De las preguntas al mesianismo

Por Eduardo Ingaramo

De las preguntas al mesianismo

Las dudas y sus preguntas tienen mala prensa. Cuando somos niños y todo nos falta por conocer y comprender hacemos muchas preguntas. Algunos adultos las contestan todas, o casi, o pocas y a veces se enojan. Luego como jóvenes y adultos queremos tener respuestas o “tener razón”. Desde allí dejamos de preguntar y preguntarnos, poniéndonos a un paso del mesianismo, sobre todo si alcanzamos el poder de evitar ser contradicho.

Desde aquella frase socrática que rezaba “solo sé que no se nada”, preguntar debió ser en esencia más importante que responder, pero no fue así. De hecho él eligió suicidarse con cicuta ante sus acusadores para no renegar de sus ideas ni someterse a lo que decían “los Dioses”.

Muchos de los que ostentan el poder o creen tenerlo, son los que más se incomodan con las preguntas, por eso no hablan, eligen con quien hablar, condicionan las preguntas, pagan para que algunos periodistas no pregunten, descalifican a quienes lo hacen o los persiguen.

También es cierto que los ciudadanos comunes requerimos de nuestros dirigentes políticos cada vez más certezas, simples y sin lugar a dudas que nos permitan creerles, para luego culparlos de las consecuencias de sus inevitables equívocos.

Así elegimos a dirigentes que carecen de dudas al menos en sus expresiones, se mueven por convicciones, deciden sin considerar otras visiones y terminan sometiéndonos a sus arbitrios.

En la educación formal es muy frecuente la instrucción basada exclusivamente en la memoria y el conocimiento aceptado, por lo que se evalúan las respuestas como correcto o incorrecto y verdadero o falso.

Así se soslayan las preguntas, la exploración y la verificación que ponen en duda el conocimiento del docente, los libros y el sistema educativo, especialmente en aquello que es opinable, como en las ciencias sociales, económicas y políticas.

Ese sistema educativo, político, social, etc. está en crisis, aunque aún se sostienen en los algoritmos de las redes sociales que nos llevan a los sesgos de confirmación y nos dividen con infinitas grietas en cada uno de los temas.

La inteligencia artificial generativa (IAG) se presenta nuevamente como cuando nació internet, como un desafío a ese modo de conocimiento tradicional, en la medida que para aprovecharla se comienza haciendo preguntas, para luego verificar su respuesta que suele tener inconsistencias, contradicciones y datos falsos o no verificables.

Los expertos recomiendan 5 “prompt” iniciales, que son la entradas de datos para la generación de contenidos: 1) Definir el perfil de quien queremos que nos responda; 2) Definir el perfil a quienes va dirigido; 3) Definir una pregunta amplia; 4) Definir los aspectos, escuelas de pensamiento y autores a considerar especialmente; y 5) Revisar y profundizar la pregunta de modo que la IAG corrija y precise la respuesta en el contenido generado.

Por ello se obtienen distintas perspectivas, para distintos auditorios, con distintas ideas, sin necesidad de conocer toda la inabarcable bibliografía en cada tema. Así sus usuarios acceden a respuestas que ningún docente humano puede darles, aprendiendo a preguntar y manteniendo el espíritu crítico junto a los docentes capaces de adaptarse.

Todo lo cual permite una nueva esperanza y a la vez un nuevo riesgo para quienes con vocación docente desde la educación o la comunicación social creen saberlo todo bajo el supuesto que tenemos las respuestas en contextos y futuros inciertos y distintos.

Tener convicciones no es incompatible con dudar, preguntar, preguntarse, dialogar y debatir. Todo lo contrario, ampliar el análisis y profundizarlo en una búsqueda permanente de aprendizaje con idas y vueltas es la forma más virtuosa que han desarrollado todas las ciencias y disciplinas, desde las ciencias duras hasta las más blandas.

Si la física newtoniana no hubiera sido cuestionada, no hubiera surgido la física atómica, ni de ésta hubiera surgido la física cuántica. En la biología de aquella inicial casi mágica, nunca hubiese surgido la genética, los organismos genéticamente modificados, los anticuerpos monoclonales, etc. Ni hablar de las ciencias sociales, económicas y políticas.

El desafío de la vocación docente, sea como educadores, comunicadores sociales, dirigentes políticos, sociales o empresariales es preguntar y preguntarse en su fuero íntimo, o escuchar preguntas de otros, que pongan en duda sus conocimientos y convicciones respecto a si son válidos en el actual contexto y hacia un futuro sostenible, bajo pena de perder credibilidad.

Es claro que cuanto más alto se esté en la pirámide social, más difícil será que ocurra ese auto cuestionamiento y por tanto más fácil que su credibilidad disminuya cuando se verifiquen yerros en sus afirmaciones, exponiéndose así a su reemplazo por nuevos dirigentes que logren surgir desde el llano.

No obstante ese reemplazo no garantiza que los que lleguen sean mejores, si la población no logra preguntar y recibir respuestas coherentes y fundamentadas que excluyen el mesianismo de los que se auto adjudican un saber casi divino.

Esta es la verdadera batalla cultural, que pone en duda las costumbres actuales y las respuestas solo afectivas, en búsqueda de una mayor racionalidad basada en preguntas y no ya en la ilustración que creía saberlo todo, ni el mesianismo.

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