Siempre es (y será) bienvenido un libro de historia, y más aún en un tiempo como el presente, en el cual nuestra sociedad parece no tener conexión alguna con su propia historia. Siempre es (y será) bienvenido un libro en el que la historia esté bien narrada, bien contada, y los hechos históricamente recreados estén bien contextualizados, sobre la base de una sólida tarea de revisión bibliográfica y un sobrio tratamiento de las fuentes documentales. Por eso, es muy bien recibido el último libro de José Emilio Ortega, publicado recientemente por “Editorial Brujas”, con prólogo de César Tcach, en el cual se abordan las relaciones entre dos culturas y tradiciones políticas distintas, la argentina y la uruguaya, siendo el eje articulador de aquel diálogo la figura de Juan Domingo Perón.
Como bien lo recuerda el autor, el general Perón extendió su influencia en Argentina, al menos, durante tres décadas (1943-1974), ello sin considerar la influencia posterior a su fallecimiento, que en cierto modo se prolonga hasta nuestros días. Entre 1943 y 1946, participando activamente en el gobierno militar instaurado tras el golpe del 4 de junio; entre 1946-1955 y 1973-1974, ejerciendo la presidencia de la Nación; y desde 1955 hasta 1973, oponiendo su capacidad de maniobra a los diversos ensayos que intentaron, en vano, acabar con su predominio en la política vernácula.
El sugerente título de esta obra: “De la discordia a la cooperación. Uruguay, Argentina y Perón (1943-1973)”, permite al lector recorrer el trayecto histórico que va desde el golpe de Estado de 1943 y la dictadura del general Pedro Pablo Ramírez, hasta la recuperación democrática de 1973, con el retorno del líder al país, haciendo escala en la emergencia política y génesis del “peronismo histórico”, así como en el período de proscripción y exilio de Perón, todo ello enmarcado en el contexto internacional de la “Guerra Fría”.
En su minucioso estudio, Ortega segmenta este período histórico en tres etapas bien diferenciadas: la del “primer peronismo” (1946-1955), la del exilio de Perón (1955-1973) y la de su retorno al poder (1973-1974). Según sus propias palabras: “Fueron años de liderazgo del Justicialismo en vida de Perón”, proyectando su influencia más allá de las fronteras del país, principiando por sus iniciativas de “proyección en el Cono Sur” (1952-1955) hasta llegar al “continentalismo” (1973-1974).
En la primera etapa, el autor examina en profundidad la compleja relación bilateral entre Argentina y Uruguay, desde el golpe de Estado de junio de 1943 hasta el derrocamiento de Perón en septiembre de 1955. En el inicio de este ciclo emergió la figura de Juan Domingo Perón, gestando un movimiento político nuevo, mientras muchos dirigentes argentinos emigraban a Montevideo, que se convirtió en el refugio natural de los anti-peronistas. Aquí se pueden advertir las diferencias existentes en la cultura política de los dos países vecinos, sobre todo en el plano internacional, siendo la República Oriental del Uruguay (ROU) más proclive al alineamiento con los EE.UU., y más reticente a ello la República Argentina (RA). De hecho, Montevideo denunció reiteradamente la falta de colaboración argentina con los aliados (recuérdese que el presidente Edelmiro Farrel recién declaró la guerra a Alemania cuando ésta ya estaba prácticamente derrotada, el 27 de marzo de 1945).
Hasta el año 1952 Perón priorizó el frente interno (político, económico y social). No obstante, hubo algunos acontecimientos destacables en las relaciones bilaterales, como la visita de Eva Perón a Montevideo en 1947 y la reunión de los presidentes Perón y Batlle Berres en 1948. Además, ambos países reformaron en aquel tiempo sus constituciones: Argentina en 1949 y Uruguay en 1951; en el primer caso para posibilitar la reelección presidencial e incorporar elementos del Constitucionalismo social; y en el segundo, para introducir una profunda modificación en la organización del Poder Ejecutivo (que pasó a ser colegiado), manteniendo el texto su impronta liberal. Así, mientras en nuestro país se acentuaba el presidencialismo en la otra costa se dejaba sin efecto el Ejecutivo unipersonal.
En la segunda fase, Ortega analiza cómo la “plaza Montevideo” se vinculó con la posición de los “vencedores” tras los sucesos de septiembre de 1955, y cómo fue evolucionando esa dinámica en la década siguiente, con el general Perón instalado en Madrid, mientras nuestro continente experimentaba profundos cambios. Entre los hitos más relevantes, el autor menciona el apoyo de la mayoría colegiada colorada al gobierno de facto de Aramburu, la persecución de dirigentes peronistas y el acuerdo Perón-Frondizi. Ante la imposibilidad de regresar al país, Perón utilizó a Montevideo como sede para sus delegados menos transigentes (como Cooke, Villalón o Vicente).
Ya en la segunda mitad de la década de 1960, la ROU cambió su matriz política, al emerger una nueva izquierda y unificarse el sindicalismo, para confluir luego en el “Frente Amplio”, que debutó electoralmente en 1971. Otra reforma constitucional (1967) terminó con la breve vida del gobierno colegiado para regresar al sistema presidencialista, con un gobierno autoritario (Pacheco Areco). Y después del cuestionado triunfo de Bordaberry (1971), las FF.AA. se involucran en el combate contra el terrorismo y, en pocos meses, se entronizan en los asuntos del Estado, hasta concretar el cierre del Parlamento e iniciar un gobierno de facto (1973).
Mientras tanto, en la RA un nuevo golpe militar en 1966 (la “Revolución Argentina”), disgrega los “partidos neoperonistas”. En 1969 se producen estallidos populares en varias provincias, destacándose el “Cordobazo” en nuestra ciudad. La violencia política escala y la crisis social determinó el fin de la dictadura de Onganía. Perón, desde su exilio, apeló a diversas estrategias para mantener vigente su liderazgo a la distancia, y siguió utilizando la vía uruguaya, con un delegado permanente en Montevideo. Finalmente, y como fruto de una larga negociación, el general Lanusse (1971-1973) deberá tolerar el regreso de Perón al país (1972), autorizando la salida electoral (1973), con el triunfo de Héctor J. Cámpora.
Y en la tercera etapa, el autor indaga y revisa la posición de Perón, que propuso una profunda “reconciliación” entre los dos países. En efecto, tras la renuncia de Cámpora y antes de asumir por tercera vez la Presidencia, le hizo saber al gobierno de Bordaberry su voluntad de cerrar las heridas con la ROU, una decisión exteriorizada en noviembre de 1973 con la firma en Montevideo del “Tratado del Río de la Plata” y el “Acta de Confraternidad rioplatense”, reforzando a su vez el compromiso sobre la puesta en marcha de la construcción de la represa de “Salto Grande” (que comenzaría a generar energía a partir de 1979). También se aceleraron obras de integración fronteriza, con dos puentes sobre el río Uruguay.
Para recorrer este complejo itinerario histórico, el doctor Ortega apela -como lo señala su prologuista- a una “erudita combinación de saberes”, signada por el diálogo entre la historia política, la cultura política, el estudio de liderazgos y las relaciones diplomáticas, entre otras disciplinas. El abordaje se realiza desde una “perspectiva comparada”, lo que le imprime a la obra un sello de originalidad.
En este sentido, cabe resaltar que la presente publicación (de 332 páginas) se edificó sobre la base de una tesis doctoral -dirigida primeramente por Francisco Delich, y tras su fallecimiento, por César Tcach- que obtuvo la máxima calificación en el Doctorado en Estudios Sociales de América Latina del Centro de Estudios Avanzados (CEA) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Consideramos, al igual que su autor, que “es factible analizar lo ocurrido” en aquel proceso histórico con la convicción de que el tiempo transcurrido desde entonces debería imponer “la distancia suficiente” para poder examinar con menos efusión (y pasión) el derrotero seguido por el Peronismo, tanto en el plano nacional como internacional.
Y creemos que Ortega lo logra acabadamente, que todo su esfuerzo y su labor de investigación “valió la pena”. Y que vale la pena acercarse a la lectura de este libro, máxime en un tiempo tan “expectante para las relaciones bilaterales”, en el que “es saludable pensar en lo que nos une”, antes que reparar en todo aquello que nos agrieta y separa.