Cien años de noche. El aporte de Güemes a la vida bohemia

Por Pancho Marchiaro

Cien años de noche. El aporte de Güemes a la vida bohemia

Si una persona dice que Güemes es bello, está equivocado: es sublime. Resulta importante entender la diferencia entre una zona bonita, de otra que es incómoda y compleja. Que en su furor desdibuja los límites con el miedo. Lo sublime está por encima de nuestra consciencia, porque es espiritual y se esconde como un relampagueante amor indebido, o se exhibe amenazante como una tormenta que, lejos de ser linda, es sublime. 

De las partes prohibidas de Córdoba, una ciudad que tuvo barrios como El Cuchillo, o Alto de la Hilacha, su zona más erógena es el Pueblo Nuevo, que hace 100 años incorporó el Abrojal, el Infiernillo y la Bomba, y que luego fue rebautizado Güemes. Actualmente hay más hamburguesas con cheddar que gemidos de placer en las sombras, pero, si a su centenario le agreguemos que hace exactamente 40 años se inauguró el Paseo de las Artes, podemos apoyar la espalda contra una tipa, entrecerrar los ojos debido al vibrar de stencils y pegatinas, y dejar que los vapores del porro vecino nos ayuden a recorrer sus historias y recovecos.

María Cristina Boixados ha podido documentar que el miércoles 16 de septiembre de 1981 se reunió por primera vez un grupo de artesanos convocados por la creadora Inés Bruno, quien había gestionado en el municipio un espacio para exhibir las producciones de sus colegas. La convocatoria se quedó para siempre, creciendo sostenidamente, día tras día, y debatiendo, noche tras noche, un mundo mejor en algún tugurio.

La presencia de los artesanos vino acompañada de sedes para la Facultad de Artes, la Figueroa Alcorta, el Conservatorio, la Asociación de Artistas Plásticos de Córdoba, y la Fundación Proarte.

Con esos integrantes se conformó un sistema complejo, emergente e interrelacionado, que generó un antes y un después para toda la ciudad.

El antes

Hemos escuchado hasta el hartazgo la sentencia que Güemes es el San Telmo cordobés”, pero se trata de un error. Los porteños habitaron el barrio de San Pedro Telmo con trabajadores portuarios y entusiastas jesuitas, hasta que los French y otras familias patricias engalanaron sus calles. Por nuestro lado, la zona estaba identificada con la mala vida”, como propone el historiador Roberto Ferrero.
El asentamiento nació entre los pastizales, hijo de una topografía accidentada y un arroyo indómito. Eran aguas muy diferentes al manso tintinear que hoy ilumina el fondo de La Cañada. Sus primeros moradores descansaron la siesta entre pajonales, al calor de una plaza central que funcionaba como arribo de carretas provenientes de departamentos vecinos, y otros parajes de La Rioja o de Cuyo.

Árida, pobre y gredosa, esta zona era el lado oscuro del centro doctoral, educado y presumido. Se pobló con una arquitectura caracterizada por ranchos de adobe y habitantes bravos. A estos últimos, en su época, les decían chinos”, por la mirada cortada a cuchillo. Su caracterización se completaba con unos orgullosos pómulos sobresaltados, la melena enmarañada en relumbrones de brillo oscuro, un pañuelo en el garguero, una flor en el ojal y un arma en el bolsillo. Pueblo Nuevo se encendía cuando el atardecer se ponía rojo y el dulzor del vino empezaba a picar en la orilla. Tanto era así, que las taperas, así como sus callejuelas, fueron de las primeras en tener alumbrado público para reducir los desordenes, desgracias y actos inmorales”, según cuentan los documentos públicos de la época.

La zona del Paseo de las Artes transformó su condición de plaza de carretas a un inquilinato administrado por la propia municipalidad cuando Luis Revol fue intendente (de ahí el nombre del pasaje que lo recuerda). Este político conservador mandó a levantar 84 moradas, que paulatinamente fueron ocupadas por víctimas de inundaciones o desastres sociales. Como prueba, en algún momento se las destinó a personas munidas de su certificado de pobreza”.

El sector, de deseosa ilegalidad nocturna, se denominó Güemes hace 100 años, a instancias de una ley, mientras que su condición de polo cultural, con constante rumor clandestino, empezó en julio de 1980, cuando el teniente coronel Alejandro Gavier Olmedo inauguró el Centro Cultural Luis Revol”. 

Según la investigadora Alejandra Soledad González integraba un programa para fomentar la triada Dios, Patria y Familia”, que la última dictadura cívico-militar llevó adelante al reconvertirlo en espacio cultural junto a los viejos mercados barriales de San Vicente, General Paz y Alta Córdoba. El proyecto estuvo a cargo del urbanista Miguel Ángel Roca, entonces secretario de Obras.

Seguramente el pasado tumultuoso de La Cañada y la picardía de sus pobladores subvirtieron la intención gubernamental en un carácter libertino, diverso y de resistencia.

El después

Tan peligroso como exquisito, el barrio siguió escribiendo sus historias de excesos nocturnos y encuentros arrebatados a la moral. Corrían los años 90 y, con el deseo puesto en Miami, o simplemente desahuciados, muchas familias abandonaron los ajuares y muebles de época en los compraventas. Al mismo tiempo, cada tarde, antes de que caiga el sol sobre Bella Vista, la bohemia caminaba lentamente mientras los galpones de objetos viejos se convertían en negocios de antigüedades. 

Después de la crisis de 2001 diversos emprendimientos de cultura, gastronomía y esparcimiento eligieron el sector para repensar propuestas con anclaje local y conciencia del tiempo histórico que transitaban.

La presencia del Museo de las Artesanías, la Casa de Pepino y otras entidades culturales protagonizan un ámbito donde la cocina cordobesa de cercanía -tanto en el menú como en el trato- empezó con La Nieta´e la Pancha y, danzando la intermitencia nocturna, dio cabida a las noches más largas del Cono Sur. Bares como la Cova del Drac y el Dadá Mini, entre decenas, amenizaron la convivencia con otros hermosos antros. Platos de estación y estaciones de bebidas, personas y tatuajes, conviven entre 1.000 artesanos que conforman una propuesta única en el país y destacada en el mundo.

Arrieros, obreros y artesanas, chinos, bartenders y camareras, músicos callejeros, emprendedores y artistas del muro que reclaman la ciudad como propia, son los partícipes necesarios de tantas alegres celebraciones como borracheras taciturnas. 

Vuelve a salir el sol desde la Vélez Sarsfield y repasar el sublime Barrio de Güemes desde el turismo le queda chico a esas madrugadas con las manos en los bolsillos, el paso errático, las paredes más expresivas reclamando menos muerte, así como la amenazante sensación de una última copa que no convenía pedir.

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