Deslocalización versus robotización

Por Eduardo Ingaramo

Deslocalización versus robotización

Mientras Argentina se debate entre abortados planes de desarrollo, con muchas dificultades en su capitalización, y ajustes draconianos que implican recesión, descapitalización y desinversión, el mundo marcha a pasos forzados por la reconfiguración de los modelos de negocio y un capitalismo implacable, que hace subir y bajar en poco tiempo las empresas, bolsas de valores y países que parecían sólidos.

Las bolsas son siempre, por definición, las más volátiles. Sus subas y bajas se guían por expectativas futuras o por las olas producidas por pequeños inversores promovidas por grandes bancos y administradores de fondos de inversión, que -obviamente- las han comprado más baratas antes y las venden cuando su precio sube.

En las empresas, especialmente en las plataformas de comercio electrónico, los cambios también se están acelerando. Cuando en los 90 Zara desplazó a H&M por haber dejado de presentar colecciones “de temporada” para hacerlo cada mes o quincena, mientras ambas aprovechaban la mano de obra barata china, parecía que nada nuevo surgiría. También cuando durante el crecimiento, en la primera década del siglo, Amazon en occidente, Alibabá en China y Mercado Libre en Latinoamérica se consolidaron con sus almacenes regionales y sistemas de entrega propios, que prometían 48 horas de demora, desplazaron a las tiendas de departamentos y grandes hipermercados, parecía también que no habría nada nuevo.

Pero, desde 2015, la aparición de Shein -desde China- que produce una colección cada dos horas, y demora 72 horas desde que identifica y copia una tendencia de consumo hasta que la ofrece en el mercado digital, previo al diseño de producto y proceso, su producción y distribución, todo cambió nuevamente, al menos en vestimenta.

Así, Shein -asociada a Tik Tok- ofrece cientos de nuevos productos por día a los jóvenes usuarios de esa plataforma, que ya no se financia vendiendo publicidad ajena –como Facebook- sino con productos propios o de empresas asociadas, por lo que ha invadido los principales mercados de consumo mundial en oriente y occidente.

Aunque en los últimos tiempos ha sido desplazada en EEUU por Temu (también china), que -aparentemente con mejor calidad de productos- no sólo desplaza a Shein, sino también a Amazon, que ha bajado las comisiones por vestimenta de 20% al 5% por productos de menos de US$ 20.

También en las redes sociales el liderazgo de Facebook se vio amenazado por las redes chinas, que la desplazaron de allá, por lo que tuvo que adquirir Instagram (2011) y Whatsapp (2014), y convertirse en Meta para invertir en Inteligencia Artificial (IA) y seguir liderando, aunque con problemas graves de confidencialidad de la información que recaba de nosotros, que somos el producto que vende a sus anunciantes.

Pero eso no impidió que los jóvenes optaran por Tik Tok, aunque la acusaran de ser china y manipular a jóvenes occidentales, la que, como ya hemos dicho, no se financia con publicidad, sino con su integración a sistemas de venta en línea, produciendo un crecimiento continuado y exponencial de su alcance, ahora parece desplazar a Meta (Facebook, Instagram y Whatsapp), a Amazon y a las demás.

La IA ha introducido a Microsoft en el negocio de buscadores, que pretende desplazar a Google con su ChatGPT, lo que se anuncia con bombos y platillos en las bolsas de valores, aunque no se generen resultados positivos en sus balances.

En esta vorágine de cambios, las empresas –especialmente PyMEs productoras de bienes de consumo masivo- de los países periféricos, como el nuestro, tienen pocas oportunidades de competir, protegiéndose de la competencia externa, que lo hace desde economías financieramente estables, mercados laborales totalmente desregulados y precarizados –que se han trasladado de China a sus vecinos, como Malasia, Vietnam, Bangladesh, India o Indonesia-, o han robotizado y automatizando sus procesos, bajando incesantemente sus costos de producción, acelerándolos al máximo y reduciendo los costos de distribución mediante venta directa.

Así, salvo que nuevamente se interrumpan las cadenas de abastecimiento global (como en la pandemia), nuestras empresas, con un gobierno que apuesta por la apertura comercial total –algo que rechazan todos los países que pretenden proteger su industria- sólo podrán competir si se robotizan y automatizan, integrándose a las actuales líderes del comercio electrónico, o precarizan totalmente las relaciones laborales para poder competir con los países de oriente que no se han tecnificado.

Así, la alternativa de subirse a la deslocalización precarizante del trabajo local en redes globales, se enfrenta a la robotización, que parece imposible en un país sin dólares y con un gobierno que no ha planificado un proceso de apertura, y que, por eso mismo, ha ingresado en un camino sin salida para las empresas industriales de bienes de consumo y el propio país, lo que genera grandes dudas sobre su continuidad y sostenibilidad.

Por ello, no resulta extraño que los representantes de trabajadores registrados y precarizados se enfrenten a estas políticas, más allá de tratar de preservar la institucionalidad democrática, sabiendo que cualquier renuncia a defenderla los convertirá en carne de cañón de procesos autoritarios, como ha ocurrido cada vez que se interrumpió la vigencia de la democracia en la Argentina.

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