Diario de la guerra del pan dulce

Por Pedro D. Allende

Diario de la guerra del pan dulce

Terminaba la década de 1960. Diez años antes, el primero de enero de 1959, todo había comenzado a ponerse patas para arriba: Fidel Castro había culminado con éxito su Revolución, con la aquiescencia de quienes, en plena Guerra Fría, disputaban posiciones más complejas en el tablero del mundo, entre ellas el enclave de Berlín.

Aunque a poco de cobrar forma el muro, La Habana entraba en la alta consideración internacional. La definitiva conversión al comunismo de Castro y la crisis de los misiles ponían en marcha una singular etapa mundial, de gran impacto en una Argentina conmovida por sus propios problemas.

En 1969 Adolfo Bioy Casares se las arreglaba para desentrañar, en una obra maestra, pasado, presente y futuro. En “Diario de la Guerra del Cerdo”, ubicándose en una contemporánea Buenos Aires combinó magistralmente realidad y ¿ficción?: los “jóvenes turcos”, comandados por un tal Farrell (qué apellido eligió) son “una estrella fugaz” asolando Palermo con un objetivo: terminar con la senectud; el “cerdo” -para revolucionarios en combate-, el “búho” -para los leales-.

Perversas matanzas de viejos y viejas se van sucediendo en una trama sórdida que parte de una certeza: “La vejez era una pena sin salida, que no permitía deseos ni ambiciones. ¿De dónde sacar ilusión para hacer planes, ya que una vez logrados no estará uno para gozarlos o estará a medias?”, vacilación que afecta al protagonista y redunda en combustible principal de la osadía bélica.

El Bioy que asume diversas formas de escritura para narrar, el que se entrevera con Borges para componer al literato-personaje Bustos Domecq, muestra aquí, a sus 55 años, una lucha con sus propios demonios. Su temor personal al paso del tiempo; su miedo a los errores cometidos en una Argentina equivocada, en la que convivían la ebullición universitaria e intelectual con una tiranía implacable como el onganiato; en la que arrancaba el entrismo de la izquierda al tronco justicialista, y el sindicalismo corporativo no entendía a los trabajadores jóvenes urbanos que hacían nacer el clasismo; el Perón de Puerta de Hierro buscaba los hilos para seguir componiendo la trama de su regreso mientras se instalaba la violencia política. Ha dicho el autor de “La invención de Morel” que el “Diario” es uno de sus libros más llanos, resultándole “truculento y desagradable” por el tema abordado.

El viejo problema, los nuevos protagonistas

Estiradas las generaciones, aquellos jóvenes que apenas superaban los 20 años hoy bien pueden ser los cuarentones de otrora. Los escenarios son los mismos; las disputas, parecidas. Hemos visto en la semana cómo Rodrigo De Loredo coronó, tras romper el bloque radical en Diputados, su esfuerzo por acabar con la generación que lo precede, iniciado en aquellas desopilantes internas de febrero de 2021. El blanco es Mario Negri, ahora titular de una bancada mutilada por acción y efecto de un dirigente de su provincia. No parece decidido el yerno del “Milico” Aguad a obedecer órdenes verticales, ni tampoco a mantener la conexión con su -hasta aquí- compañero de lista, el senador Luis Juez. Hasta aquí, la entente que incluye a Martín Lousteau y Enrique Nosiglia parece despreciar toda consecuencia, incluso, para el propio frente que la UCR integra como socia, Juntos (ya toda una paradoja el término) por el Cambio (ídem).

Todo indica que De Loredo pretende competir, en 2023, por el premio mayor de la provincia. En contra de todos.
En tanto, el oficialismo local sigue conmovido por la mala elección de noviembre. Schiaretti ensaya maniobras para mantener su liderazgo, antes que estalle la guerra, que puede lastimarlo. Su conversado lanzamiento nacional se condimentó con una pasada por Buenos Aires, donde acompañó a su esposa, Alejandra Vigo, en la asunción de senadores/as nacionales.

En tanto, en coincidencia con el lanzamiento de la precandidatura de Manuel Calvo, habló de internas para dirimir las listas de 2023.

En una Argentina empobrecida, es difícil imaginar que las novelas de Bioy pueden inspirar el recorrido de algún dirigente político contemporáneo, mucho menos cordobés. Aunque un veterano con algo de “joven jurco” -a los ojos del Bioy de 1969- como Schiaretti quizá desee anticiparse a cruentos conflictos, animando a varios postulantes a una amplia elección entre afiliados.

Sobresalen Martín y Manuel, dos cuadros del departamento San Justo. El primero hecho en el campo de batalla, enfrentando varias veces la voluntad de la conducción delasotista y abriendo primero lugar para su candidatura a intendente y, desde allí, tras fundar su propia línea interna y competir con boleta propia en las Paso de 2013, ser ministro de José Manuel. Schiaretti lo haría su vicegobernador y reemplazaría al propio “Gallego” en la elección legislativa de 2017, cuando aquél no aceptó encabezar la lista. Lo definen como “el cambio en la (inevitable) continuidad”.

Manuel, de reconocida capacidad de gestión, es un cuadro de gabinete. “Necesitamos más jóvenes como Calvo” decía De la Sota al armar su elenco ministerial en 2013 y no encontrar figuras jóvenes para ubicar en ministerios o secretarías importantes. Ministro o secretario de varias carteras (Ambiente, Infraestructura, Administración, Gobierno, Comunicación), antes de presidir la Legislatura a la que, según sus leales, “le dio su propia impronta”. Lo postulan como “la continuidad en el (inevitable) cambio”.

Más atrás, aparecen otros nombres: las mujeres de apellido ilustre como Natalia o Alejandra, hoy con destinos importantes en el Congreso, y chances, si mueven un poco la aguja. Peronistas históricos como Massei, Busso o Accastello, inmerso en su propia pelea con astilla de su mismo palo: el ascendiente Martín Gill. Intendentes con proyección, como Llamosas. ¿Partes de la renovación, o carne de cañón de los “jóvenes turcos”? No olvidemos que, como señalaba el protagonista del “Diario”: “todo se vuelve relativo con el tiempo. Más que nada, las personas”.

Ha empezado la guerra en Córdoba. Esta quizás sería la del pan dulce, por la impronta navideña. O porque el cerdo, Buenos Aires y Bioy le quedan a esta docta devaluada dolorosamente grande.

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