En vísperas de las próximas elecciones generales previstas para este 14 de noviembre, y en vista de las desafortunadas elecciones efectuadas por los argentinos en las últimas décadas, todo según refleja –por caso- el contraste de satisfactorios índices socioeconómicos hasta el golpe militar de 1966, con los de su injustificable involución posterior, según los últimos datos suministrados por el Indec, luce razonable, propicio y oportuno compartir algunas reflexiones, con el único propósito patrio de lograr finalmente la encarnación y la supremacía del preámbulo y del texto magno de nuestra Constitución Nacional para un concreto buen vivir real de todos los argentinos.
La gente ya no debería votar a candidatos que ofrecen bajo espurios eufemismos, dinero y cosas en busca y a cambio de votos irresponsables. Nadie está obligado a cumplir una especie de contrato inmoral e ilegal.
Por cierto, cuando un 50% de la población está injustamente sometida en su pobreza e indigencia a toda humillación y despersonalización, la natural concurrencia negativa del elemento personal volitivo afectado por una situación de inferioridad, condicionada y determinada por su necesidad, ligereza e inexperiencia extremas, conducen a un obrar irreflexivo e irresponsable.
Disparatadamente, según sus últimas declaraciones de bienes, en la provincia de Córdoba los candidatos y funcionarios aumentaron su patrimonio en plena crisis. Sobran entonces los motivos para sospechar que, como electores, no supimos ni pudimos proponer, votar y elegir aquello más conveniente para el país.
En tal fatalidad, demasiada gente en tan angustiante necesidad y desesperanza puede aceptar ofertas y donaciones de candidatos, pero no se trata de un trueque o un acuerdo. El fenómeno de la sutil o subliminal compraventa de votos es común en las elecciones argentinas, no obstante, las previsiones del código electoral.
Demasiados votantes en la miseria venden su voto por más miseria. No tienen en cuenta (¿pueden tenerla?) la competencia, la capacidad y la integridad moral de los políticos que compran votos. Esta es una de las principales razones por las que la Nación no ha progresado como debería. El progreso y el éxito del país dependen de capaces y buenos políticos, no de aquellos que prometen pero ya nos defraudaron, porque no los animaba ni les anima el servicio a la sociedad sino a sí mismos y a los suyos.
La idea de democracia, la misma y propia democracia con sus impotencias, insatisfacciones e injusticias, está hoy retorcida y subvertida en el engranaje y los aparatos perversos de la maquinaria política prevaleciente.
Por eso mismo, es nobleza y patriotismo votar por los mejores candidatos. Un candidato es bueno para cualquiera de los cargos que debemos elegir si reúne, al menos, estas tres condiciones:
Primero, que conozca la circunscripción por la que se está postulando; que conozca los problemas de la gente; que conozca a sus electores y que sus electores lo conozcan a él.
Consecuentemente, cuadra también proponer elecciones descentralizadas y personalizadas como un antídoto republicano contra el paracaidismo electoral y el cangurismo partidario; es decir, contra todas esas candidaturas incompetentes nacidas de un reparto de espacios o loteos de poder que le permiten a un partido político imponer un candidato, aunque ese candidato ni conozca la circunscripción por la cual se está postulando.
Segundo, el candidato debe ser persona con condiciones éticas. Hay que acabar con la corrupción en todos los niveles de la administración pública.
Tercero, el candidato debe ser persona competente para desempeñar el cargo para el cual se está postulando, con competencia política institucional suficiente.
Un voto lúcido y responsable siempre será un voto por una persona que sea representativa, que sea honesta y que sea competente.
Por último, ojalá todos los candidatos reunieran por lo menos estas características, para poder no solo votar con tranquilidad y con confianza, sino edificantemente, con sentido de futuro y de solidaridad intergeneracional, asumiendo nuestras deudas internas, externas y con la casa común.
Sobran las razones y huelgan los motivos para que esta vez, necesaria y cabalmente, el pueblo quiera y sepa votar.