Carrera de postas

Por Eduardo Ingaramo

Carrera de postas

En cualquier carrera de postas, el momento clave es cuando se entrega el testimonio. Allí se puede perder o ganar la carrera; en la política también. Las elecciones de este domingo en casi todas las fuerzas históricas de Córdoba muestran algo de eso.

En los partidos y frentes minoritarios e históricos locales –FIT-U, Encuentro Vecinal y Creer (ex FdT)- Liliana Olivero y Luciana Echeverría admitieron la necesidad de un trasvase generacional; Aurelio García Elorrio admitió “el corte de boletas en favor de sus legisladores y en su contra”; y Pablo Carro, que “marcó el error de dejar de lado las listas armadas desde Buenos Aires con candidatos de dudosa representatividad del sector”; han mostrado distintas variantes de una autocrítica necesaria.

En la oposición mayoritaria de Juntos por el Cambio (JxC) en las elecciones de 2019, la división entre Negri (69 años) y De Loredo (43 años) permitió el triunfo de Martín Llaryora (50 años) en Córdoba Capital.

En estas elecciones, la candidatura de Luis Juez (59 años) –por potencia delegada desde el puerto- y cuatro elecciones consecutivas a cargos ejecutivos perdidas, bloqueó la llegada de De Loredo, que prefirió ceder el lugar y refugiarse en Córdoba Capital, a pesar del pedido de muchos radicales.

Con los resultados a la vista, en donde los legisladores –mayoritariamente radicales- lograron más votos que Luis Juez y la primera minoría en la provincia, cabe la pregunta, ¿qué hubiera pasado si De Loredo hubiera sido el candidato a gobernador (o a vicegobernador)?

Así es muy probable que pronto se plantee un nuevo liderazgo radical en la provincia, ya sin Negri, Mestre y, por supuesto, sin Juez, que son “los mariscales de la derrota”, siempre que JxC triunfe en Córdoba Capital (y, quizás, a pesar de no lograrla).

En Hacemos Unidos por Córdoba, la sucesión se ha prolongado más de la cuenta. Fallecido José Manuel de la Sota, que en 2013 concedió a Llaryora el ministerio de Industria, Comercio, Minería y Desarrollo Científico Tecnológico, luego que éste enfrentara y venciera en 2007 al candidato delasotista Hugo Madonna en San Francisco y en 2013 enfrentara al propio De la Sota desde el Frente Renovador.

En 2015 fue electo vicegobernador, con Schiaretti, luego de aspirar a la gobernación. Al poco tiempo de electo, las diferencias con el Schiaretti le hicieron perder su oficina en la casa de gobierno provincial, por lo que, en 2017, renunció y fue electo diputado nacional. (El Congreso es, entre tantas otras cosas, el lugar donde suelen exiliarse a los díscolos).

Pero, desde allí, construyó su figura pública, y en 2019 logró ser candidato, y ser electo intendente de Córdoba, en un preámbulo a su candidatura como gobernador en reemplazo de Schiaretti, que ya no podría ser reelegido, y aprovechando la división del radicalismo ya mencionada.

Con una buena gestión en Córdoba Capital, su camino quedó allanado para ser el candidato cantado en 2023.

La crónica de los últimos días dice que su ventaja era importante, hasta que Schiaretti intentó la asociación con Horacio Rodríguez Larreta.

Esa movida, que nacionalizó una elección muy tranquila mientras era sólo provincial, le complicó los números a Llaryora, al punto que la respuesta masivamente afectiva de los votantes radicales que lo hubieran podido votar (por su incorporación de su vicegobernadora radical, Miriam Prunotto; de Javier Pretto, presidente del Pro; y otros trasvases desde JxC, se volcaron a su propio frente, protegiéndolo ante el embate porteño.

Por lo que no resultaron extrañas sus afirmaciones, en la noche del domingo (ya madrugada del lunes, dada la tardanza de los recuentos de la Justicia Electoral, que estrenaba un método supuestamente más eficiente) respecto de “la nueva generación” y “el nuevo gobierno que inicia un nuevo proceso” (¿olvidando acaso el de los últimos 24 años?), además de la ausencia de Schiaretti en el escenario y otros símbolos evidentes, más allá de sus agradecimientos verbales -protocolares e ineludibles-, y, también formalmente, el apoyo a la candidatura presidencial del actual gobernador.

En el ámbito nacional, las experiencias y sus conclusiones no son distintas. Mauricio Macri se ha resistido a dejar la posta en sus sucesores luego de renunciar a su candidatura, más allá que se apoye en Patricia Bullrich –cuya lealtad hacia él está en duda- en detrimento de Horacio Rodríguez Larreta.

Por el contrario, Cristina Kirchner ha pedido reiteradamente que sus sucesores tomen “el bastón de mariscal”, no forzando a Kicillof en una candidatura presidencial, acordando la candidatura (casi) única en UP de Massa-Rossi, replegando para ello a La Cámpora a la provincia de Buenos Aires e, inclusive, aceptando la candidatura de Juan Grabois dentro del frente.

Eso notoriamente ha mejorado las posibilidades electorales del oficialismo, que los mercados reconocen con grandes aumentos de acciones y bonos, y pone nerviosos a muchos miembros de JxC, en especial a Rodríguez Larreta.

Mis conclusiones son claras. Reconocer cuándo y cómo pasar la posta es la única forma de darle continuidad a los procesos políticos que deben interpelar a los votantes de las nuevas generaciones. No hacerlo produce transiciones traumáticas. O derrotas.

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