Los árboles son los seres más nobles entre los seres vivos, aunque tradicionalmente se los consideró “cosas”. En el mejor de los casos se los admira por la madera de sus troncos y copas que transforman –como otros vegetales, o el mar- el anhídrido carbónico en oxigeno que liberan a la atmósfera. Pero nuevos estudios han demostrado sus habilidades que superan ampliamente esas virtudes, y muestran un comportamiento colaborativo y cooperativo que les ha permitido sobrevivir a las peores hecatombes planetarias, y pueden ser muy útiles para sobrevivencia de la especie humana.
Mucho más importante que sus troncos y copas donde se produce la fotosíntesis que fija el carbono y libera oxígeno, son sus raíces, que, en simbiosis con hongos y otros organismos vivos, son los generadores de su crecimiento, y la diversidad biológica que proporciona el necesario equilibrio entre el mundo mineral, el vegetal y el animal, incluida la especie humana.
Nuevos estudios han podido demostrar algunos mecanismos que guían su comportamiento milenario. Por ejemplo, se sabe que no es sólo la búsqueda de la luz solar la que hace crezcan hacia arriba, sino un mecanismo biológico que concentra en la base de sus troncos moléculas más pesadas, haciendo que perciban como los seres superiores, el arriba y abajo en relación con la gravedad, percibiendo así su propio cuerpo.
De allí, a afirmar que son inteligentes –o sea la capacidad de solucionar problemas- hay sólo un paso, que implica tener capacidad de memoria, aprendizaje y comunicación entre ellas.
Se ha podido comprobar que las raíces son capaces de percibir cambios químicos, campos eléctricos y magnéticos, y que se combinan entre sí y con otras plantas, especialmente hongos beneficiosos llamados simbióticos –que a su vez se vinculan con microorganismos que sintetizan minerales que necesitan hongos y árboles o plantas-, intercambiando esas sustancias químicas que garantizan la supervivencia y desarrollo de todos, beneficiándose mutuamente.
En el mundo vegetal son, entonces, los mecanismos de cooperación los que determina su supervivencia, reproducción y desarrollo en la selección natural tras unos miles de millones de años, que en el mundo animal describiera Darwin.
Las preguntas que nos caben como seres superiores son: ¿por qué muchos humanos creemos que compitiendo y destruyéndonos entre nosotros, alcanzaremos el máximo potencial? ¿Qué comportamiento es “natural”? ¿Estarán equivocados en el mundo vegetal, que ha prosperado en forma sostenible cientos de veces más tiempo que nosotros?
A mí, las respuestas me parecen obvias.
Si eso fuere así, son muy simples las prescripciones que harán que nuestra especie perdure. Se trata de cooperar intercambiando con pares, superiores e inferiores, información e insumos que permitan maximizar el resultado con el mínimo esfuerzo de todos y cada uno, en un proceso sinérgico –aquél cuyo producido conjunto es más que la simple suma de las partes- y retroalimentado.
Si así no fuere, los estamentos transformados en castas –o sea sin posibilidades de ascenso o descenso- que concentran el poder y la riqueza hasta cancelar, invisibilizar y destruir a quienes producen la riqueza de la que se apropian, serán la fuente de la propia destrucción de la especie humana, tal como la conocemos.
La excesiva confianza en “las tecnologías”, especialmente las de control de los más poderosos, que ya se aplican explicita o subrepticiamente en muchos países (EEUU, China, Corea o en nuestro país), con sistemas de ubicación satelital, identificación facial, unidas a la inteligencia artificial, nos pueden llevar a las peores predicciones de la ciencia ficción.
La oferta y demanda es una teoría económica que, dadas ciertas condiciones –que nunca se cumplen en la realidad- generarían equilibrios en el largo plazo, pero a la luz del ejemplo vegetal, la maximización del resultado individual, los cálculos del sistema marginalista –ese que permite optimizar ese resultado extrayendo del proveedor o cliente lo máximo posible, aunque eso implique su destrucción- no parece ser compatible con la sostenibilidad que se declama desde grupos de poder, medios y universidades.
Aún desde la perspectiva de un simple ciudadano, la sostenibilidad del mundo que nos muestra el mundo vegetal no es ajena a cada uno de nosotros, y no puede ser alcanzada con los actuales comportamientos competitivos.
Confío, aunque parezca utópico, que con otros podremos sembrar las semillas de una sociedad en cooperación, mientras camino por la vida disfrutando de ella, lo que ya es mucho y bueno.