El año 2015 fue un año clave para la Gobernanza Medioambiental Internacional, producto de la declaración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y de la firma y posterior ratificación de la mayoría de los países del Acuerdo de París.
Claramente, los desafíos de los compromisos asumidos a escala internacional generan fuertes presiones internas para los países signatarios. Ahora bien, es necesario considerar que todos los países del mundo no tienen las mismas responsabilidades, puesto que el nivel de contaminación y la capacidad económica para resolverlos son muy asimétricos.
El caso de China es muy particular, puesto que, tras la salida de EEUU del Acuerdo de París, bajo la Administración Trump en 2017, adquiere un rol principal. Tal es así que, en septiembre de 2019, el presidente Xi Jimping declaró su compromiso con la instrumentación del acuerdo, estableciendo medidas para reducir en China los Gases de Efecto Invernadero (GEI), además de cumplir los compromisos globales de sostenibilidad y de promover el establecimiento de un mecanismo de gobernanza climática global equitativo, racional y beneficioso.
Está claro que el rol de China la coloca en una posición ambigua, puesto que es uno de los países signatarios con mayor capacidad económica para la reducción de los GEI, pero siempre está en juego si realmente trabaja en aras de lograrlo, lo que no está comprobado y genera más de una duda en los foros internacionales.
En este sentido, China es ya la segunda economía del mundo, y su transformación la coloca como la economía de mayor dinamismo en las últimas tres décadas, por sus altas y estables tasas de crecimiento cercanas al 10% anual promedio, por haber reducido la pobreza más rápido que ningún otro país en la historia, y por ser el país con la mayor población del mundo. Y estos parámetros ni siquiera se han visto menoscabados por la brutal crisis planetaria producida por la pandemia del covid-19, surgido, paradójicamente, en la misma China.
Todo ello ha llevado a que el acelerado proceso de urbanización de los últimos 40 años y la masiva extracción de recursos naturales, también resultaron en importantes aumentos de contaminantes. De hecho, tal como afirma Luiselli, «China ya es la líder mundial en la emisión de bióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero (GEI) que están contribuyendo dramáticamente al calentamiento global, o cambio climático».
A pesar de ello, no se debe desconocer que el compromiso que está teniendo China no es menor, si se observan las diferentes responsabilidades que ha asumido desde que ratificó el Acuerdo de París, a comienzos del 2016. Un ejemplo de ello fue el incremento de su inversión extranjera en recursos renovables, en un 60% en 2017, un aporte con el cual llegaron al récord de US$ 32.000 millones, según un reporte del instituto para la economía de energía y análisis financiero.
En este sentido, la dirigencia china ha diseñado una estrategia de tres partes, con el fin de orientarse hacia la exploración de soluciones ambientales:
a) Una política dirigida desde el gobierno central, que experimenta con reformas de precios, permisos de comercialización, campañas de educación ambiental, entre otros.
b) La descentralización de la protección del medio ambiente a los niveles inferiores de la estructura jerárquica.
c) Aprovechar el conocimiento y los recursos de la comunidad internacional a través de ayuda ambiental, tanto de agencias internacionales como de empresas privadas productoras de equipo, del Banco Mundial, del Banco para el Desarrollo Asiático, de Recursos para el Medio Ambiente Global, y de Japón.
Pero el mayor acierto se produjo cuando China vio que su población estaba siendo afectada por los niveles de polución en sus ciudades. Esto llevó a que comenzara a implementar nuevas estrategias para limpiar el aire, generando un impacto positivo nacional e internacional.
Ello se evidencio con el anunció de Li Keqiang, que declaró que comenzaba una era contra la polución”, al igual que la que se había desarrollado años atrás contra la pobreza, y desde entonces ha reducido sus concentraciones de partículas finas de polución en un 32%.
Ahora cabe preguntarse si estos esfuerzos son los adecuados, y, más que nada, si realmente son suficientes, dada su capacidad económica y la contaminación que produce a nivel internacional.
Ciertamente, desde 2015 a la actualidad ya han pasado seis años, y estamos cursando la última década para medir la incidencia de los ODS en la gobernanza ambiental internacional.