La emigración y la militancia de Ezeiza

Por Mario José Pino

La emigración y la militancia de Ezeiza

Resplandor lejano: breve sol
que se apaga de manera
acostumbrada
en un mundo
sin cielo
que es todo despedida
con la sombra de la lluvia ofreciendo
su reparo”

Claudio Suarez

En las campañas políticas la verdad suele ser víctima fácil del debate público: los relatos y discursos ganan espacio en la superficialidad y la insuficiencia de simples datos -muchos de ellos falsos- y se orientan a crear sensaciones de valor relativo; mensajes que suelen ser perniciosos y profundizan la zozobra, la desazón y la desorientación. Lejos de la noble misión de la política, ocurre, a veces, que el manoteo fácil e insustancial a los dramas reales resulte de utilidad en la procura de los beneficios numéricos del descontento. Así, la militancia de Ezeiza” es usada profusamente, punzando el espíritu de los jóvenes, alentándolos a ver en el avión del exilio la esperanza -incierta- del futuro.  

El tema, en rigor, es bastante más grave, general y viene de antiguo. Grave, porque el arrancarse de las raíces afecta bastante más cosas que la supervivencia material; general, porque en realidad ocurre en todo el globo y no pareciera estar vinculado a la simple prosperidad; antiguo, pues el fenómeno ha venido aumentando al ritmo del crecimiento, hoy vertiginoso, de los transportes y las comunicaciones, particularmente la virtualidad.

Un relato breve de Franz Kafka -considerado uno de los cuentos notables de la historia de la literatura- ha despertado desde siempre comentarios y análisis por las connotaciones literarias, psicológicas y sociológicas que la fantasía del existencialismo brutal del bohemio abría a la imaginación. Hoy, alrededor de 100 años después de que fuera escrita, La partida” refleja una cruda realidad: Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui yo mismo, ensillé a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y me preguntó: – ¿Adónde va el patrón? – No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, que es la única manera en que puedo alcanzar mi meta. – ¿Así que usted conoce su meta? preguntó.

– Sí -repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.” 

Los motivos de las migraciones son diversos. El fuera de aquí” de la insatisfacción y el drama kafkianos se resume en la sabiduría de Mafalda: ¡Paren el mundo que me quiero bajar!”. Las razones son económicas, políticas, de seguridad pública e inseguridad íntima, emocionales y de un incontable y perverso etcétera. En la globalización, las migraciones contribuyen a la incierta alteración antropológica de esta nueva era, el Antropoceno. Son tiempos de incertidumbre, y las migraciones son desesperantes para la inmensa mayoría de quienes sufren el drama del destierro. 

Se estima que viven fuera de sus países 272 millones de personas, alrededor del 3,5% de la población mundial; un número que triplica la cifra de 1970 y que ya ha superado las estimaciones previstas para 2050. De ese total, solo 25,9 millones son refugiados. El cambio climático y la falta de agua aparecen como causales que impulsan a las personas a dejar su terruño según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). El 40% de los migrantes pertenecen a países asiáticos; entre los 20 primeros lugares aparece México, único país latinoamericano y, curiosamente, Alemania y Gran Bretaña. 

La codicia también es un motivo para emigrar. Los argentinos (que, en la fácil, se radican en Uruguay) son insignificantes en comparación con los estadounidenses que en 2020 renunciaron a su nacionalidad, incrementando en un 237% las cifras de 2019; muchos de ellos eligen radicarse en lejanas y distintas tierras de la Europa del Este. Argentina, lejos de ser un país de expulsión, lo es de atracción, por las oportunidades que ofrece y por la valía comparativa de sus (deteriorados) sistemas educativo y de salud.

La decisión de emigrar no deja de estar provista de una dosis importante de valor y de heroísmo. La disyuntiva solo abre caminos de tensión existencial desde que se cruza la idea en la mente, en un proceso que se desconoce si alguna vez tiene final, pues la ruptura con los lazos sociales y culturales de pertenencia no siempre se ve suturada y recompensada con el paso del tiempo. 
En el mundo se va verificando un incremento notable y pernicioso de los nacionalismos y, aún peor, del chauvinismo, y esa es la realidad cada vez más violenta que enfrentan quienes optan por el destierro. Es una vivencia más dramática que la del simple sapo de otro pozo, en la que queda embargada la libertad. 

Es irresponsable tomar el tema con la liviana denuncia del oportunismo militante. Más que el debate insustancial del momento político debiera tenerse presente el relato del mexicano Luis Felipe Lomelli, El emigrante”, lleno de significado: – ¿Olvida usted algo? – Ojalá”.

 

Abogado y diplomático

Salir de la versión móvil