Año Nuevo: volver al ser humano

Por Leonardo Boff

Año Nuevo: volver al ser humano

Nietzsche repitió muchas veces que lo inhumano forma parte también de lo humano. Esto se deriva del hecho de que nuestra condición humana es a la vez racional e irracional, caótica y armoniosa. No como un defecto de creación, sino como dato de nuestra realidad histórica. El proceso cosmogénico muestra también la misma característica: caos y cosmos andan juntos. Por lo tanto, se trata de una constante cosmológica, social e individual. Vemos que esto es verdad en la pérfida guerra entre Israel y Hamas; este último llevó a cabo horribles actos de terrorismo, matanza indiscriminada de habitantes de Israel y secuestro de centenares de personas; Israel ha tomado represalias con violencia, matando también indiscriminadamente a personas de Palestina, arrasando hospitales y lugares sagrados. En ambos lados verdaderos crímenes de guerra.

Todos estamos consternados: ¿cómo es posible tanta inhumanidad? ¿Qué somos al fin y al cabo? ¿Por qué calla Dios ante tanta maldad? Son muchos los que han perdido la esperanza en la Humanidad. ¿Seguimos mereciendo vivir en este planeta? Una sombra de tristeza y pesadumbre marca los rostros de jefes de Estado, periodistas y prácticamente de todos los que aparecen en las pantallas de televisión y entre nosotros. Las figuras ensangrentadas de palestinos, llevando en sus brazos a niños y niñas asesinadas, nos conmueven hasta las lágrimas.

Nos hemos quedado abatidos e indignados porque dentro de nosotros se hace oír el otro lado de nuestra realidad: somos principalmente seres de amor, de empatía, de solidaridad, de compasión y de renuncia a toda venganza. Contra toda la maldad (sombra), reafirmamos la dimensión de la bondad (luz). Poco antes de morir bajo los escombros de Gaza, la novelista y poeta palestina Heba Abu Nada, de forma impactante dejó escrito: “somos personas justas y del lado de la Verdad”. Sí, ella nos confirma que somos principalmente justos y del lado de la verdad, del amor y de la compasión. Sin embargo, cabe reconocer, que el lado irracional y perverso predomina en aquellos que dirigen la guerra. La comunidad internacional (¿quiénes son?) se mantiene callada e inerte ante la muerte de miles de civiles. Parece que hubieran decretado su muerte lenta con el cierre de todas las fronteras, de la comida, del agua, de los medicamentos y de la energía.

Este es el escenario de los poderes dominantes, de los señores de la guerra, más interesados en la disputa geopolítica y en el multimillonario negocio de las armas que en salvar vidas humanas. Este escenario contrasta con las manifestaciones multitudinarias en todo el mundo: en el mundo árabe, Estados Unidos, Francia, Alemania, Reino Unido y otros países, que llenan las calles y se ponen al lado de los castigados colectivamente, de los más débiles, mostrando que quieren humanidad y no ataques inhumanos. Incluso en una situación de guerra hay leyes (“ius in bello”) que, si se violan, constituyen crímenes de guerra.

La ciencia contemporánea, la ciencia de la vida, de la Tierra y del cosmos nos convence de que nuestro lado humano y luminoso pertenece al ADN (manual de instrucciones de la creación humana) de nuestra naturaleza. James Watson y Francis Crick describieron en 1953 la estructura en hélice de la molécula de ADN, confirmando lo que san Pablo escribió sobre el amor en la primera epístola a los Corintios: «el amor es tan consustancial a la naturaleza humana que estoy seguro de que la capacidad de amar está inscrita en nuestro ADN, un san Pablo secular diría que el amor es la mayor dádiva de nuestros genes a la humanidad… ese impulso, creo, salvaguardará nuestro futuro». Los neurocientíficos y los biólogos no sostienen otra cosa: en el altruismo, uno se sacrifica por otro. En la cooperación, muchos se unen por el bien común. El conocido neurobiólogo Joachim Bauer, del Instituto Max Plank, en su libro “El principio de humanidad: por qué cooperamos por naturaleza y entre nosotros”, afirma: «Los genes no son autónomos y en ningún caso ‘egoístas’, sino que se agregan entre sí en las células de todo el organismo; todos los sistemas vivos se caracterizan por una cooperación permanente y una comunicación molecular hacia dentro y hacia fuera».

Afirmaciones que muestran que toda violencia y guerra son contrarias a nuestra naturaleza más esencial, hecha de cooperación, amor, solidaridad y compasión, aunque exista también el impulso de muerte y de agresión. Pero este, mediante la civilización, las religiones, la ética y la participación política de todos, el deporte y el arte, puede ser mantenido bajo control, como sugería Sigmund Freud respondiendo a Albert Einstein.

Lo que estamos presenciando es una total falta de control sobre esta dimensión oscura e inhumana que está produciendo muerte y destrucción. Quienes podrían comprometerse a contener la inhumanidad y mantener nuestra mínima humanidad se muestran vergonzosamente inertes ante la limpieza étnica perpetrada por la guerra. Mientras tanto, miles de personas mueren bajo los escombros producidos por los incesantes ataques. Curiosamente, Estados Unidos gasta 100.000 millones de dólares en producir armas de muerte y sostener la guerra en Ucrania y la guerra Israel-Hamas. Al mismo tiempo, China promete 100.000 millones de dólares para poner en marcha pacíficamente la Ruta y el cinturón de la Seda. Se trata de dos formas opuestas de hacer política, una que favorece la mejora de los países, especialmente de los más pobres a través de la paz y la otra, a través de la guerra, que EEUU ha utilizado en Irak, Afganistán, Siria, Libia y muchos otros lugares para asegurar su excepcionalidad y su poder unipolar.

Basta. Lo que las mayorías de la Humanidad desean desesperadamente es un mundo en paz donde todos puedan caber, con lo suficiente y lo decente para todos, en la misma Casa Común, ahora en guerra y bajo fuego. Volvamos al ser humano.

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