Chacabuco, la llave de la Independencia

Por Javier H. Giletta

Chacabuco, la llave de la Independencia

El 12 de febrero de 1817, el general José de San Martín, que por entonces acababa de concretar la proeza del cruce de Los Andes, obtuvo una contundente victoria en el llano de Chacabuco, tras más de cuatro horas de intenso combate contra las tropas realistas, que sufrieron importantes bajas, con 500 muertos y más de 600 soldados tomados como prisioneros.

Dos días después de aquella célebre y recordada batalla, el ejército sanmartiniano ingresó triunfante a Santiago de Chile y desde allí, el mismo día 14, el Libertador envió una escueta carta a Toribio de Luzuriaga, el Gobernador-Intendente de Cuyo, en la que le comentaba sus impresiones sobre lo acontecido: “Todo Chile es nuestro. El 12 del corriente, sobre el llano de Chacabuco, no batimos con una división enemiga, de más de 2.000 hombres. Al cabo de cuatro horas de un fuego vivísimo la victoria coronó nuestras armas (…) Hoy entró nuestro ejército en esta capital. Un inmenso parque de artillería de todo calibre se ha encontrado en ella. La premura del tiempo no me permite comunicar a V.S. un detalle de las repetidas e inesperadas ocurrencias”.

Fiel a su estilo, con la humildad que lo caracterizaba y desprovisto de toda pedantería, San Martín estaba comunicando desde su cuartel general el triunfo obtenido en Chacabuco, convencido como estaba que se había logrado ya la libertad definitiva de Chile. Sin embargo, los hechos le demostrarían poco tiempo después que estaba equivocado.

Ciertamente, el General no podía ocultar su satisfacción por el resultado alcanzado, y por eso días más tarde, el 22 de febrero, le escribía una misiva al Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, su amigo personal, en la que aseguraba: “En 24 días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile”. Si bien es cierto que la libertad chilena no estaba aún consumada, Chacabuco significó la primer gran victoria que emergía como consecuencia de la planificación, la estrategia y la táctica miliar, siendo a la vez el fruto vigoroso del armado político y social liderado por San Martín.

Así las cosas, durante más de dos años, desde el momento en el que se hizo cargo de la Gobernación-Intendencia de Cuyo hasta la partida del Ejército de Los Andes, en enero de 1817, don José -que era un gobernante austero y muy laborioso, un verdadero visionario, hombre práctico y sagaz- supo inculcarle a los cuyanos el espíritu de la empresa que tanto lo desvelaba: “Lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacernos los enemigos, sino el atravesar esos inmensos montes”, en referencia a la Cordillera, claro está. Podría sostenerse que, tras el cruce de Los Andes y la batalla de Chacabuco, cambió para siempre la suerte de la guerra de la independencia en América del Sur. Hasta los propios jefes y autoridades españolas se encargaron de reconocerlo. Entre ellos, el virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, quien confesaba amargamente: “La desgracia ocurrida en Chacabuco transformó enteramente el estado de las cosas y cambió el curso de la guerra”.

En ese momento, pese a que todo el arco político y militar estaba convencido que se había acabado por completo la ocupación extranjera en Chile, lo cierto es que los restos de las fuerzas leales a España se habían acantonado en el sur, y, desde allí, guarnecidos en Talcahuano, esperaron el arribo de refuerzos desde el Perú para fortalecer la resistencia y comenzar la reconquista.

De hecho, luego de Chacabuco y durante todo el año 1817 la lucha en el sur de Chile se volvió encarnizada, y la guerra quedó enmarcada en un sinfín de operaciones militares menores en las que se disputaba el terreno palmo a palmo. Hasta que, a comienzos del año siguiente (1818), llegaría la sorpresiva derrota de Cancha Rayada (19 de marzo) y el posterior triunfo en Maipú (5 de abril). Esta última batalla marcó la derrota definitiva de los realistas en Chile. Por ello, Chacabuco no representó la victoria final que San Martín había imaginado, sino el hito inicial que alentó la guerra de la independencia, contribuyendo a generar crecientes esperanzas, tanto en Buenos Aires, Santiago y Lima, como en el resto de los centros revolucionarios de Sudamérica, lo que, a la postre, permitió el avance de la causa emancipadora. En otras palabras, sin Chacabuco no habría sido posible Maipú.

Quizás lo más admirable de aquella primera gesta en suelo trasandino fue que sobrevino inmediatamente después del enorme esfuerzo que realizaron las tropas sanmartinianas para cruzar una de las cordilleras “más elevadas del globo”, como solía decir el General, con la tremenda fatiga que pesaba sobre “hombres y animales”, sobreponiéndose a todas las adversidades que sufrieron los soldados en las altas cumbres, como el frío extremo, y la gran cantidad de animales que se perdieron en la travesía (de 10.000 mulas sólo llegaron a destino unas 4.000, y de los más de 1.500 caballos arribaron la mitad y en “muy mal estado”, según palabras del propio San Martín).

Pero, sin dudas, el principal mérito de la batalla de Chacabuco fue haber demostrado oportunamente a los pueblos sudamericanos que el sueño de la libertad era factible.

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