.
Por eso rechazo el griterío, como antes lo hice con la grieta. No porque no existan, sino porque nos impiden ver lo esencial, establecer nuestros intereses comunes a pesar de algunas diferencias, y cooperar en defensa de la democracia, el Estado de derecho, y nuestro desarrollo independiente.